Opinion | 11 Ene El próximo miércoles se recordará el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hay unos 350 millones de afectados que padecen la primera causa de discapacidad del planeta.
Si bien a nivel global se alcanzaron tratamientos eficaces para evitar su avance, cada día se comprueba una mayor naturalización de una patología que requiere un diagnóstico médico oportuno, antes de verificar consecuencias ulteriores evitables.
De acuerdo a la OMS, la depresión es una respuesta diferenciada a las variaciones habituales del estado de ánimo y la falta de un tratamiento adecuado llevará a situaciones extremas que se confirman con la ocurrencia de un millón de suicidios anuales por esta causa. Más de la mitad de los afectados no son tratados y en otros lugares, esas cifras trepan al 90%, tanto por falta de personal capacitado, por estigmatización al paciente o un diagnóstico incorrecto. Y cualquiera de estos aspectos ocurre incluso en países desarrollados.
Desde 2012, la Asamblea Mundial de la Salud aboga por una respuesta integral a la “carga mundial de depresión” existente, sin embargo, no se reconoce como una enfermedad. En realidad, esta discapacidad se incrementa de manera significativa y se deriva de un aumento en la expectativa de vida de la población, por tanto, se observa con frecuencia en edades avanzadas. A esto se suman aspectos sociales y relacionados a una vida más restringida de los contactos humanos, si se toman en cuenta que las prioridades se ubican desde otras valoraciones.
Según la Fundación Cazabajones –institución dedicada a la difusión de esta enfermedad con fines de prevención–, en Uruguay hay 600.000 personas que padecen depresión y el 80%, lo desconoce. Asegura, además, que hay elementos que afirman la existencia de una epidemia, ante un aumento de las consultas a nivel del Ministerio de Salud Pública y la inquietud se enfoca en el rápido cambio de perfil del consultante, que en forma alarmante se incrementó en las poblaciones adolescentes y jóvenes.
Por eso resulta intrigante la respuesta a una pregunta que surge obligada: ¿por qué aumentan los casos de depresión y suicidio, cuando se sostiene una relativa prosperidad económica y mayor accesibilidad en los diversos estratos sociales?
No obstante, las estadísticas ubican a Uruguay en el primer lugar del índice latinoamericano de autoeliminaciones junto a Cuba y es un cuestionamiento que permanece irresuelto con una tasa prácticamente inamovible desde hace varios años.
A pesar de ocupar los primeros lugares en bienestar, desarrollo humano y bajo índice de desempleo, las cifras nos interpelan y demuestran un panorama desalentador hacia el futuro, dadas las características actuales de la población uruguaya.