Paysandú, Viernes 11 de Diciembre de 2015
Opinion | 11 Dic El de ayer fue un día histórico para Argentina y el subcontinente, en buena medida porque es realmente un acontecimiento para festejar que en una nación con larga tradición de interregnos con gobiernos militares --incluyendo a dictaduras tan cruentas como la que se instaló en la década de 1970-- se llegue otra vez a la entrega del mando a un gobierno surgido de la voluntad popular. Mucho más aún cuando surge un balotaje, que es a la vez la oportunidad para que el soberano se pronuncie por una propuesta de gobierno sin tener que apostar a la minoría mayor, que puede muchas veces no representar realmente a quien la mayoría popular quiere poner al frente de su destino.
En este caso, a la vez, se han dado circunstancias muy especiales, porque del balotaje ha surgido como presidente Mauricio Macri, un dirigente que no es del cerno del peronismo, del Partido Justicialista, como sí lo fueron los anteriores, y este aspecto no es poca cosa teniendo en cuenta que el peronismo ha sido el partido político que ha concitado las mayorías electorales en Argentina.
Es de esperar que para bien de Argentina Macri sea el hombre adecuado en el momento adecuado, y ello naturalmente es imposible de evaluar ahora, sino que la perspectiva que da el tiempo tendrá la última palabra.
Significa una apuesta al cambio que --aunque por escaso margen-- quiso la mayoría de los argentinos en el balotaje del 22 de noviembre, en el ejercicio libre del voto que solo se puede dar en un régimen democrático. Algo muy distinto a las “asambleas populares” de mano levantada y mayorías de más del 90 por ciento, clásico de las dictaduras comunistas y fascistas, que en esencia son lo mismo: la expresión de mesianismos que imponen su carácter autoritario y su opinión por sobre las de todos los demás.
Y esta etapa nueva que se abre en Argentina, tras el marcado autoritarismo y soberbia del kirchnerismo --que no reúne tras de sí a todo el peronismo, con su gran gama de ideologías y tendencias--, sería un reto formidable para cualquiera, pero mucho más aún para un no peronista como Macri, quien no solo debe tratar de enderezar el rumbo económico del país, sino también luchar contra las corporaciones y organizaciones sociales infiltradas por el partido del anterior gobierno, que lamentablemente tienen muy poco talante democrático.
El sonado episodio de la transmisión del mando, en que no se pusieron de acuerdo el presidente electo y la mandataria saliente, no es meramente anecdótico, aunque así lo parece, sino uno más de los actos de intolerancia y soberbia del gobierno saliente, que ya desde el vamos está apuntando a desgastar al macrismo, poniendo al mandatario en varias canchas a la vez en las que deberá tratar que de una forma u otra no le tuerzan el brazo.
Una muestra clara ha sido el intento de demostración de fuerza a la que apeló la mandataria saliente un día antes de la asunción de su sucesor, cuando decenas de miles de militantes partidarios se concentraron en Buenos Aires para decirle adiós en su último día en el poder, en medio de una controversia con su sucesor Mauricio Macri cargada de drama, como epílogo de una era que polarizó a Argentina.
Esta telenovela política terminó con final en la justicia y sin la entrega del bastón, como hubiera sido bueno para dar el mensaje de continuidad democrática que se merecían los argentinos. En cambio, fiel a su línea de intransigencia y soberbia, Fernández optó por confrontar hasta el final de su mandato, y convocó a la multitud y a quienes la siguieron por pantallas gigantes desde la Plaza de Mayo, mientras develó un busto de su fallecido esposo y exmandatario Néstor Kirchner (2002-2007) en su último acto tras ocho años de gestión como primera presidenta elegida por voto popular.
En un hecho inédito en el país, Cristina Fernández no asistió el jueves a la jura de su sucesor tras defender el traspaso de mando con banda y bastón presidencial en el Congreso en “apego a la Constitución”, mientras Macri quiso que esa parte de la ceremonia fuera en la Casa de Gobierno, en respeto a una "tradición política histórica".
Y ni lerda ni perezosa, durante su discurso embistió contra la medida cautelar que pidió Macri. "Me hubiese gustado entregar los atributos de mando ante la Asamblea Legislativa, pero bueno... La verdad que he visto muchas medidas cautelares, pero les puedo asegurar que en mi vida pensé que iba a ver un presidente cautelar durante doce horas en mi país", dijo en referencia al fallo de la jueza María Servini de Cubría que determinó que su mandato venció la medianoche del miércoles y estableció que Federico Pinedo asumiera la Presidencia provisional hasta que Mauricio Macri jurara el jueves.
Con todo lo que tiene de mensaje de intolerancia y de falta de respeto hacia quienes opinan distinto, este episodio no es lo peor en esta cadena de insucesos que se han dado durante los gobiernos “K”, sino que la esencia de esta manera de pensar, en el régimen populista, está en el legado que se deja al nuevo gobierno: un Banco Central sin reservas, un atraso cambiario enorme, gran déficit fiscal, un aparato productivo y servicios del Estado que mantienen precios deprimidos a puro subsidio, una inflación galopante de la que no hay cifras oficiales creíbles porque no les interesa decir la verdad, gran cantidad de funcionarios estatales recientemente nombrados, traspaso masivo de fondos del gobierno a las provincias para dejar las cajas vacías a Macri, etcétera, etcétera.
Y si a eso sumamos que la idea madre --ojalá nos equivoquemos de medio a medio-- es hacerle la vida imposible al nuevo gobierno, convendremos en que nos queda un sabor agridulce para quienes observamos desde esta orilla el proceso argentino, porque muy flaco favor se le hace a un país cuando los personalismos y los sectarismos pretenden ponerse por encima de todo.
EDICIONES ANTERIORES
A partir del 01/07/2008
Dic / 2015
Lu
Ma
Mi
Ju
Vi
Sa
Do
12
12
12
12
Diario El Telégrafo
18 de Julio 1027 | Paysandú | Uruguay
Teléfono: (598) 47223141 | correo@eltelegrafo.com