Paysandú, Viernes 22 de Enero de 2016
Opinion | 20 Ene Basándose en su visita de 1830, Arsène Isabelle, un viajero explorador, naturalista, diplomático, comerciante y periodista francés, en su libro “Voyage à Buénos Ayres et à Porto Alegre, par la Banda Oriental”, describe así el Paysandú de 1830: “El aspecto de Paysandú, vista desde el río, del lado sudoeste, es poco agradable. Situada sobre la pendiente de una colina desprovista de árboles, como todas las vecinas; separada de la orilla izquierda o del puerto por una llanura arenosa de casi una milla, el golpe de vista es monótono, comparado con otros sitios del Uruguay, desde su desembocadura hasta aquí. El ojo termina por acostumbrarse, sin embargo, y al internarse en la ciudad (ya puede dársele este nombre) se advierte que no está tan desventajosamente situada como parece al principio, debido, sobre todo, a las inundaciones del Uruguay”.
En diversos relatos, descripciones y ensayos sobre el sitio de Paysandú, puede apreciarse que en el entorno de 1864 la ciudad prácticamente terminaba en la calle Treinta y Tres Orientales, y desde allí hacia el río eran muy pocas las construcciones existentes, incluso sobre el mismo puerto. Es decir, Paysandú respetaba el río y era consciente del peligro de afincarse en zonas fácilmente inundables.
Fue a partir de la reconstrucción, tras la caída de la plaza, cuando comenzaron a surgir edificaciones en la zona costera. La precaución de eludir las crecientes fue prácticamente olvidada y, a título de ejemplo --según la información que publicaba el diario sanducero “El Pueblo” el 31 de agosto de 1899--: “Las inundaciones - Medidas que deben tomarse. Las proporciones colosales que diariamente va tomando la creciente de nuestro río han originado ya muchos y muy serios perjuicios a los habitantes más cercanos a la ribera. Un considerable número de familias, en su mayor parte gente pobre, va inmigrando por momentos de los parajes donde las aguas inundan con velocidad asombrosa. Y da pena, francamente, ver aquellos infelices trabajadores afanados en el salvataje de sus modestos mobiliarios; que van de un lado para otro, sudorosos y desconsolados, en busca de un albergue donde guarecerse. Son humildes tienditas de quincho, de madera o de zinc, que han levantado a fuerza de empeñosos sacrificios, tienen que abandonarlas con verdadero sentimiento para que sirvan de pasto a la demoledora acción del agua”.
No vamos a enumerar las siguientes crecientes porque no alcanzaría el espacio, pero recordamos la de 1959, que muchos ciudadanos actuales vivieron, la del 64, las más cercanas, y resulta inevitable concluir que solo debemos esperar un poco para que llegue la siguiente. Y esto, sin duda, lo previeron quienes establecieron el puerto de Paysandú. ¿No habrá sido ese el motivo de que aquel conglomerado inicial tuviera tres ubicaciones distintas hasta llegar a la actual?
En definitiva, hay parte de responsabilidad de quienes, impulsados por la necesidad, construyen sus precarias viviendas en zonas inadecuadas y hay mucha responsabilidad de los gobiernos departamentales y nacionales que permiten esas construcciones. Porque está mal que se levanten ranchos sobre el río, pero está peor que el Estado no provea a sus habitantes tan siquiera de un pequeño trozo de tierra, seguro y con servicios, donde establecerse.
Se nos dirá que están en marcha numerosos planes de viviendas de todas características, desde sólidas construcciones hasta las buenas intenciones de organizaciones no gubernamentales, pero los miles de evacuados nos muestran claramente que no son suficientes.
Según lo manifestado, el intendente mantendrá una reunión, este jueves, con los titulares de los ministerios de Economía y Finanzas, Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, y Transporte y Obras Públicas, junto con la Oficina de Planeamiento y Presupuesto. Al respecto, Caraballo manifestó: “Como jefe político del departamento, concurrí en las últimas horas a Montevideo y mantuve encuentros personales con esos ministerios, porque, después que pasó el grueso de la inundación, hay que pensar en el futuro y especialmente en cambiar la realidad. No es posible continuar pensando solamente en mitigar las consecuencias de las repetidas crecientes, sino en establecer zonas en las que no se pueda habitar, por ejemplo, para que como ciudad avancemos realmente”. Y agregó: “Hay que abandonar la política de pasar la gorra pidiendo y pidiendo; hay que cambiar la actitud y pasar a la propuesta. Por eso pedimos ser recibidos por los ministerios, para que Paysandú se integre a la agenda nacional y se determinen en conjunto acciones que sean de real impacto”. El principal compromiso de la Intendencia, que va de la mano con el realojo paulatino de todos quienes hoy residen en las zonas más bajas de la ciudad, es “establecer una policía territorial” encargada de “hacer cumplir lo establecido en el ordenamiento territorial”.
En realidad, entendemos el planteo del intendente como correcto y está avalado no solo por la historia sino por numerosas normas locales y nacionales que, lamentablemente, los sucesivos gobiernos departamentales prácticamente nunca hicieron cumplir.
Pero seamos claros: la zona costera no debe ser abandonada. Al contrario, es una excelente zona para parquizar, así como para construir viviendas, siempre y cuando respeten las normas de prevención “anticrecientes”. O en todo caso, quienes allí construyan deben poder hacerse cargo de las consecuencias de una inundación, para no tener que “pasar la gorra” cada vez que el paterno llegue a sus puertas. A modo de ejemplo, hay zonas residenciales en Paysandú que están en terrenos inundables y cuyas casas quedaron tanto o más bajo agua que cualquier otra del suroeste de la ciudad, sin embargo, no significaron ningún costo para la sociedad, el Cecoed, el Mides o la Intendencia. Esos sanduceros no reclamaron el kit de limpieza, no necesitaron de los camiones del Ejército para mudarse, no hubo que darles alojamiento en espacios o edificios públicos, no exigieron pañales ni medicamentos. En definitiva, no fueron una carga para nadie y, por lo tanto, no hay razón alguna para prohibirles edificar o vivir en zonas inundables. Además, algún sector puede ser un punto excepcional para emprendimientos turísticos o de divertimento. Por ejemplo, seguramente a nadie en la vecina ciudad de Colón se le hubiese ocurrido prohibir la construcción del icónico hotel Quirinale, o las flamantes termas de la ciudad, porque es zona inundable.
La conclusión es clara: lo que no podemos permitir es que sigan proliferando asentamientos irregulares donde más temprano que tarde llegará el agua a arrasar con todas sus pertenencias; por ellos y por toda la sociedad, que luego tiene la humanitaria obligación de ayudar al costo que sea.
De allí la necesidad de establecer una zona adecuada para formar un barrio dotado de los servicios imprescindibles, para reubicar a los que hoy ocupan esos terrenos. Seguramente costará mucho menos que el millón de dólares que, según se informó, demandó la atención de los evacuados en estos días. Y, de ser posible, que las (malas) experiencias nos sirvan para no incurrir en un error como el que se cometió con el Curupí, barrio “regularizado” a un costo de un millón y medio de dólares que se encuentra en zona inundable. Un error imperdonable para el Estado.
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