Paysandú, Viernes 15 de Enero de 2016

Oportunidades perdidas, autocomplacencia y desidia

Opinion | 13 Ene En más de una oportunidad hemos aportado reflexiones desde esta página editorial sobre cómo ha repercutido en América Latina la denominada década de oro, período reciente en el que el subcontinente disfrutó de precios excepcionales para los productos primarios, con alta demanda impulsada por mercados como China, sobre todo, y que responde a escenarios coyunturales que dependen de los consabidos ciclos económicos.
Y la década de oro se fue esfumando en dos o tres años, sin que fuera una sorpresa, porque hubo hechos que fueron pautando los cambios del escenario, señales muy firmes, y quien no las quiso atender, las desestimó, o trastrocó prioridades, lo hizo con conocimiento de causa y por lo tanto las responsabilidades afloran cuando aparecen las consecuencias de cómo se ha actuado.
Como primer elemento a tener en cuenta, las exportaciones de América Latina cayeron por tercer año consecutivo a lo largo de 2015, por haberse deprimido la demanda de sus productos primarios, que constituyen el grueso de sus colocaciones en el exterior desde el fondo de los tiempos. Este es el aspecto que debe ponderarse porque reaparece como la piedra en el zapato en cada ciclo económico, como materias pendientes, una y otra vez, y que resultan un elemento condicionante para el escenario socio-económico, la estabilidad institucional y política y la calidad de vida de los pueblos.
Al reflexionar a propósito de lo que ha ocurrido y lo que surge como perspectiva para la región en este ciclo incipiente, el analista internacional Andrés Oppenheimer indicó que debería generarse una mayor atención sobre algo que explica una buena parte del problema económico de la región, que puede resumirse en la falta de diversificación de sus exportaciones. En 2015, las exportaciones latinoamericanas se redujeron en un 14 por ciento, debido principalmente a la fuerte caída de los precios de las materias primas, según un nuevo informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Pero lo que es peor, se considera muy probable que las exportaciones continúen cayendo en 2016.
Oppenheimer subrayó en su análisis que uno de los principales problemas es que “muchos países del continente están exportando sólo un puñado de productos, en algunos casos las materias primas que han estado vendiendo al exterior desde hace un siglo. Y cuando los precios internacionales de estas exportaciones caen, la economía de la región se desploma”. Esto va en línea con los elementos que hemos expuesto frecuentemente, y de los que no escapa ningún país latinoamericano, con matices en cuanto a incidencia, condicionantes y respuestas internas, pero en todos los casos con un alta dependencia de los avatares en mercados, con rezago tecnológico y muy escasa incorporación de mano de obra, por añadidura y como parte de un círculo vicioso del que no se ha podido o sabido salir.
El analista trajo a colación que “para empeorar las cosas, la mayoría de las exportaciones de América Latina continúan siendo materias primas, que valen cada vez menos en el mercado mundial. Si se excluye México, el 81 por ciento de las exportaciones latinoamericanas son materias primas”. Mientras que, en comparación, sólo un pequeño porcentaje de las exportaciones de la región son servicios, como trabajos médicos o informáticos exportables, que son cada vez más lucrativos en la economía global, destacó.
Y el problema no es tanto el panorama actual, sino que esta es una película repetida que viene desde la época colonial, nada menos. Se siguen explotando los recursos naturales de la región, potenciando ventajas comparativas para producir, es cierto, pero sin mayor aporte en infraestructura, investigación propia, inversiones para el desarrollo, incluyendo a la educación, y escasa innovación.
Y por más expectativas que se hayan depositado en la creación del Mercosur, por ejemplo, en el Cono Sur latinoamericano prácticamente no se produce para ser parte de las cadenas internacionales que desembocan en un producto terminado y que generan la competitividad en un mundo globalizado.
Estamos afuera del mundo moderno, de esas cadenas en las que cada uno es una parte del todo, y solo seguimos aportando materias primas para que otros las industrialicen y en el mejor de los casos las consuman, a los precios de mercado, que los fijan otros. A propósito de este panorama, Oppenheimer plantea: “¿Qué debería hacer América Latina? Esa es la gran pregunta”.
“Para empezar, no tendría sentido para la región dejar de producir materias primas o desalentar sus exportaciones. Pero debería completar su abanico de ofertas mediante un ampliación de su canasta exportadora, inventando nuevos productos y servicios, y agregándole valor a sus exportaciones tradicionales”.
Seguramente pocos discrepan con este consejo, pero está de por medio el cómo, que es el quid del asunto. El punto central pasa porque los países latinoamericanos acuerden e instrumenten políticas de Estado que fomenten la innovación en industrias en las que ya tienen ventajas comparativas, y dejar de apostar a lo fácil, a estar sometidos a lo urgente, por tapar agujeros, porque el Estado gasta demasiado y mal.
Y cuando se termina la bonanza, nos encontramos con que lo que se proclamaba como avances se escurrió como arena entre los dedos, porque vivir el momento tiene la contrapartida de la falta de sustentabilidad. Y nos quedamos como al principio, esperando otra mágica época para desaprovechar en un mar de autocomplacencia y desidia.


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