Paysandú, Miércoles 25 de Noviembre de 2015

Debate, balotaje, y no me digas lo que vas a hacer

Opinion | 19 Nov A pocos días del balotaje que definirá quién será el nuevo presidente argentino, aparece como única certeza a esta altura, que habrá un nuevo talante en el ocupante de la Casa Rosada respecto al perfil autoritarista y soberbio de la actual mandataria, aspecto que ha signado las relaciones con nuestro país, pero también promovido y realimentado la intolerancia y la división en el espectro político y la relación ríspida entre poderes y los sectores sociales que conforman el tejido socioeconómico argentino.
Felizmente, ni Macri ni Scioli aparecen con el sesgo de un kirchnerismo que ha actuado en base a la búsqueda de la imposición y muy lejos del consenso, de situar al adversario como el enemigo que hay que erradicar, y que ha trasladado estas pautas a las relaciones internacionales y a la propia política económica.
Los argentinos tienen ante sí este domingo la convocatoria para la definición en el balotaje, a un mes de haber participado en una nueva convocatoria enmarcada en la etapa de institucionalidad democrática que felizmente ha vivido el vecino país tras la dictadura, y períodos muy complicados en la reinstitucionalización democrática, con gobiernos surgidos de las urnas que sin embargo no pudieron culminar sus períodos.
Sin dudas las cosa, no van a ser fáciles para el próximo gobierno, porque el kirchnerismo deja una realidad económica que es en esencia un “paquete” que es preciso desatar de a poco, pero que tan pronto se tire del piolín, la presión interna hará un desparramo que resultará muy difícil de contener, a partir de las enormes desaguisados que habrá que tratar de enmendar.
Es que la política económica kirchnerista es una suma de medidas voluntaristas que incluyeron disponer de dinero para uso interno por el no pago de la deuda externa, y una cadena de subsidios, proteccionismo y notoria inestabilidad económico-financiera, que ha llevado a la Argentina a aislarse del mundo con políticas a contramano del sentido común, y que no pueden mantenerse mucho más, porque los ajustes van a resultar más traumáticos cuanto más tiempo se deje pasar.
Y este es el aspecto que quedó de relieve con el debate televisivo que tuvo lugar el domingo entre los dos candidatos que disputarán el balotaje, cuando los aspirantes aparecieron ante los millones de telespectadores cuidándose más de no perder, es decir apostando a no caer en errores, antes que a exponer realmente su pensamiento y anunciar lo que deberán inevitablemente hacer en cuanto inicien su gestión en caso de recibir el respaldo de las urnas.
Por tanto, es indudable que no se trató de un real debate, por más que ambos plantearon determinadas interrogantes tratando de embretar al adversario, porque en los hechos cada uno expuso sus propios argumentos y no respondió a las preguntas del otro, o apeló a evasivas para dejar en una nebulosa la mayor parte de lo que propone.
Es que la década de favorable contexto exterior de que gozó la región permitió disimular algunas de las graves distorsiones de la política económica “K”, y a esta altura de los acontecimientos la situación se torna insostenible e inexorablemente está llegando la hora del sinceramiento de la economía.
Y este legado es el que recibirá el ganador del balotaje del próximo domingo, un aspecto que ambos candidatos tuvieron muy presente a la hora de exponer sus lineamientos y preguntas en el debate, al punto que fue mucho más que no se dijo que lo que se anunció como propuesta de gobierno.
Es que para gobernar primero hay que convencer, y por ende no es políticamente bueno anunciar de antemano las decisiones que se deberán tomar, y que no siempre serán simpáticas.
Es que si bien, como regla general, el electorado desconfía de las promesas fáciles --aunque en su fuero íntimo el ciudadano desearía que las cosas fueran como se las pintan--, tampoco es afín a votar a quien con absoluta franqueza reconozca que vendrán tiempos difíciles, que es necesario hacer ajustes porque la fiesta se acabó, y que seguramente se verá afectado su bienestar, porque el dinero que se gastó en asistencialismo ya se fue, porque no hay de dónde sacar más recursos para seguir pagando subsidios a los precios y el dólar deprimido resulta insostenible para la competitividad, y que por lo tanto hay que levantar el cepo cambiario.
Macri sabe que va a tener que hacerlo, y lo mismo ocurre con Scioli, pero ambos asumen que no pueden conceder la ventaja al adversario de mostrar las cartas antes de la elección, y que una vez se acceda al gobierno, se buscará la forma de justificar lo que se tendrá que hacer inevitablemente para que el país no siga desbarrancándose.
Por lo tanto, cada cual a su modo deja puntos oscuros en cuanto al tenor de las medidas inmediatas de su programa, en el entendido de que la otra alternativa es renunciar a obtener la presidencia, en lo que es seguramente una flaqueza inherente a la campaña electoral y un compromiso implícito entre elegido y elector: no me digas toda la verdad, porque es amarga, y a cambio yo te voto para que lo hagas, haciendo como que fui demasiado crédulo.
Pero en los hechos, todos sabemos que el remedio siempre es amargo, y que es imposible seguir con el autoengaño eternamente.


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