Paysandú, Jueves 21 de Enero de 2016
Opinion | 20 Ene Resulta fantástico poder comunicarnos en un instante con nuestro amigo/a en Hong Kong y saber de su vida diaria, de sus sueños, de sus logros, de sus problemas. Muy probablemente nunca podremos darle un abrazo pero conocemos muchas cosas de su vida por sus fotos, sus estados, sus gustos musicales. En un momento, simplemente usando una red social, podemos conectarnos con personas al otro lado del mundo.
Una posibilidad que solamente un siglo atrás estaba reservada a la literatura de ciencia ficción. Hoy real, concreta y al alcance de todos. Los teléfonos móviles hoy parecen una extensión de nuestra anatomía e inseparables. Es como salir desnudo a la calle --o peor aún-- si no salimos con nuestro celular. O si este no tiene carga.
Podemos encontrarnos con nuestros amigos en un bar cualquiera y compartir una pizza y una cerveza. Pero la “charla” seguirá a través de la pantalla de 4 o 5 pulgadas, comunicándonos con cualquier parte del mundo, excepto con quienes están delante nuestro.
Y ya no es cuestión del viejo Facebook, WhatsApp o hasta Twitter. Porque aunque vigentes, hay muchas otras opciones. Nuevas redes como Phhhoto, para selfies en movimiento, superan por momentos a la tradicional y estática Instagram. Todo se comparte por Snapchat, con un lenguaje y códigos propios y que espantarían a los más pudorosos a la hora de establecer lazos afectivos. Kiwi ya no es sólo una fruta, sino una red social que sirve para preguntar lo que se quiera a quien se quiera, también desde el anonimato.
No hay dudas que todo pasa, que probablemente en un par de generaciones la dependencia a los celulares habrá desaparecido, enterrada vaya uno a saber por qué nueva tecnología. Y también es cierto que vivimos el tiempo que nos toca, donde los celulares resultan un enorme avance, aunque también una dependencia similar a la de cualquier droga adictiva.
Es que la tecnología avanza con tal velocidad que el ser humano no tiene tiempo para la correspondiente adaptación y corre tratando de acostumbrarse a una cuando ya llega la siguiente. Las posibilidades son enormes, pero cada paso parece retroceder hacia el analfabetismo digital.
Eso nos deja a merced, y atrapados en una enorme telaraña no podemos despegarnos de nuestros contactos telefónicos, aun cuando eso significa evadirnos de la realidad circundante y cada vez saber menos de nuestra familia y amigos.
La tecnología está aquí y es bueno aprovecharla. Brinda mayores posibilidades que a cualquier otra generación anterior en la historia del ser humano. Pero hay que buscar la manera de ponerla en el marco de la vida humana.
Los excesos fueron, son y serán siempre perjudiciales. Y mientras desde los gobiernos --con razón-- se hace hincapié en campañas contra el consumo de alcohol, cigarrillos y drogas, nada se ve sobre la droga que ha capturado al mundo, la que todos consumimos y gustosamente le damos “Like”. El uso abusivo de la tecnología, especialmente a través de teléfonos móviles, es la droga del siglo XXI. Comprenderlo será el primer paso para desconectarnos del celular y conectarnos a la vida.
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