Opinion | 30 Nov En Uruguay, el 14% de los adolescentes en edad liceal sufre algún tipo de patología alimenticia, al tiempo que de ese total, el 88% son mujeres y el 12% varones.
Mientras aumenta la cantidad de pacientes que reciben tratamiento por una enfermedad que contiene un 40% de aspecto genético y 60% social, se visibilizan cuestiones relacionadas a dietas obsesivas para cuerpos delgados y una imagen culturalmente inverosímil que devuelven las modelos en televisión.
A esto se suma la subestimación existente con una enfermedad que provoca serios trastornos en el organismo y cada vez obtiene más “insumos” por Internet, donde pululan las dietas mágicas en sitios web que se vuelven imposibles de controlar o se instalan grupos de Whatsapp, donde se dan consejos para la adquisición de laxantes u orientan en el relacionamiento con los padres que exigen una correcta alimentación.
Esta enfermedad se extiende al sobrepeso y obesidad generado por un desarreglo de las pautas en la ingesta de alimentos, basado en la depresión, desequilibrios hormonales o ansiedad y suelen ir acompañados por un consumo desigual de calorías, donde no existe el desayuno o el almuerzo trasciende a las apuradas. Es así que se concentra la alimentación en horas de la tarde y fundamentalmente en la noche cuando el cuerpo se prepara para el descanso, pero el aparato digestivo no se detiene.
En el marco del Día internacional de lucha contra los trastornos alimenticios --que se recuerda hoy-- se confirma el incremento de una problemática cada vez más relacionada con el contexto familiar y las presiones sociales que conllevan inadecuados comportamientos colectivos basados en la imagen o las percepciones de uno mismo. Además se registran inicios a edades precoces, donde se deberán contrarrestar los mensajes contradictorios con expectativas realistas.
Sin embargo, contrariamente a los rápidos resultados logrados detrás de los mensajes publicitarios que presentan siluetas óptimas, los tratamientos no resultan sencillos ni cortos ante una combinación de conductas permanentes a lo largo del tiempo que requieren una atención interdisciplinaria.
Las posibilidades existen y comienzan en el hogar, con la prevención y capacitación de comunidades fortalecidas en parámetros saludables que optimicen recursos propios o de las sociedades y permitan un cambio trascendental en sus hábitos.