Paysandú, Domingo 10 de Enero de 2016
Opinion | 07 Ene El suelo es un recurso vital que, además de proveer una serie de servicios ecosistémicos que son fundamentales en nuestro diario vivir, produce el 95% de los alimentos del mundo. También resulta fundamental para la producción de forrajes, energía y productos medicinales, así como para el filtrado y limpieza de miles de kilómetros cúbicos de agua que mejoran nuestra resiliencia ante inundaciones y sequías, siendo un importante almacén de carbono que ayuda a regular las emisiones de este y otros gases de efecto invernadero.
Actualmente, la mayor parte de los suelos del mundo se encuentran en condición mala o muy mala, y esas condiciones están empeorando, según un estudio realizado en 2015, año internacional de los suelos, en el que participaron más de 200 científicos de distintos países.
Además del rápido crecimiento de las ciudades y la contaminación industrial, el cambio climático es un importante motivo adicional de la transformación del suelo, según el informe divulgado por la FAO, organismo de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación.
Las temperaturas más altas y los fenómenos meteorológicos extremos relacionados, como sequías, inundaciones y tormentas, impactan en la fertilidad del suelo de diversas maneras, entre ellas reduciendo la humedad y agotando las capas arables ricas en nutrientes. También contribuyen a un aumento en la tasa de erosión del suelo y el retroceso de las costas.
América Latina, que tiene los mejores suelos del mundo, está padeciendo fuertemente cambios en el clima debido a la alteración de los ciclos de carbono y nitrógeno, producto de la deforestación, volviéndolos cada vez menos productivos y limitando sus servicios ecológicos.
Los bosques juegan un papel fundamental en la regulación climática, el mantenimiento de las fuentes y caudales de agua, así como en la conservación de los suelos. Y cuando los perdemos, nos volvemos más vulnerables ante las intensas lluvias y corremos serios riesgos de inundaciones. En este sentido, cabe señalar que distintos expertos han atribuido la gravedad de las actuales inundaciones en Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay a la deforestación que en los últimos años ocurrió en esta región para plantar soja transgénica, no permitiendo la natural absorción del agua.
La tan ansiada sostenibilidad requiere de planificación y políticas de gestión nacionales y regionales que hagan que el manejo sostenible de los suelos se convierta en una práctica habitual en todos los niveles y en todas las áreas. Ya hemos empezado a ver los efectos de no tener en cuenta estas cuestiones. Es un tema complejo, que afecta --y puede afectar aún más-- de distintas formas nuestra calidad de vida, pero nada indica que la situación mejore si no nos ocupamos de estas cosas. Por el contrario, los efectos de la permisividad, el no ocuparse y mirar solo las cuentas, son cada vez más preocupantes y globales.
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