Paysandú, Miércoles 16 de Septiembre de 2015
Opinion | 12 Sep Los vientos nuevos que soplan en la región, conjugados con situaciones de vulnerabilidad por políticas cortoplacistas y a contramano de la sustentabilidad, han derivado en que varias naciones emergentes queden comprometidas desde el punto de vista económico-financiero, como es el caso de Brasil, país al que la agencia de calificación de riesgo Standard & Poor's rebajó la nota crediticia de “BB+” a “BBB-”.
De esa forma, su deuda soberana perdió el grado de inversión y fue rebajada a la categoría especulativa, debido a su incapacidad de llevar a cabo un ajuste fiscal, según informó la calificadora.
La nota de la deuda fue rebajada, manteniendo la perspectiva negativa, en momentos en que el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff enfrenta dificultades para apretarse el cinturón fiscal, en medio de una recesión económica que según analistas puede durar hasta dos años.
“Los desafíos políticos de Brasil continúan aumentando, pesando sobre la capacidad y la voluntad del gobierno de presentar un presupuesto para 2016 al Congreso coherente con la corrección política significativa señalizada durante la primera parte del segundo mandato de la presidenta Rousseff”, dijo S&P en un comunicado. El gobierno de Brasil sorprendió a fines de agosto al enviar al Congreso por primera vez en la historia un presupuesto para 2016 que prevé un déficit primario.
“La propuesta de presupuesto del gobierno contempla un nuevo cambio a la meta de superávit fiscal primario menos de seis semanas después de la última revisión a la baja, lo cual representaría tres años consecutivos de déficit primario y una deuda general neta que seguirá subiendo si no se toman medidas sobre ingresos o gastos”, estimó S&P.
Por supuesto, no es una degradación en calificación que fuera sorpresiva, sino que el escenario socioeconómico de Brasil, sobre todo a partir de su gran déficit fiscal, conlleva condicionamientos severos para su desenvolvimiento económico, al punto que técnicamente la vecina nación ya se encuentra en recesión, mientras la inflación ha superado incluso las previsiones pesimistas.
La magnitud de la economía brasileña, su carácter de vecino de Uruguay y socio más grande del Mercosur, a la vez de ser nuestro mayor socio comercial junto con China, indica que su situación, para bien o para mal, habrá de repercutir en nuestro país, y su impacto dependerá del grado de deterioro a que se llegue y la duración del ciclo negativo.
Así, esta noticia de pérdida del grado inversor por nuestros vecinos generó reacciones inmediatas en nuestro medio, tanto en esferas oficiales como en el sector privado. En el ámbito del gobierno, en las últimas horas, el presidente Tabaré Vázquez, en su visita al predio de la Expo Prado, reconoció que lo que ocurra en Brasil repercutirá en nuestro país, y se mostró cauto respecto al grado de incidencia, aunque subrayó que evidentemente habrá algún impacto.
El subsecretario de Economía y Finanzas, Pablo Ferreri, llamó a “cuidar lo logrado” en materia económica tras lo que significa el nuevo golpe que recibe el gigante regional.
Por su parte, el economista de la consultora Deloitte, Pablo Rosselli, dijo a El Observador que la “mala noticia” para Brasil lo es también para Uruguay. Añadió que el hecho es “confirmatorio” de que el país seguirá viendo fuertes presiones en materia de tipo de cambio y de pérdida de competitividad por una mayor devaluación del real.
Respecto a sus posibles efectos sobre la inversión extranjera que pueda llegar Uruguay, el economista indicó que “históricamente tener a Brasil complicado no ayuda” y añadió que es “cada vez más claro que aumentos de gasto público y salario real son inconsistentes con el escenario externo”.
En forma coincidente el presidente de la Cámara de Industrias, Washington Corallo, consideró que “no es una buena noticia” que le saquen el grado inversor a un mercado de peso para la producción local y dijo que “es un escenario que no vaticina nada bueno para la economía local”, por lo que se deberá “agudizar el ingenio” para no seguir perdiendo competitividad, ya sea por el lado de la pérdida de atractivo de las exportaciones uruguayas como por el ingreso de productos más baratos que disputen mercado a la producción local.
Y este escenario se da justo cuando como consecuencia de estas condiciones internacionales menos favorables que en la última década, y sin haber adoptado políticas contracíclicas para tener espalda a la hora de las vacas flacas, como se perfila la situación, nuestro país no está blindado ni mucho menos, aunque tampoco corresponde manejar tremendismos, sino apelar a la cautela.
Porque no se trata solo de Brasil, que sigue devaluando, sino también de China, el otro gran socio comercial del Uruguay, que aplica minidevaluaciones del yuan que hace de todas formas que se sigan encareciendo nuestros productos, mientras además el dólar sigue en alza y estos ajustes cambiarios se traducen inevitablemente en más inflación en el Uruguay, que es muy dependiente de los vaivenes del dólar.
A esta altura es difícil de cuantificar cuan complicado será el escenario internacional con Brasil en esta caída, pero lo que sí es seguro es que no vamos a contar ya con el “estribo” al que en su momento el expresidentes José Mujica decía que había que jugarse, y ya ni siquiera va a estar el caballo.
El otro gran vecino, Argentina, es poco menos que una bomba de tiempo y nadie sabe lo que podría ocurrir tras el acto eleccionario, porque hasta ahora las cosas las ha ido estirando hasta ese período crucial.
Y ante esta incertidumbre, el desafío inmediato es la definición del Presupuesto Quinquenal, que debe ser austero y sobre todo pensado en cálculos conservadores, porque al fin de cuentas siempre hay tiempo para agrandarse, pero cuando hay que achicarse, la cosa se hace mucho más difícil, y queda el tendal de lamentos por no haberse hecho en su momento lo que había que hacer.
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