Paysandú, Domingo 22 de Noviembre de 2015
Opinion | 17 Nov Pasan las décadas y pese a la evolución tecnológica, a los cambios del mundo moderno, a la globalización, a la reciente década de bonanza, es innegable que en esencia América Latina --incluyendo a Uruguay, naturalmente-- depende de una economía de base rural, salvo países esencialmente petroleros, como Venezuela. Por lo tanto, todo lo que signifique avances en la forma de explotación, en la productividad, en la optimización de recursos, en el derrame de riqueza sobre todos los sectores de la economía y especialmente en los actores directos de la generación de esta riqueza, es de vital importancia en el subcontinente.
En este contexto debe evaluarse el desarrollo la semana anterior en la ciudad brasileña de Curitiba, capital del estado de Paraná, del III Foro de Agricultura de América del Sur, que apunta a buscar coincidencias en cuanto a la importancia del agronegocio para la economía latinoamericana y para una “sociedad cada vez más urbanizada”.
Los expertos analizan que esta región avanza hacia una sociedad cada vez más urbanizada y, por lo tanto, cada vez más dependiente de la economía rural, en tanto los últimos datos indican que Latinoamérica cuenta con una población rural de 37,7 millones de habitantes y acapara el 30% del mercado global de grano y el 28% de carne, respectivamente.
El agronegocio es el principal segmento económico en toda la región y en Brasil es responsable de cerca del 25% del Producto Bruto Interno (PBI). Pero las últimas previsiones de los analistas de los bancos privados apuntan a que la economía de Brasil se contraerá este año en torno al 3%, en tanto la previsión es que el agronegocio en el país sudamericano crezca en torno al 1,5% en 2015.
En el caso de Brasil, expertos consideran que es necesaria una mayor inversión en el campo que favorezca la industrialización del sector, lo que permitiría optimizar la producción y estabilizar los precios.
En el plano global, debe tenerse en cuenta que en América Latina se producen actualmente 310 millones de toneladas de grano, de las que 200 millones son producidas en Brasil, país que según esas fuentes, tiene un potencial que permitiría duplicar esa cifra.
Existen igualmente coincidencias en los técnicos y autoridades del foro de que en líneas generales ni los gobiernos ni las respectivas sociedades de los países de la región le dan la importancia que deberían al mundo rural, y que en cambio sí aprovechan el esfuerzo de quienes viven en ese medio para potenciar la economía en las áreas en que el agro obra como motor.
Y en América Latina, como en todo el mundo, se ha acrecentado el fenómeno de la urbanización, de la búsqueda de mejor calidad de vida por vastas poblaciones que migran desde las zonas rurales en busca de oportunidades, en parte porque también la tecnología ha permitido que se emplee menos mano de obra en determinados emprendimientos sobre todo de base agrícola, y merman las oportunidades laborales para las familias de menores recursos. A la vez, la masificación de las explotaciones, la necesidad de competir en el mercado internacional con menores costos ha sido determinante para la maquinización de los procesos en todo lo que sea posible.
Este proceso de urbanización es irreversible, si tenemos en cuenta que es un fenómeno que ocurre desde el fondo de la historia de la humanidad, con familias congregadas en pequeñas comunidades rurales como forma de sostenerse, para luego irse formando ciudades en las que fue floreciendo el comercio y luego la industrialización, con la producción masiva y la inflexión que implicó la revolución industrial, la puesta de determinados bienes al alcance de un número creciente de sectores de la población, y por lo tanto dando lugar a un escenario socioeconómico muy diferente al de 200 o 300 años atrás.
La región latinoamericana no ha escapado a este proceso, solo que a diferencia de los países industrializados, la fuente de su riqueza y potencial desarrollo sigue pasando por una economía de base agropecuaria.
Ello da a la América Latina un perfil distinto en cuanto a la importancia de la economía rural como sostén del desenvolvimiento del tramado socioeconómico en sus respectivos países, y por lo tanto no es lo mismo lo que aquí ocurra que en las explotaciones de la Unión Europea, por citar situaciones muy diferentes, y teniendo presente por ejemplo que en el Viejo Continente abundan los subsidios para proteger su producción y la permanencia de sus poblaciones en el medio rural, donde además tienen una calidad de vida muy superior a la de los habitantes del medio rural en nuestro subcontinente.
Hay, por lo tanto, una realidad específica en América Latina, con elementos diferenciales en una diversidad de áreas. Ocurre que teniendo en cuenta la incidencia de la economía de origen agropecuario en la región, y su proyección para las próximas décadas, quedan materias pendientes para potenciar la producción, como es el caso de generar una infraestructura adecuada para atender las realidades socioeconómicas pero también para adecuar la logística a las necesidades de los principales rubros de explotación.
Algo se ha avanzado en los últimos años --falta naturalmente un mayor proceso de valor agregado para no solo exportar materia prima para industrializar--, pero la primera reflexión que surge es que se ha desaprovechado gran parte de la bonanza surgida en la última década por la favorable coyuntura internacional ante los elevados precios de los commodities para volcar más recursos hacia infraestructura y atender debilidades del sector agropecuario, como regla general en la región, y ello es determinante para que se mantengan determinadas flaquezas que están comenzando a reaparecer y que estaban disimuladas por el buen momento de los mercados internacionales.
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