Paysandú, Miércoles 14 de Octubre de 2015
Opinion | 09 Oct Las “noticias” en relación con la situación de la enseñanza en los últimos días se están centrando en estas horas en si los presuntos “estudiantes” que ocupaban el Codicen fueron golpeados o no por la Policía, para eventualmente encaminar la acción judicial por otros carriles, lo que hace perder de vista --o por lo menos esa es la intención-- que quienes ingresaron a ese edificio no podían estar en un edificio de un organismo del Estado, y que naturalmente el propio Codicen no solo fue condescendiente, sino que fue omiso en hacer desalojar el local ocupado ilegalmente.
Ni qué decir de la banda de activistas que desde las afueras complementó la protesta con pedreas y enfrentamientos con la policía, procurando exhibir trofeos de guerra como manifestantes “brutalmente” reprimidos por la Policía y hasta algún mártir, quizás porque los que tienen les están quedando fuera de época y ya no convocan a nadie.
Pero en este ir y venir de movilizaciones por un porcentaje fijo de aumento en el próximo presupuesto, a puro eslogan y frases hechas, el gran ausente es el compromiso para cambiar una situación de constante deterioro en la calidad, como si gastando más aún de lo que se ya gasta se pudiese “comprar” la solución.
La compleja problemática de la enseñanza en nuestro país requiere respuestas diversas y coincidentes en objetivos, no ya solo ante el deterioro manifiesto de la calidad que se ha dado a lo largo de las últimas décadas, sino porque además se han acentuado los problemas por una realidad social a partir del núcleo familiar y de los valores que se van desdibujando. Aunque claro está, la pérdida de valores no solo se da en los estudiantes y el núcleo familiar, sino también en algunos maestros y profesores --que supuestamente están para enseñar y dar el ejemplo--, como quedó en evidencia en estos hechos y con los incalificables actos vandálicos que cometieron sobre las históricas paredes de mármol del Palacio Legislativo.
Un aspecto que incide cada vez con mayor énfasis es una desmotivación manifiesta en los jóvenes, que se percibe sobre todo a partir de Secundaria como el gran nudo gordiano, pero que es consecuencia de situaciones que se dan desde la infancia y que se potencian en esta etapa crucial de la vida.
Tan grave es este factor, que recientemente la ministra de Desarrollo Social, Marina Arismendi, al constatar la realidad de que los sucesivos paros y pérdidas de días de clase había acentuado la deserción y las faltas posteriores a los paros, dijo que se iba a salir a los barrios a buscar a estos jóvenes que se habían desmotivado, para volver a llevarlos a clases, lo que confirma que su vinculación al sistema educativo está prendido de un hilo, tanto que los desaprensivos paros y movilizaciones con pérdidas de clases alientan la deserción.
Todos estos aspectos, empero, importan poco y nada a los activistas y a quienes les siguen el juego, porque se llevan el mundo por delante, y su objetivo no es el estudiante, sino satisfacer objetivos que nada tienen que ver con la docencia.
En este contexto, últimamente las autoridades han puesto énfasis en la inclusión; esto es buscar mecanismos para que el joven no termine de desmotivarse del todo y generar el “pase social” apuntando a que al no quedar fuera del sistema, el alumno tenga oportunidad de reinserción y eventualmente ponerse al día, lo que es nada fácil, por supuesto, en tanto la alternativa de la repetición sería válida si no fuera porque generalmente es acompañada por la deserción de los involucrados.
En este escenario, el subsecretario del Ministerio de Educación y Cultura, Fernando Filgueira, ha sostenido que “la utilización del instrumento de la repetición como ‘el principal’ frente a la insuficiencia de aprendizaje genera costos reales de desvinculación por frustración, porque se desvinculan de su cohorte de referencia”.
“La repetición es un predictor potente de la desvinculación, la que vienen arrastrando de Primaria y la que generan luego en Secundaria”, aseguró, e indicó que la apuesta es a proteger la trayectoria educativa del estudiante, no disminuyendo la exigencia, sino aumentándola con contraturnos o tutorías.
El punto es que por más vueltas que se le dé, sin reformas profundas que se dirijan a innovar, con alternativas e instrumentos que estén de acuerdo a nuestra realidad y posibilidades, por lo menos en lo más o menos inmediato, solo estaremos ante paliativos para una realidad que hasta ahora parece como inmutable; en tanto la desmotivación tiene en la repetición una consecuencia y a la vez un agravante, en un círculo vicioso para el cual tampoco es una solución al fin de cuentas el pase social.
Porque la raíz del asunto está en el déficit en estudio, formación y escolaridad del estudiante, que va a saltar una vez se presente ante las exigencias reales de formación para continuar sus estudios en etapas superiores.
Lamentablemente, hasta ahora no hay quien tenga la receta mágica y difícilmente aparezca de un momento a otro como de atrás de un tártago, por lo que poco y nada podemos esperar de iluminados que nos muestren el camino, por más que salgan algún día bandadas de técnicos para ver cómo se hacen las cosas en los países en serio y propongan formas de trasplantar experiencias.
No las hay, no las puede haber, primero porque los países que funcionan no tienen la educación en manos de sindicatos radicalizados que gobiernan más que el gobierno, como sucede acá después que se les concediera un poder sobredimensionado. Pero sí es posible tomar algunos elementos positivos que puedan recrearse, para no seguir con el rezago crónico. Ello hace que el reto sea más difícil, aunque es mucho más arduo cuando desde los gremios se sigue actuando en la forma en que lo hacen, con paros hasta por las dudas, mirando para otro lado como si no tuvieran nada que ver con el problema, mientras las autoridades parecen pensar mucho más en mantenerse en el sillón y no irritar a los gremios, que en llegar a diagnósticos, propuestas y asumir la responsabilidad de ejercer la autoridad.
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