Paysandú, Miércoles 16 de Diciembre de 2015
Opinion | 12 Dic De acuerdo con cifras divulgadas en las últimas horas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), al menos 1,7 millones de personas quedaron desempleadas en 2015 en América Latina y el Caribe, donde se manifiesta un índice de desocupación promedio de 6,7%, el mayor en cinco años y que tiene a Brasil, con su crisis, como principal impulsor al alza del índice.
En un contexto de desaceleración económica global, “se espera que en 2015 el dato final de desocupación sea de 6,7%. Debido a la baja tasa de crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) esperada, las tasas de ocupación podrían continuar débiles en 2016”, explicó la OIT e indicó que “eso permite proyectar que, en 2016, se volvería a incrementar hasta el 6,9%”.
El aumento del desempleo en la región se explica por un cambio de tendencia en los indicadores de empleo, con un deterioro en la situación laboral de las mujeres y los jóvenes, e indicios de que podría estar subiendo la informalidad, a través de generación de empleos de menor calidad.
José Manuel Salazar, director regional de la OIT, expuso en torno a esta problemática que “los efectos acumulados de la desaceleración económica, que se inició hace tres o cuatro años y que se profundizó en 2015, pueden describirse como una crisis en cámara lenta”.
El Fondo Monetario Internacional evaluó que América Latina, principal productor de materias primas, se contraerá un 0,3% en 2015 y apenas se expandirá en 2016, situación que impactará directamente en la producción y, por consiguiente, en la generación de empleo en naciones que dependen de las producciones primarias.
Una de las consecuencias de este escenario es el incremento de la actividad de cuentapropistas en la región como contrapartida a la falta de demanda de mano de obra en las empresas formales. Esto se suma a la ya de por sí inclinación a trabajar en negro y a la evasión --incluso en las empresas instaladas legalmente--, conspirando no solo contra la recaudación del Estado, sino contra la situación de los propios trabajadores.
Pese a que los organismos internacionales toman a la región como un todo, hay incidencia disímil según el país de que se trate. Es indudablemente que Brasil entró en recesión, tirando abajo los números en el subcontinente. No debe menospreciarse el efecto contagio de Brasil, por cuanto es un gran socio comercial en la región y si no canaliza demanda hacia sus vecinos, el efecto de arrastre es inevitable.
En cuanto a los números, el informe detalla que la desocupación ha aumentado en seis de los 17 países para los que se cuenta con información. El incremento total se explica porque uno de estos países es Brasil, donde el desempleo se incrementó en 1,5 puntos porcentuales.
Además de la desaceleración económica mundial, “la situación de crisis política agrega dificultades en Brasil”, que representa en el mercado laboral un 40% del total de la región, agregó Salazar. En este contexto debe tenerse presente que unos 40 millones de personas salieron de la pobreza en Brasil desde 2003, en gran parte gracias a políticas de distribución de renta aplicadas en los dos gobiernos de Luiz Inacio Lula da Silva (2003-10) y su sucesora Dilma Rousseff.
Paralelamente, en la última década, el alto precio de las materias primas --gracias a la demanda china-- apuntalaba el crecimiento de Brasil, con una fuerte demanda de mineral de hierro, carne y café. Pero la desaceleración de China ha complicado las cosas no solo para Brasil, que se ve además sumido en una crisis política que ha afectado a Rousseff.
Ahora, lo que ocurre en Brasil y en la mayor parte de los países de la región, con un aumento significativo del desempleo y desaceleración, no debe sorprendernos porque la economía mundial se da en ciclos y las naciones del subcontinente se vieron favorecidas por el viento de cola de la economía mundial por más de una década. Hubo un período extenso en el que de haberse hecho las cosas bien por los gobiernos de la región --uno de los casos paradigmáticos es Chile-- los ingresos adicionales podrían haberse utilizado para atender no solo las urgencias, sino para generar inversiones en determinadas áreas.
Pero salvo excepciones, la mayoría de los gobiernos “progresistas” hizo gala de políticas populistas, gastaron los ingresos adicionales y hasta quedaron endeudados, lo que indica que siguieron indefectiblemente atados a la suerte de las materias primas, sin margen de maniobra. Y, ahora, cuando los ingresos se han reducido, aparecen los problemas estructurales de siempre y la sustentabilidad de las políticas ha quedado en tela de juicio, por decir lo menos.
De esta forma, esfumados los recursos que venían del exterior a manos llenas, muchos de quienes habían salido estadísticamente de la pobreza han quedado expuestos a estos avatares, con gobiernos que ya no están en condiciones de seguir aplicando políticas asistencialistas y, por ende, con una problemática que presenta varios –demasiados-- puntos en común con la que se tenía antes de la década de oro.
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