Paysandú, Martes 09 de Febrero de 2016
Opinion | 02 Feb Tras el advenimiento de gobiernos populistas en América Latina desde hace poco más de una década, y la consecuente responsabilidad del ejercicio del poder por quienes anteriormente desde la oposición proclamaban a los cuatro vientos que contaban con la receta para que los pueblos accedieran a la felicidad que les era negada por la “clase dominante”, han caído muchos mitos y apenas han subsistido otros. De alguna forma ello ha contribuido a situar las cosas en sus reales términos, es decir que aquello no era tan malo, ni esto otro es tan bueno, y que en el ejercicio del poder, quien más quien menos termina desilusionando a la masa de electores que lo han llevado al gobierno, simplemente porque no hay quien haga magia en la creación y distribución de la riqueza.
Pero en esto de los mitos hay todavía quienes pretenden hacer creer que por ejemplo el déficit fiscal y sus consecuencias negativas para todo país es un invento de la derecha; otros a la vez hacen hincapié en que la corrupción no es un problema de la izquierda; y otros que hacen un juego de distracción pretendiendo responsabilizar a la prensa adversaria y de derecha de divulgar problemas que a su entender no existen.
Tenemos cercano el caso en nuestro país de dirigentes políticos, como el vicepresidente Raúl Sendic, quien en un foro internacional de izquierda en México fustigó a la “prensa de derecha”, de campañas contra el gobierno por denunciar situaciones de corrupción y problemas internos que no eran tales (¿?), y a la vez se mandó la frase de que la izquierda no tiene corruptos, y que si se es corrupto no se es de izquierda. No tiene sentido analizarla, porque de tan absurda da para la risa cuando la historia verdaderamente reciente está plagada de casos de corrupción. De hecho, la mayor corrupción en el gobierno en la historia de Brasil se dio durante el mandato de Lula da Silva --el referente ideológico de la izquierda uruguaya y de buena parte de América Latina-- y de la actual mandataria Dilma Rouseff, cuyas consecuencias aún está pagando el pueblo del vecino país, que pasó de ser la principal promesa y ejemplo de los países emergentes a un gigante fundido, con un déficit fiscal del 7% anual y en recesión. Quizás Sendic podría suponer ahora que ni Lula ni Dilma son de izquierda, pero sería el colmo del descaro, suponemos.
Y si el ejemplo anterior no fue suficiente para alguno, tenemos un poco más al norte a la Venezuela de Hugo Chávez y ahora de Nicolás Maduro, donde la corrupción y las medidas populistas delirantes han sumido al pueblo en el caos y el desabastecimiento de los artículos más básicos, desde mucho antes de la caída del precio del dólar, que ahora ponen como excusa.
Ni que decir de los gobiernos “K”, también incluido entre los modelos progresistas de América Latina, en una Argentina que con enormes recursos naturales viene arrastrando una economía con gravísimos problemas, que el actual presidente Mauricio Macri trata de sincerar. Mientras tanto, siguen saliendo a la luz los casos de corrupción que rodeaban al entorno de la mandataria y su hijo Máximo, el último de los cuales conocido es el de la dirigente indigenista Milagro Salas, detenida por haber malversado enormes sumas en maniobras de planes de construcción de vivienda con dinero del Estado.
Y estos son gobiernos y dirigentes de izquierda, que no solo no están vacunados contra la corrupción, sino que incluso cuando se descubren o denuncias estos casos flagrantes, tienen como primera reacción el acusar a la derecha de campañas desestabilizadoras y de desprestigio de sus militantes, para luego a regañadientes ir aceptando la realidad de hechos contundentes, pero no sin antes desestimar pedidos de comisiones investigadoras y descalificar a los que querían saber la verdad.
Ergo, la corrupción es un lado de las debilidades humanas, y lo que hay que hacer, en derecha o en izquierda, es mantener la capacidad crítica y la vigencia de medidas de control que hacen a toda buena gestión de gobierno, en defensa de los intereses de la población.
Y cuando decimos que hay que mantener los controles independientes, lo decimos en toda su magnitud. Por ejemplo, en el caso del déficit fiscal, tenemos el caso de la gestión del expresidente José Mujica, quien bajo la consigna a las empresas públicas del “sigan gastando nomás” dejó a la Administración Vázquez un déficit enorme del 3,5 por ciento del PBI, similar en porcentajes al de la crisis histórica de 2002. Pero ahora se “logró” luego de una década de bonanza en la que vendíamos commodities a precio de oro, ingresó dinero a raudales al país.
Esto es negligencia y no necesariamente corrupción, --lo que no quiere decir que no la haya-- pero pone al desnudo que la disciplina fiscal no es un invento de la derecha sino una regla a seguir por todo gobierno que pretenda llevar adelante una gestión sustentable en beneficio del país y de su población, pensando en el futuro y no solo viviendo el presente al costo que sea. Porque si no, nos quedamos con situaciones como el fardo del actual gobierno de tener que salir con un ajuste fiscal a la disparada, con aumentos de tarifas desmesurado, aumento del IRAE a las empresas, haciendo más caja con Ancap al no bajar los combustibles además de su recapitalización de mil millones de dólares, y encima con una economía en desaceleración sin colchón de recursos para amortiguar el impacto de quedarnos en el aire agarrados del pincel.
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