Paysandú, Viernes 04 de Diciembre de 2015
Opinion | 27 Nov En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la Comisión Departamental de Lucha contra la Violencia Doméstica entregó al intendente Guillermo Caraballo un resumen de sus actuaciones durante el año, donde se destacó que la Unidad de Violencia Doméstica del Ministerio del Interior tramitó 1.260 denuncias y los tres juzgados de Familia sumaron 586 expedientes e incorporaron otros 450 casos de niños con sus derechos vulnerados, en tanto en su área de atención, Comepa registró 147 situaciones y el INAU contuvo a unos 25 niños en situaciones de violencia.
Los números en sí resultan reveladores y hasta escalofriantes, aunque simplemente reflejan un escenario al que asistimos o vivimos todos los días, en todas las capas sociales, con marcado énfasis y prevalencia a medida que desciende la formación cultural, lo que no quiere decir igualmente que en otras franjas este nefasto fenómeno no se manifieste.
También estamos ante un escenario que no es nuevo, sino que se ha dado desde el fondo de la historia de la humanidad, pero en las cifras actuales posiblemente se esté reflejando que se ha tomado conciencia, tanto en las víctimas como en su entorno-- que tales hechos deben denunciarse. Eso estaría demostrando que anteriormente había un subregistro de estos actos de violencia doméstica, que tienen por supuesto un alto grado de origen cultural y cierta tolerancia hacia un rol preponderante del hombre en la relación conyugal y el viejo esquema del jefe de hogar por excelencia, una figura que hoy ha quedado desvirtuada en gran medida.
En el plano local, en el que estábamos, en el Memorial instalado en Plaza Constitución que recuerda el Día Internacional de Lucha contra la violencia hacia la mujer, se llevó adelante una parte oratoria a cargo de representantes de los trabajadores, de los sectores de la salud y educación, la titular de la Unidad de Equidad, Género y Derechos Humanos, Mariela Coiro, y el presidente de la citada comisión local, Ricardo Fleitas, para hacer referencia al escenario que se vive en nuestro medio y a las acciones coincidentes que se están llevando adelante por la conjunción de organismos del Estado y organizaciones sociales de apoyo, para encarar una problemática muy complejo.
El referente departamental de Inmujeres, Fernando Torres, señaló que el mencionado organismo, como otros similares, “acompaña el trabajo interinstitucional relacionado a la lucha contra la violencia de género y su compromiso con el consultivo nacional en la ampliación del sistema de respuesta” a este flagelo.
Anunció que esta dependencia del Ministerio de Desarrollo Social “gestiona una casa de breve estadía ubicada en Montevideo, con dirección anónima, orientada a las mujeres que atraviesan situaciones de violencia con riesgo de vida y sus hijos”. El proyecto plantea la instalación durante el quinquenio de un hogar transitorio al norte del río Negro, la extensión del sistema de tobillera electrónica y la atención a mujeres víctimas de la trata.
Recordó que paralelamente, la dependencia departamental “atendió 117 nuevos casos”, que sumados al seguimiento de años anteriores significa que “se atendieron más de 500 situaciones a cargo de un equipo multidisciplinario que lleva adelante su abordaje y acompañamiento”.
Por su parte, el colectivo de activistas Manos Púrpuras, que reúne a transexuales, travestis, lesbianas y gays, también realizó una intervención en el memorial, habida cuenta de que nuclea a grupos de la sociedad que figuran entre los principales destinatarios de hechos de violencia de intolerantes que los discriminan por su inclinación sexual, un aspecto este colateral a la tradicional violencia doméstica que se asimila a lo que ocurre en el seno del hogar como regla general.
Pero el hecho es que más allá del simbolismo de esta jornada conmemorativa, gradualmente se va agravando en la sociedad un problema que es cierto, responde en prácticamente un noventa por ciento a pretendidos actos de machismo e intolerancia signada por la violencia contra la mujer, pero que también recoge un cambio en el comportamiento y la actitud, la degradación de valores en la propia sociedad, incluyendo factores desencadenantes como la ingesta de alcohol, la drogadicción, hogares monoparentales signados muchas veces por relaciones ríspidas cuando se integra otra pareja y se encara una problemática adicional con los hijos, y encima se conjugan problemas económicos para lograr el sustento diario, que abona la explosión de ira e intolerancia.
Asimismo inciden parámetros distintos de orden cultural para juzgar responsabilidades y conductas en la pareja, que responden a concepciones machistas tradicionales y aún vigentes con marcado énfasis en determinadas comunidades, que reflejan una laxitud que también a menudo es compartida por mujeres que entienden es preciso preservar un ordenamiento natural y tradicional y no están por ejemplo de acuerdo con la tendencia de emparejar roles entre los sexos, porque cada uno tiene su lugar asignado por características y estructura natural.
Más allá de las diferencias entre concepciones y roles, muchas veces la resistencia a la participación de la mujer en determinadas actividades refleja visiones ancestrales y conservadoras, y en el caso de la violencia, la diferencia en fuerza bruta es un factor omnipresente que alienta la intolerancia y la inclinación a la violencia en los autores de tales hechos, en toda su gama de posibilidades, que va desde la agresión verbal consuetudinaria a la acción física que puede terminar en asesinatos brutales.
Es preciso seguir trabajando enfáticamente en el tema, en el que se ha avanzado tanto en la detección como en acciones posteriores que apuntan fundamentalmente a generar protección y alternativas a las víctimas, aunque no se puedan deshacer los traumas y las consecuencias muchas veces irreparables de tales hechos.
Se requiere un valor agregado adicional en las acciones preventivas, en la educación, en la búsqueda de contención para quienes denuncian por primera vez y pueden no tener la respuesta necesaria en los organismos a los que acude, por una serie de limitaciones, pero sobre todo trabajar decididamente en no dejar que los violentos resulten impunes y no respondan por actos aberrantes cometidos contra sus parejas, sus hijos y la sociedad toda.
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