Paysandú, Lunes 26 de Octubre de 2015
Opinion | 21 Oct Los vecinos de plaza Artigas reactivan un tema que para ellos es diario, pero que de tanto en tanto desaparece de la agenda de interés tanto a nivel de la población como de las autoridades. Y reaparece de manera paralela a la VIII Semana de Seguridad Vial. Coherencia en la medida que parte del problema tiene que ver con la inseguridad vial que decenas de personas a bordo, mayormente de motos, provocan en la zona. Con ruidos molestos de sus vehículos de escasa cilindrada que, al usarlos sin caño de escape, pueden aumentar en algo esa poca potencia, o al menos en la imaginación. La solución del pobre en un país donde precisamente no hay muchas motos, realmente, de gran cilindrada.
Pero más allá de eso, para los vecinos de plaza Artigas, el ruido es realmente del infierno, el averno que viven dentro de sus propios hogares donde no pueden hacer las cosas que quieren hacer (y su libre albedrío debería permitírselos), tan simples como conversar, escuchar radio, mirar televisión o leer el diario en paz.
Es también un tema que sobrepasa en mucho la inseguridad vial de cada día, más allá de las cuarenta o cincuenta motos que gastan litros de combustible girando cual hámsteres en una rueda. Se mete en la propia forma de ser de parte de quienes comparten esta comunidad. Una parte probablemente menor, pero por ruidosa e irrespetuosa bien que se hace notar.
Indudablemente, quienes en plaza Artigas cometen excesos en límites de velocidad, volumen de audio y consumen alcohol en la calle --lo que no está permitido-- o peor, drogas, forman parte de una minoría que no se aviene a vivir en sociedad.
No hay un pensamiento solidario hacia el prójimo; no hay, por tanto, un pensamiento comunitario. Bien se refiere a ese aspecto el intendente Guillermo Caraballo, quien aprecia que se encuentra en la compleja situación de buscar aportar para que toda la sociedad, incluidos esos inadaptados, recuperen el “ser sanducero” del que hablaba Mac Ilriach.
No hay dudas que la urgencia está en solucionar, como sea posible, el problema que afecta desde hace años a quienes viven en las inmediaciones de plaza Artigas que, por otra parte, es en parte impulsado por otros vecinos que viven en la misma zona y que venden alcohol hasta prácticamente el amanecer sin que ninguna autoridad competente ponga coto a tal situación, pues no se distingue entre adultos y menores a la hora de comerciar.
Pero, al mismo tiempo, hay que repensar la sociedad en la que hoy vivimos. Hacerlo es tarea de todos, no quedan dudas, pero, al mismo tiempo, es tarea de pocos impulsar el camino para la reflexión, para la comprensión de que nada bueno se obtendrá si no respetamos las normas que nos hacen comunidad.
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