Paysandú, Lunes 02 de Noviembre de 2015
Opinion | 28 Oct Los argentinos concurrieron a las urnas este domingo, en una nueva convocatoria enmarcada en la etapa de institucionalidad democrática que felizmente ha vivido el vecino país tras la larga noche de la dictadura, sin olvidar períodos aciagos en la propia reinstitucionalización democrática con gobiernos democráticos que no pudieron culminar sus períodos por levantamientos sociales.
Si acaso una virtud puede señalarse a partir del acceso del fallecido expresidente Néstor Kirchner al poder, es que tras estos insucesos, mal o bien, se logró estabilidad institucional --pese a su perfil autoritarista e intolerante-- y cierta mejora en calidad de vida de determinados sectores de la población. Sin embargo, esto último se logró a un alto costo, a través de políticas voluntaristas que en un principio se pudieron llevar a cabo porque se dejó de pagar la deuda externa, y luego se sostuvo a través de subsidios y proteccionismo, que llevaron a la Argentina a un estado actual de inestabilidad económico-financiera, con los mercados internacionales más importantes cerrados para sus productos.
La década de favorable contexto exterior de que gozó la región permitió disimular algunas de las graves distorsiones de la política económica “K”, por falta de sustentabilidad de las políticas “populares”, por lo que ahora lenta pero inexorablemente está llegando la hora del sinceramiento de la economía.
Bueno, este es el legado que recibirá el ganador del balotaje que tendrá lugar el 22 de noviembre en la hermana nación, porque sea Mauricio Macri o Daniel Scioli quien resulte depositario de la voluntad popular para conducir los destinos del país, verá condicionado seriamente todo margen de maniobra y peor aún, deberá adoptar medidas que no van a ser simpáticas. Por eso no sería de extrañar que, de seguir ese camino –no queda otro--, termine siendo acusado por sectores oportunistas como los culpables de resoluciones impopulares, y de repercusión negativa desde el punto de vista social, pretendiendo quedar con las manos limpias cuando en realidad han sido los generadores de esta situación.
Scioli o Macri tienen ante sí un desafío que no será fácil, en situaciones diferentes naturalmente en cuanto a responsabilidades, porque mientras uno es continuista y catalogado como delfín del gobierno saliente, el otro ha sido marcadamente opositor y desde hace tiempo ha reclamado medidas correctivas en la economía.
De todas formas, tanto continuistas como opositores tienen ante sí dilemas de hierro, empezando por el factor dólar, ante un mercado de cambios controlado por el gobierno pero con un acotado margen de maniobra.
Igualmente, el hecho de que Scioli no haya resultado amplio ganador en la primera vuelta, y por lo tanto con un final abierto en el balotaje, ha dado una inyección de optimismo al mercado de la vecina orilla, con un dólar blue que bajó su cotización y una recuperación de las acciones bursátiles, ante la posibilidad de un cambio en la política económica.
Se abre ahora una nueva instancia en la campaña electoral de cara al compromiso definitivo, y en clima de tensiones y distorsión preelectoral ambos candidatos no deberían dejarse llevar por la tentación de la promesa fácil para seducir al electorado.
Es que además, hay un alto grado de impenetrabilidad en el estado de las cuentas del Estado en el marco del legado “K”, y no hay buena voluntad que pueda contra la realidad.
Es decir que queda un sabor agridulce para quienes apostamos a una Argentina que pueda aprovechar su enorme potencial de recursos naturales para salir adelante, con un potencial incluso de similar proyección de sus recursos humanos, y que sin embargo se ha visto embretada en su desarrollo por políticas cortoplacistas y ambiciones personales y sectoriales que muchas veces han primado sobre el interés general.
De todas formas, hay un convencimiento generalizado en los empresarios, actores económicos, y la propia población, de que tanto Scioli como Macri tienen una actitud mucho más tolerante y de perfil abiertamente opuesto a la veta autoritaria de la actual mandataria Cristina Fernández.
Este factor no es poca cosa, teniendo en cuenta cómo se las han gastado los gobiernos kirchneristas tanto en el frente interno como en el externo, donde el común denominador ha sido la confrontación y la búsqueda de derrotar al “enemigo”, en lugar de la búsqueda del diálogo y el máximo consenso posible.
Por lo tanto todo indica que cualquiera sea el ganador del balotaje, desde el gobierno no se habrá de motivar el clima de crispación, de enojo, de choque, de avasallamiento de las minorías que es cosa de todos los días en la ocupante actual de la Casa Rosada, y que los argentinos puedan procesar tanto sus disensos como sus acuerdos con amplio sentido democrático y republicano.
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