Paysandú, Martes 22 de Diciembre de 2015
Opinion | 20 Dic La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 20 de diciembre de cada año como el Día Internacional de la Solidaridad Humana, que ha surgido como uno de los principales valores universales, basado en la igualdad con el compromiso de la comunidad internacional. A partir de allí, centró sus objetivos en la erradicación y promoción del desarrollo humano y social en los países menos industrializados, para los cuales creó el Fondo Mundial de Solidaridad.
Cada jornada presenta el desafío que apunta a una interpelación colectiva enmarcada en un balance de resultados inciertos, a pesar de la profundidad de su historia. Este valor social ha conformado innumerables discursos políticos e institucionales --algunos con sólida raigambre y otros no tanto-- sustentado en la Enciclopedia Francesa que, ya en 1765, definía la existencia de una responsabilidad mutua del grupo por el individuo y viceversa, como el état de solidarité o estado de solidaridad.
Este mérito global, que a menudo lleva nombre propio o se adjudica a la virtud de un partido gobernante, debería rastrearse en los orígenes de la humanidad que construyó sus procesos a fuerza de la necesaria subsistencia y afrontaron, según los impulsos recibidos, los diversos retos históricos que se planteaban desde lo cotidiano.
Cada época tuvo un desafío propio, pero otros han atravesado las generaciones para instalarse como parte de un comportamiento cultural e idiosincrasia que no permite la doble lectura, en tanto cada pueblo desarrolla sus perspectivas futuras, con fundamento en su comportamiento e historia pasada.
Es así que la respuesta no será uniforme, ni habrá un único concepto de solidaridad ante la diversidad cultural y étnica existente.
Un comportamiento asociado al asistencialismo no nos volverá más solidarios ni ayudará a comprender la complejidad que conlleva su objetivo, cuyo fin último será traspasar los conocimientos y acciones a las generaciones futuras sobre los bienes colectivos.
Sin embargo, convivimos en sistemas que otorgan escasas opciones para abrir la cabeza y debatir acerca de las diferencias entre uno y otro, sin la instrumentación de adjetivaciones que lleven a golpes bajos o a revictimizar a quienes atraviesan por determinadas contingencias.
La separación de sus fines y objetivos altruistas de los reiterados discursos políticos o académicos ayudarán a su comprensión.
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