Paysandú, Miércoles 16 de Septiembre de 2015
Opinion | 14 Sep El periodista y asesor del astorismo, Esteban Valenti, dijo que “la izquierda está perdiendo el sentido estratégico”, “subestimando los cambios en la sociedad” e incorpora “una cultura que poniendo plata y haciendo obras se avanzaba en progresismo, y eso es falso”.
De acuerdo a su interpretación, “la esencia del Frente Amplio no es imponerse a otros, estamos vaciando esa amplitud social, política y cultural”. Según el operador político, “si seguimos así la derecha lo único que tiene que hacer es frotarse las manos”.
Ocurre que históricamente la izquierda creyó --y lo sigue haciendo-- que “para no hacerle el juego a la derecha”, los sectores frenteamplistas no debían pelearse en público. Hoy no solamente lo hacen en los medios tradicionales de comunicación, sino a través de las redes sociales y así transcurre el tiempo: en 140 caracteres de Twitter o en sendas columnas de Facebook, donde cruzan una suerte de artillería verbal en ocasiones con ironía y en otras, en forma tan directa que terminan por desconcertar a la mismísima oposición.
Más allá del ejercicio democrático existente en la interna de cualquier conglomerado político, esta catarsis verborrágica demuestra la existencia de una violencia contenida que se desprende al participar en una red social, olvidándose que es la fuerza política que gobierna y --por lo tanto-- deberá aportar a las soluciones, por más escollos que haya dejado el anterior gobierno, que se transformó en una astilla del mismo palo bajo los pies del presidente Tabaré Vázquez.
Y en este sentido, no solamente están Pluna y Ancap-Alur y la disputa entre el ministro de Economía, Danilo Astori y la 711, que lidera el vicerpesidente, Raúl Sendic, o el Fondes y sus desencuentros con el MPP de Mujica, o las críticas presupuestales del exministro socialista Daniel Olesker al vaticinar que no se cumplirá con las metas electorales, si no se eleva el presupuesto quinquenal.
Pero el terreno se ensucia con las descalificaciones personales o adjetivaciones impropias de algunos adalides de la democracia y “echarse culpas” se ha transformado en una peligrosa costumbre que no le hace bien a un régimen de tolerancia.
Por eso, vale siempre la misma pregunta para todos: ¿a la derecha o a la izquierda de quiénes se sientan aquellos que no supieron dirimir sus diferencias en los ámbitos de discusión existentes y aun en sus internas partidarias no supieron ni sabrán cargar con el poder?
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