Paysandú, Lunes 07 de Diciembre de 2015
Locales | 06 Dic STANLEY, 5. (Por Enrique Julio Sánchez). Tiempo de partir. El escriba hace la valija y la siente un poco más pesada. No demasiado, solo un poco. La vida, que no es solo respirar sino comprender y tratar de asimilar emociones nuevas --o viejas en envases diferentes-- ha dado otra vez (y van...) la oportunidad de descubrir. Y de seguir en este camino de descubrirse.
Los sueños, de tanto en tanto, se convierten en realidad. Viajar y conocer parte de las islas era uno de esos sueños que se pensaban imposibles de alcanzar. Sin embargo, la realidad puede más que lo soñado.
Después de una semana dejando nuestra huella en este lugar tan cerca del fin del mundo, volver solamente es posible pensando en que --después de todo-- nuestro lugar sigue estando en el paisito y en la Heroica. Pero lo que nuestros sentidos han podido captar se va también. Por eso seguramente la valija se siente un poco más pesada. Es bueno sentirla así.
Sin dudas, a lo largo y ancho del mundo hay lugares que cumplen con las expectativas que se tienen de cómo debe ser el paraíso. Varios no se conocen, probablemente nunca se podrán conocer. No obstante, la historia personal y la historia contada dirán que una vez se encontró el paraíso, en las Falkland Islands. Habrá otros, pero también es cierto que uno de ellos es este.
No es un destino habitual para los yoruguas, aunque en la primigenia colonización de estas tierras cubiertas de turba, tan combustibles que cuando cae un rayo cunde la preocupación entre los habitantes, hubo unos cuantos, que dejaron corrales en piedra y un cerro con el nombre de Montevideo.
Tan así que revisando el libro de visitas de la isla Weddell, no apareció ningún uruguayo. De hecho, el escriba fue el primer celeste en estampar su firma y escribir un comentario.
La libra esterlina y su cotización en relación con el peso uruguayo ciertamente puede ser una causa. Otra es que no hay vuelos directos desde Montevideo. Por esa ruta aérea el viaje dura solamente dos horas y media. Cuestiones entre países impiden eso. Y hacen que aquellos del paisito con cierto dinerillo pocas veces se decidan por las islas como destino turístico. Deberían, de todas formas, decidirse. Es algo que no tiene precio y que está lleno de valor.
Vaya si lo merece. Hay tanto para visitar en la East Falkland (donde está Stanley la capital) como en la West Falkland, así como en otras islas en derredor, que una semana suena a poco. Pero es el período habitual usado por los turistas, entre el avión de llegada y el de regreso de la empresa LAN.
Solamente caminar por Stanley permite muchos placeres. Si bien es un país con historia reciente, tiene edificios como la Iglesia Catedral de Cristo, construida en 1892. Es la catedral anglicana ubicada más al sur. Afuera, un arco de huesos de ballena es iluminado por las noches.
Hay monumentos a la Primera Guerra Mundial, a la Segunda y el Memorial de la Liberación, que recuerda el 14 de junio de 1982. También se puede apreciar la Casa de Gobierno, una casa construida en 1840 con un frente de vidrio. No menos interés tiene el cementerio, especialmente porque permite acercarse a la identidad de quienes vivieron hace tiempo en esta área.
Es posible referirse a la economía en desarrollo, al turismo que busca su crecimiento, a la posibilidad de encontrar petróleo y comenzar la extracción entre 2019 y 2020, a las dificultades de relación con Argentina y a un inocultable sentimiento en contra de sus gobernantes, desde abril de 1982 al presente.
O a los inmigrantes, especialmente de Chile y de la isla Santa Elena en la costa africana, que en general se dedican a tareas de servicio tanto en el área privada como de gobierno.
Todo eso tiene importancia, todo. Pero aquí y ahora, al partir con una Pale Maiden (flor nacional desde 2001) en el bolsillo de la camisa, las imágenes que se aglomeran en el mejor disco duro jamás inventado, la memoria, tienen que ver con rostros de falkland islanders, con lugares, con olores, con gustos.
Con esas largas caminatas por la Ross Road, la calle principal, la rambla, donde parece que todo empieza o termina en Stanley. Con los viajes internos desde un punto a otro, especialmente guiados por John Fowler, “nuestro hombre en las islas”.
Las islas de casi el fin del mundo son un lugar simplemente inolvidable. Hay otros en el planeta, sí los hay. Pero en estos momentos, el escriba abandona este lugar inolvidable, que en una forma u otra llevará por siempre en el alma o como se llame eso que resume lo que somos.
La capital más al sur del planeta, Stanley, es pequeña, amigable y atrapante. Como cada lugar que se tuvo la suerte de recorrer, como Volunteer Point y la isla Weddell Es tiempo de cargar la valija y abandonar The Paddock, nuestro hogar en las islas. Rumbo al aeropuerto de Mount Pleasant, para volar primero hacia Punta Arenas, luego Santiago y Montevideo. Y en ómnibus a Paysandú. Abrazos, besos y la vida de todos los días. ¿O no es eso lo que realmente nos completa?
Antes de partir, lista de agradecimientos. A diario EL TELEGRAFO por volver a confiar en el escriba, a los lectores, que le dan razón de ser a todo lo que se escribe, al gobierno de Falkland Islands por la invitación, a la Embajada Británica en Montevideo que coordinó los detalles, a John Fowler, a Alex Olmedo, el mánager de The Paddock, a Marisol Aguilar, nuestra experta cocinera en los desayunos, a Jane y Martin Beaton por su hospitalidad en Weddell. A todos los que hicieron tiempo para atendernos, a los nuevos amigos de Chile, Uruguay y las propias islas. A Andrés Sena, María Eugenia Dupin y Carlos Alfredo Mesa, compañeros de lujo en esta cobertura periodística. Como siempre y no por ser al final menos importante (como se dice siempre), a la vida. Dar es dar, y la vida sigue dando y dando.
Es tiempo de abrocharse el cinturón, el avión comienza a rodar por la pista. Las Falkland pronto volverán a ser un punto en el Atlántico sur. Pero siempre, siempre (dentro de los límites que eso significa para un ser humano), serán el paraíso encontrado.
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