Paysandú, Viernes 20 de Noviembre de 2015
Opinion | 16 Nov Con un fuerte llamamiento a practicar la tolerancia, en un planeta que padece cambios continuos en sociedades cada vez más diversas, el secretario general de la ONU, Ban ki-Moon, reflexionó en la existencia de una mayor intercomunicación tecnológica, pero que no ha logrado un mejor entendimiento entre los seres.
Con el paso de los años se observa un aumento de las zonas conflictivas e injerencia en los asuntos de terceros países, que han provocado una escalada de violencia y respuesta a acciones bélicas de inusitadas consecuencias.
El aumento del fanatismo religioso e ideológico, las violaciones constantes a los derechos humanos en los diversos regímenes políticos y el mayor desplazamiento de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, se transmutan en un caldo de cultivo para la intolerancia.
Su transformación en un medio y no en el fin de las cuestiones, requiere de una evolución de las comunidades, que a pesar de la experiencia, no se han preparado para una cultura de paz que se identifique a partir de las numerosas posibilidades existentes.
Sin embargo, la raíz nace en el hogar y allí se observará el primer punto de encuentro con la intolerancia bajo un manto de desapego con las reflexiones o debates íntimos, que permitan dejar fluir los procesos de aprendizaje para cada edad y así adaptarse a una convivencia.
El temor a lo desconocido sienta las primeras bases intolerantes que deberán remediarse con una educación ampliada desde la casa al aula y viceversa, tomando en cuenta a la totalidad de las entidades educadoras como un fin en sí mismo.
El origen latino del vocablo implica sostener o soportar y supone la aceptación de un elemento contrario a las reglas generales. No obstante, la historia de la humanidad hasta estos momentos demuestra una cadena de revoluciones, terrorismo y persecuciones que atraviesan las fronteras y complejizan las relaciones humanas.
La intolerancia proviene de conductas que se creen justificadas o por encima de un bien común y exhiben a sus víctimas como el blanco de ataque, en tanto la presentación de una persona o un colectivo como inferior anulará la empatía y será más fácil emplear la victimización. De este concepto parte también la violencia sexista instalada en comunidades acostumbradas a marcar las diferencias de estatus y poder, con lo cual inevitablemente se crearán prejuicios. Es así que la intolerancia permanece estrechamente ligada a la violencia y eso explica las reacciones encadenadas e ilimitadas que no respetan fronteras.
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