Paysandú, Lunes 23 de Noviembre de 2015

Ataque al sistema republicano, la democracia y la libertad de culto

Opinion | 20 Nov El enemigo despiadado y cruel que se esconde en todo terrorista, para quien la vida humana no vale un ápice --ni siquiera la suya --, como ha ocurrido a lo largo de la historia, adquiere su máxima proyección en el caso de las acciones que protagonizan integrantes del Estado Islámico (EI), porque no se trata solo de un asesino para quien el fin justifica los medios, sino que considera que un ser humano abatido en su cruzada irracional no es un daño colateral, sino un objetivo y un galardón. Es que lamentablemente los fanáticos nucleados en este grupo están en guerra contra el mundo occidental, por pretender una definición entendible por todos, en aras de un fanatismo religioso que no tiene parangón en sus métodos y objetivos.
Una visión muy real del pensamiento del grupo terrorista que recientemente cometió los crueles atentados en Francia surge de la crónica que a propósito del tema publicó el diario El País de Madrid, aludiendo al odio que trasunta el EI hacia Francia, específicamente porque es el símbolo de los valores que combate en occidente, que no comulgan con los del fanatismo musulmán excluyente y asimilado a escenarios de miles de años atrás.
Relata la publicación que “‘golpea su cabeza con una roca, o mátalo con un cuchillo, o atropéllalo con tu coche, o empújalo desde un lugar elevado, o asfíxialo, o envenénalo’. Así fue como, en setiembre de 2014, el portavoz oficial del Estado Islámico, Abu Mohamed Al-Adnani, ordenó a sus partidarios que ejecutaran a ‘todos los descreídos’ occidentales, ‘especialmente, los sucios y despreciables franceses’. Cuatro meses después, la redacción de Charlie Hebdo y un supermercado judío de París eran víctimas de ataques, a los que luego sucedieron la decapitación de un empresario en Lyon y el ataque frustrado en un tren de alta velocidad que viajaba de Amsterdam a París, y ahora el atentado en cadena que ha sacudido de nuevo la capital francesa”.
Estas reflexiones en buena medida se confirman si se tiene en cuenta que según la fiscalía de París, los terroristas que asaltaron El Bataclan justificaron su violencia por la implicación francesa en la coalición que golpea los bastiones yihadistas en Medio Oriente, pero desde otros observadores este argumento no es convincente, por cuanto el 95% de los ataques aéreos contra el ISIS en Siria e Irak son iniciativa de estadounidenses, al punto que Francia, que no empezó a bombardear los feudos del ISIS hasta setiembre de 2015, sería responsable de solo un 4% del total de esas ofensivas.
Políticos, historiadores y otros expertos coinciden en que existen razones que van más allá de lo puramente militar en estas acciones de los terroristas, al punto que “se trata de un ataque a nuestros valores. No solo los de Francia, sino los de todos los países que comparten la fe en la democracia, la tolerancia y el valor del ser humano. Se trata de una embestida contra los valores de la Ilustración del siglo XVIII, contrarios a su visión totalitaria del mundo”, según la visión del exministro socialista Jack Lang, quien preside el Instituto del Mundo Árabe en París.
Explica en este sentido que “atacan a todo Occidente, pero Francia es un país especialmente simbólico, no solo por nuestra firme participación militar en Siria, sino por ser el lugar de la Revolución de 1789 y del Siglo de las Luces”.
Precisamente este sería el parámetro guía de este fanatismo religioso y cultural, porque por más que mandatarios occidentales tratan de soslayar estos aspectos para no echar leña al fuego, teniendo en cuenta el alto porcentaje de inmigrantes musulmanes, sobre todo en Europa, este es un aspecto presente en cada uno de los actos de violencia extrema y da cuenta de que estamos ante atentados que trascienden los aspectos meramente religiosos.
“El apego de los franceses a los valores republicanos, especialmente el laicismo, es algo que contraría al islam radical, incluido a sus partidarios residentes en Francia. Es un argumento recurrente, que permite movilizar mejor en su entorno”, afirma por su lado Jean-Charles Brisard, consultor internacional en terrorismo y experto sobre la financiación de las redes yihadistas, tras haber sido asesor de distintos ejecutivos conservadores en los noventa, y según Brisard, la ley contra el velo islámico en escuelas y sedes de la administración francesa, aprobada en 2004, marcó un punto de inflexión.
Precisamente, en sintonía con las reflexiones anteriores, Balanche considera que “Francia es el país al que más apunta el EI, por defender un sistema de valores en las antípodas del suyo, pero también por ser el país que más yihadistas proporciona. Serían 600 en Siria e Irak, según datos del Ministerio del Interior, pero más de 2.000, según fuentes no oficiales de los servicios de inteligencia. Todos ellos son susceptibles de volver al territorio francés para perpetrar atentados”, precisa.
“Con sus ataques, el EI intenta provocar que se estigmatice a la población musulmana que vive en Francia, como pasó tras el atentado a Charlie Hebdo. Pretenden que esa población se diga que no vale la pena integrarse en este país, donde existen muchos problemas de integración, y se termine radicalizando”, puntualiza.
Este es uno de los aspectos centrales a tener presente en este esquema perverso que plantean los terroristas, el de la acción y la consecuente reacción, el de la búsqueda de la respuesta violenta destemplada de extremistas de este lado del mundo que a su vez victimice a musulmanes inocentes que residen en Occidente, y así se realimente el odio para llevar agua hacia su molino y pretender justificar sus cruentos atentados.
Y ante este escenario, la gran pregunta –por ahora sin respuestas, solo especulaciones con alternativas peores que otras-- refiere a la estrategia a llevar adelante por los agredidos por este intento de colonización, porque a fuer de sinceros, la experiencia indica que razonar con fanáticos es inútil, porque además su crueldad y desprecio por sus adversarios y la vida humana hace que dejen a poblaciones inocentes como rehenes y carne de cañón prescindible en aras de sus delirantes objetivos.


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