Paysandú, Jueves 17 de Septiembre de 2015
Opinion | 11 Sep La última versión del patíbulo es digital y tiene enorme éxito en las redes sociales, en Facebook y en Twitter especialmente. El procedimiento es generalmente parecido. Se trata de lanzar rumores --ciertos o no-- a través de la red social o de enfrentarse con dureza ante un comentario que otro usuario publicó en su muro o lanzó desde su Twitter.
Sin la toga negra, aparecen jueces por todos lados, en ese mundo en el que todos somos perfectos, donde mostramos nuestro mejor perfil, donde ocultamos cuanto podemos nuestras miserias.
Una de las maneras de hacer eso es la crítica acérrima y descarnada, el ataque fulminante. La maldad siempre está en otros, no en uno mismo; en el universo de Facebook los juicios sumarios y las condenas abundan, en todo el mundo en general y en Paysandú en particular.
Parece que no se repara en el hecho que desde nuestra condición de seres humanos perfectos en tanto usuarios de Facebook, hacemos bullying con increíble facilidad y sin remordimientos. Es enorme la dimensión que ha tomado el desprestigio y el escarnio que cualquier descuido, desliz o tontería que hace cuarenta años hubiera producido solo un rato de incomodidad o un momento de rubor hoy --magnificado por Twitter o por Facebook-- puede generar un linchamiento que arruine una vida. Sin dudas, se salen de proporción cuando se amplifican en las redes sociales.
Una vez que la jauría digital se desata es imposible frenarla y la sentencia es terminante, aun cuando se base en frases sacadas de contexto, fotos humillantes o errores cometidos. Los justicieros de la red creen estar haciendo el bien, poniendo las cosas en su sitio, y creen que la única forma de hacerlo es mediante esa humillación pública. Y como horrorosa cicatriz quedan los buscadores, porque después todo se reduce a googlear.
Desde el fondo de la historia, el linchamiento es también un espectáculo. Antes se tomaban fotografías con los ajusticiados. Hoy también lo es, pero se repite eternamente, en el historial de nuestros muros o en nuestra historia de twits.
No obstante, los justicieros se olvidan de la esencia del espectáculo: que debe continuar. Y hoy pueden “matar” a A, mañana a B, pasado a C. Pero --cuidado-- el cambio de roles es perfectamente posible porque quien es buen acusador hoy puede ser mejor acusado mañana. Y hoy cualquiera en Internet se considera con la altura moral para ser juez y verdugo; su prontuario no importa, para esta nueva inquisición siempre encontrará muchos “me gusta” y los comentarios que le den la razón.
Hay que establecer y defender un marco civilizado de convivencia en Internet. Y desterrar la idea de que eso que sucede en el ciberespacio es realidad virtual, y que, a pesar de su naturaleza intangible, debe ser considerada, tratada y legislada de la misma forma en que se hace con la dura, y muy tangible, realidad.
En Uruguay se usa la legislación vigente y general y han ocurrido casos de procesamiento por lo publicado en Facebook, pero lo que se necesita es una legislación concreta, para terminar con esta caza de brujas.
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