Paysandú, Miércoles 25 de Noviembre de 2015
Opinion | 24 Nov Tras el pronunciamiento popular del domingo, todo indica que se avecina una nueva era en la Argentina. De esta manera, lo que ha terminado --esperamos que de manera definitiva-- es una modalidad de gobernar por imposición sobre quienes piensan distinto, que ha sido el perfil del matrimonio Kirchner y sus colaboradores al frente de la vecina nación.
Mauricio Macri será el presidente de la Argentina, tras imponerse sobre su rival oficialista Daniel Scioli, quien al igual que su adversario ahora electo pretendía obtener el respaldo de los votantes del tercer candidato Sergio Massa, el que logró el 20 por ciento del total en la primera vuelta. Pero el líder de “Cambiemos”, quien había salido segundo, obtuvo la mayoría de las preferencias de estos votantes de origen peronista, que claramente no comulgan con el kirchnerismo.
Acallados ya los festejos, tras el momento de las celebraciones, de evaluación de quienes resultaron vencedores y vencidos, desde esta orilla lo que salta a primera vista es que estamos ante un triunfo de la democracia en una nación que lamentablemente ha sufrido avatares por golpes de Estado en gran parte de su historia, y de esta forma ha llegado ahora a treinta años de democracia y sucesión de gobiernos que han surgido de la institucionalidad democrática y el consecuente pronunciamiento popular.
Durante la última fase de la campaña, electoral, notoriamente el candidato oficialista apeló a la vieja práctica de generar el temor entre los votantes indecisos, repitiendo una y otra vez, en lugar de formular sus propuestas, que con Macri se venía “el ajuste” y el empobrecimiento de los sectores populares, porque habría devaluación, quita de subsidios y otras medidas que serían un impacto muy negativo para los sectores de menores recursos.
Esta es una apelación que se hace generalmente por gobiernos voluntaristas, que buscan retener al electorado cautivo en base a medidas asistencialistas, para perpetuarse en el poder. Naturalmente, es una grosera distorsión de la realidad, en este caso al soslayar nada menos que el hecho de que el Gobierno saliente --y el que lo precedió-- de los “K” han estructurado un esquema perverso en la economía, ignorando las leyes de mercado y aislándose del mundo. Scioli no lo dijo, por conveniencias electorales, pero en realidad, cualquiera fuera el presidente que asumiera tras esta elección, no podría evitar por mucho tiempo más un sinceramiento de la economía.
Ciertamente, el ganador tendrá ante sí el desafío de adoptar medidas para reactivar una economía estancada por la escasez de inversiones, además de controlar una alta inflación atacando sus causas, al tiempo que deberá procurar reducir los niveles de inseguridad.
El triunfo de Macri augura en principio que la Argentina habrá de sincerarse mediante políticas que tengan en cuenta los mercados, luego de 12 años de fuerte intervención estatal, controles cambiarios y restricciones comerciales.
Pero para poder acceder al poder hay que convencer a través de una campaña electoral, y Macri debió efectuar concesiones en sus anuncios de futuras medidas. Es así que originalmente proponía la apertura irrestricta de los mercados y austeridad fiscal, pero se vio obligado a asumir el compromiso de que mantendrá los subsidios a los más pobres y la gestión estatal de la petrolera YPF, entre otras medidas, embretado por los fantasmas agitados por Scioli, que ponía ante la opinión pública a Macri como el promotor del “ajuste” para el empobrecimiento general.
Tampoco es de esperar que la posibilidad de eliminar el dólar oficial y el blue, desmantelando el cepo cambiario pueda lograrse de forma inmediata, sino que debería encarar un proceso lo menos traumático posible, porque sin dudas el kirchnerismo herido y con ansias de poder, le pasará facturas y se hará el inocente respecto al legado que dejó al ahora presidente electo, con un paquete de subsidios, pérdida de reservas, elevada inflación y baja inversión.
No puede obviarse, además, que como consecuencia de una fuerte baja de los precios de las materias primas que exporta, la economía de Argentina está estancada desde hace años después de una década de fuerte crecimiento impulsado por las ventas de granos como la soja y por un robusto mercado interno.
Aunque no dio demasiadas certezas sobre sus primeras políticas económicas, Macri ya adelantó que reduciría un cuestionado impuesto que grava los salarios altos y medios y la tasa a las exportaciones agrícolas, las principales fuentes de divisas del país.
Además dijo que buscará fortalecer las bajas reservas del Banco Central con un fuerte ingreso de divisas al país, devaluar el peso local e iniciar negociaciones con acreedores de deuda impaga que están trabando el acceso del país a financiamiento internacional.
No va a ser una tarea fácil, porque además el mandatario electo enfrentará un Congreso dividido, con el peronismo en la oposición, y necesitará un amplio diálogo con los opositores para obtener los votos en apoyo a sus medidas, lo que no aparece como algo accesible, por cuanto desde que volvió la Argentina a la democracia, ningún gobierno no peronista ha podido terminar su período ante el intransigente reclamo de los gremios, organizaciones sociales y corporaciones dominadas por el Partido Justicialista.
Y como reflexión de carácter general, porque viene al caso, es pertinente señalar el valor republicano y democrático del balotaje tras instancias electorales sin mayoría absoluta, que permite que los electores lleven al sillón presidencial a quien realmente tiene mayor adhesión de la opinión pública.
Sin balotaje, como había ocurrido reiteradamente en nuestro país, hubiera triunfado quien lideraba la minoría mayor en la primera vuelta, pero no necesariamente la mayoría del electorado, como quedó de relieve en esta segunda vuelta, en que los votantes ungieron presidente a quien salió segundo, y esta es una lección que no debe olvidarse.
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