Paysandú, Viernes 09 de Octubre de 2015
Opinion | 07 Oct Hablando ante un auditorio constituido por trabajadores de la industria de la bebida, adherentes al sindicato FOEB, el economista Gabriel Oddone (socio de la consultora CPA Ferrere) analizó el escenario económico del país, a instancias del dirigente sindical de la bebida, Richard Read, lo que es por cierto una saludable apertura en un área dominada por la izquierda en la que difícilmente se atienda a quien no proceda de esa ideología.
Es decir que una visión de un economista reputado, aunque no precisamente tildado de neoliberal, es por lo menos un aporte muy significativo y debería darse en más ámbitos del mundo sindical, de forma de contar con todos los argumentos que se manejan en un tema tan álgido como el de la economía. Pero sobre todo la relación con la economía doméstica, lo que tiene que ver con la relación precios-salarios, la inflación y las mejores formas de combatirla, sin perder poder adquisitivo.
Bueno, por aquí pasan los retos que tiene por delante el equipo económico de gobierno, porque hay de por medio parámetros que son convidados de piedra en nuestra economía, que son un aumento de la inflación de la mano sobre todo de los precios de los artículos de consumo diario, un enlentecimiento de la economía, una competitividad baja, una caída de los precios internacionales de los productos primarios y pérdidas de horas trabajadas.
Según El Observador, el economista consideró que la situación económica “cambió bastante” y se puso “menos cómoda”, por lo que Uruguay “tiene que adaptarse a la nueva realidad”. Explicó que la desaceleración de China, el fortalecimiento del dólar en el mundo y su efecto negativo sobre el precio de los commodities tienen gran influencia en este panorama interno.
“Lo que vendemos al mundo hoy vale menos de lo que valía hace 12 o 15 meses. Como si eso fuera poco, Brasil, que es nuestro segundo socio comercial, atraviesa una situación muy compleja, que esencialmente es una crisis política”, añadió el economista de CPA Ferrere.
“Estamos caros en dólares con todo el mundo. No se puede permanecer así por tiempos muy prolongados, porque el país no logra vender en el mundo y te inundan de productos. Estos niveles de precios no son sostenibles y Uruguay va a corregir”, dijo el economista.
Sobre todo Oddone explicó que a diferencia de 1999, cuando había “rigidez cambiaria”, hoy existe “rigidez de precios” que impide una depreciación más intensa de la moneda.
No cuesta mucho inferir que el gran problema es que cuando no se tiene otro margen de maniobra, hay que elegir el mal menor, y en el corto plazo los dos aspectos a tener en consideración son el valor del dólar, y la inflación, que se quiere mantener por debajo del 10 por ciento.
El problema es que el país no está preparado para enfrentar una desaceleración de la economía sin sufrir consecuencias, porque en los últimos 10 años se incrementaron sideralmente los gastos fijos en el Estado, así como se indexaron en gran medida los salarios, por lo cual los costos de producir en Uruguay son y seguirán siendo muy altos.
Incluso es frecuente que prominentes integrantes de la Administración Vázquez no oculten ante periodistas --pidiendo mantener reserva-- su malestar por el desorden y los graves errores que cometió el gobierno del popularísimo expresidente José Mujica, quien no solo gastó más de lo que podía y debía, sino que además aconsejó a las empresas públicas a que lo hicieran, porque “no hay que hacer mucho caso a los agoreros” que siempre cuestionan el gasto.
Bueno, no puede extrañar entonces que la empresa monopólica de los combustibles, Ancap, tenga un déficit de unos 500 millones de dólares y que pese a que el precio del petróleo sigue cayendo, como tiene este déficit, solo analiza una rebaja simbólica de los combustibles, por citar un ejemplo.
Y en un país caro, como decía Oddone, subir el dólar significa encarecer todo lo que importamos, para mejorar la competitividad de lo que vendemos al exterior. Pero ello significa también empobrecer a los sectores de ingresos fijos, sobre todo pasivos y trabajadores, porque es inevitable para los agentes económicos trasladar las subas a los precios para poder subsistir.
El Estado hace su cuota parte de arrojar leña a la hoguera, porque no baja el gasto y aplica tarifas públicas que son caras en lo interno y el comparativo internacional, y todo ello hace que lo que producimos resulte caro medido en dólares.
Es decir, como se suele decir ahora, una “tormenta perfecta” de la que es preciso salir, buscando equilibrios, pero teniendo presente que por más vueltas que se le dé, nos vamos a mojar.
Un aumento del tipo de cambio que permita nivelar los precios con Brasil y evitar los problemas que acarrea tener un gigante al lado en rebajas permanentes, traería como resultado una aceleración en el ritmo de aumento de los precios y seguramente, apostar por un dólar más alto conlleva un aumento de las presiones al alza de los precios que llevaría los registros de inflación sobre la barrera del 10%. Y una vez que se superen los dos dígitos, es difícil volver atrás.
Y con un acuerdo de precios solo simbólico, porque nadie está en condiciones de absorber los costos de una cadena que se realimenta, eso se complica aún más cuando el gobierno carece de herramientas con las cuales influir sobre los procesos de formación de precios.
Todo indica que el Poder Ejecutivo está abocado a poner énfasis en la política antiinflacionaria y sostener el dólar en un valor más o menos planchado, pero nada es gratis, y este costo se percibe como alto desde el punto de vista social. Si hubiéramos llegado al final del ciclo de bonanza económica con una inflación dentro del rango objetivo (3% a 7%), y un déficit fiscal más acotado, las cosas estarían planteadas distintas. Pero el populismo tiene sus consecuencias, y no es casualidad que ahora hasta las promesas electorales de hace tan solo medio año se vuelvan difíciles de cumplir, como es el caso del Sistema de Cuidados, para el que ya no hay recursos suficientes. Y aún con esos ahorros, la sociedad sentirá el impacto.
En buena medida entonces es la “herencia maldita” de siempre, pero esta vez tiene la marca mujiquista.
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