Paysandú, Jueves 21 de Enero de 2016
Opinion | 18 Ene Venezuela sigue dando que hablar ante la falta de respuestas del gobierno de Nicolás Maduro, que no logra encontrar orden al caos que impera en la economía caribeña, sin duda, un mal augurio en todos los órdenes.
En las últimas horas el gobierno de Venezuela decretó el “estado de emergencia económica” en todo el territorio nacional por un período de 60 días, de conformidad con la Constitución, en tanto simultáneamente el Banco Central reveló que la inflación acumulada entre enero y setiembre de 2015 fue de 108,7%, la primera cifra oficial de ese índice que se conoce desde diciembre de 2014. El decreto, que regirá por 60 días, permitirá al gobierno disponer de bienes de empresas privadas para garantizar el abastecimiento de productos y fija límites al ingreso y salida de moneda local en efectivo, anunció el ministro de Economía, Luis Salas.
“Son medidas para proteger al pueblo y no para ir en su contra”, dijo el ministro, para enfrentar lo que el gobierno considera una guerra económica de la derecha, apoyada por Estados Unidos, para generar un quiebre institucional.
El presidente de la Asamblea, Henry Ramos Allup, había desacreditado de antemano el decreto, al afirmar que "la crisis no es superable con este gobierno". "Es un modelo fracasado", dijo el legislador, quien pone entre las prioridades de la agenda opositora una amnistía para presos políticos y reformas económicas.
Debe tenerse presente que Nicolás Maduro anunció el decreto con bombos y platillos como un conjunto de medidas para impulsar la producción y bajar la dependencia casi total del petróleo —fuente del 96% de divisas—, que esta semana cerró en 24,38 dólares por barril, el precio más bajo en los últimos 12 años.
Históricamente Venezuela ha dependido exclusivamente de las ventas de su petróleo, que cuando estaba en los cien dólares y hasta en los 150, le permitió disimular las enormes carencias de un país que no tiene producción de ningún rubro, ni siquiera de leche, que importa todo lo que consume al amparo de su factura petrolera.
Ocurre que el país con las mayores reservas de crudo del planeta sufre un severo desabastecimiento que genera largas filas que exasperan a los venezolanos. Y en esta situación, Maduro ha sorprendido a propios y extraños al sostener que el país está en una "tormenta" económica de la que solo puede salir "con más socialismo", frente a un "parlamento burgués" que busca imponer su "modelo neoliberal" de privatizaciones y acabar con las conquistas sociales de la revolución.
A esta altura cuesta creer si el mandatario venezolano pretende que lo tomen en serio o si se trata de una manifestación más del delirio que le hacen ver los “pajaritos” del desaparecido coronel Hugo Chávez, porque, pese a los reveses que recibe, hace aparecer al problema como si fuera la “gran solución” de una economía que hace agua por todos lados.
Creer que las respuestas son continuar corriendo al capital, anatematizando la propiedad privada y reivindicando más revolución, cuando ha repartido lo que no se tiene y generado la mayor crisis de ese país, da la pauta de que la enajenación del mandatario ha llegado a un extremo que indica una pérdida total de contacto con la realidad. Por más que trate de aferrarse al poder, el sentido común determinó un revés electoral histórico y un rechazo de la enorme mayoría de la población, precisamente, a las políticas que él asegura se deben profundizar para sacar de la crisis a su país.
Maduro propone combatir las llamas que están devorando a Venezuela arrojándoles más nafta --valga la comparación sobre todo para un país petrolero-- y sigue en las nubes de un paraíso socialista que está solo en su imaginación y que ha costado vidas y mucho drama en aquellos países en que se ha aplicado a lo largo de las décadas.
“Si el discurso es el mismo (guerra económica, imperialismo, controles, amenazas), lo único distinto serán los resultados... que serán peores”, advirtió el economista Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, en tanto analistas independientes recomiendan la unificación de los tres tipos de cambio, la eliminación del control de precios, aumentar el precio de la gasolina (en extremo barata en ese país), estímulo a la inversión privada y reducción del gasto público.
Esto es la antítesis de lo que pregona Maduro, quien parece dispuesto a morir con los ojos abiertos y a seguir la tesis cristinista de “detrás de mí, el diluvio”, pero no sin antes seguir llevando al infortunio a millones de venezolanos que ya no creen en él, como así tampoco en su revolución bolivariana de pacotilla, idealizada en los eslóganes, con un mar de fondo de pobreza, retraso e inviabilidad.
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