Paysandú, Domingo 25 de Octubre de 2015
Opinion | 22 Oct Un gran peso en la incertidumbre regional, que se agrega a los cambios que se han registrado en la economía y mundo financiero global, está dado por el desenvolvimiento de la economía de Argentina, un país que ha llevado adelante políticas a contramano de la tendencia internacional, y se apoya en un cerrado proteccionismo, conjugado con subsidios y otros elementos que condicionan el futuro no ya de largo plazo, sino inmediato.
El ingrediente de las elecciones presidenciales del domingo es el factor que aporta más interrogantes, porque tanto continuistas como opositores tienen ante sí dilemas de hierro; empezando por el factor dólar, ante un mercado de cambios controlado por el gobierno pero con condicionamientos enormes y un acotado margen de maniobra.
Con este clima de tensiones y distorsión preelectoral debería cuidarse muy bien de lo que efectivamente se promete o propone por los aspirantes a la primera magistratura y los receptores, tanto los votantes como los actores económicos, deberán evaluar muy bien donde colocan sus fichas, unos como integrantes del padrón electoral y otros por adoptar decisiones para sus respectivos emprendimientos, ante un escenario con tantos retos como incógnitas.
Es que a la imprevisibilidad característica de los gobiernos, tanto los “K” como los anteriores, se agrega el desconocimiento sobre el grado de intención de corregir desfasajes de quienes sean las nuevas autoridades, y sobre todo, con qué se puede encontrar quien asuma una vez tenga ante sí los números descarnados, porque el gobierno de Cristina Kirchner no es confiable ni siquiera con los datos de la inflación.
Para evaluar el panorama en la vecina orilla, es pertinente traer a colación elementos aportados a El País por el doctor en Economía Sebastián Auguste, quien entre otros aspectos señaló que hay un convencimiento en el empresariado argentino de que gane quien gane en las elecciones del próximo domingo, tendrá una política más amigable para con el sector privado que la llevada adelante por la actual administración.
El docente de la Universidad Torcuato Di Tella y consultor para varios organismos internacionales sostuvo que todos los candidatos a presidente y sus equipos económicos coinciden en el diagnóstico de lo que se debe hacer para sacar el país a flote, pero se diferencian fundamentalmente en los tiempos. Mientras el candidato del PRO y jefe de gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, apuesta a una política de shock, el oficialista del Frente para la Victoria, Daniel Scioli y su equipo, hablan de “gradualismo”.
Habrá que ver cuánto puede esperar el “gradualismo” en este último caso, si las cosas se vienen dando más aceleradamente de lo que ha dejado trasuntar el gobierno de Cristina Kirchner, en tanto las políticas de shock conllevan un impacto social muchas veces devastador y a veces tan o más grave que la distorsión que se quiere corregir, porque corregir un desvío con una distorsión aún más acentuada puede ser contraproducente en sus costos. Por otra parte, cualquier “retroceso” social en Argentina puede encender una mecha de consecuencias insospechadas, porque el kirchnerismo ha montado una estructura basada en sindicatos y redes de la sociedad que pueden poner en jaque a las propias instituciones democráticas, si no se atienden sus reclamos.
Auguste evaluó que “hay una gran incertidumbre entre el empresariado en Argentina: cuesta creer en la clase política. Porque si bien está claro que el próximo gobierno cualquiera que sea va a impulsar políticas diferentes al actual y que en cualquiera de los casos las medidas que se lleven adelante serán más propicias para el sector privado, hay mucha inquietud, fundamentalmente por lo manejable que pueda ser la situación”.
“Los candidatos tienen todos un diagnóstico correcto y coincidente en lo económico, las medidas que mencionan están medianamente alineadas, no hay diferencias de fondo. Los matices están en cómo se implementan esas medidas y si serán suficientes”, acotó.
A continuación, reflexionó que “pensemos que Brasil, que hizo los deberes mejor que Argentina está en una situación muy compleja, y que el resto de América Latina está sufriendo las consecuencias que emergen del contexto global, aun los más prolijos; imaginen cuál es el panorama en una Argentina tremendamente vulnerable”.
Es que el tramado de la economía argentina es realmente indescifrable en muchos aspectos, pero en lo que hay coincidencias es que es preciso desmantelar cuanto antes esta maraña.
Lo señala Auguste cuando aseguró que “en los diagnósticos todos coinciden. Todos saben que la inflación es un gran problema que genera un déficit fiscal y la amortización de ese déficit. Que hay que reducir lo que gasta el gobierno en subsidios, por ejemplo en el sector energético, que algo hay que hacer con la competitividad del sector agropecuario, todos coinciden en que Argentina está atrasada en el tipo de cambio. Los disensos pueden estar en la velocidad con que hay que dar respuestas”.
Y como se pregunta la mayoría de los economistas, el gran tema refiere a si la economía argentina permite ese gradualismo. “Las condiciones de la economía del país resultan más apremiantes de lo que la gente cree, y el mercado se ha dado cuenta de eso. El mercado accionario, que refleja el sentir del sector empresario, está bastante convulsionado, no ha estado creciendo y refleja mucha preocupación. Es un buen termómetro de la situación”, dijo. En tanto reconoció que “estamos muy vulnerables, se van del gobierno casi sin reservas, con un déficit fiscal muy grande y con un enorme déficit en infraestructuras. Cuatro o cinco años sin crecimiento, con pérdidas de empleo en el sector privado, son cuestiones preocupantes”.
Pero las correcciones quedarán para quien sea que gane. Es de esperar que nuestros vecinos puedan afrontar las dificultades con una perspectiva realista e irse desprendiendo de los subsidios que son pan para hoy y hambre para mañana --que en este caso puede ser ahora--, que su economía pueda sanearse y que pueda irse abriendo naturalmente, como una consecuencia de dejar atrás los entuertos de un populismo que ha resultado nefasto en cada país de Latinoamérica en que se ha impuesto.
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