Paysandú, Sábado 13 de Febrero de 2016
Opinion | 06 Feb La Comisión de Carnaval ha elegido a una persona transexual entre las cuatro reinas del carnaval 2016, tras una innovación de importancia impulsada desde la Unidad de Género de la Intendencia Departamental de Paysandú, que hizo hincapié en la necesidad de transformar el concurso, alejándolo de los clásicos conceptos de belleza de uso en este tipo de certámenes. Esta tendencia se ha expandido por el mundo y que tiene su principal ejemplo en Miss Universo, el certamen más universal de la belleza femenina.
Desde 2013 en Miss Universo se aceptan postulaciones de mujeres transgénero siempre y cuando se hayan sometido a la operación de reasignación de sexo, un cambio de reglas muy claro donde hasta entonces se aceptaba en concurso solamente a “mujeres de nacimiento”.
En Montevideo este año se desató una feroz polémica después que la intendencia capitalina cediera a presiones de organizaciones feministas cuyo objetivo central era eliminar el concurso porque se entiende que la mujer es vista y considerada como un “objeto”. Una forma de reducir la presión y al mismo tiempo mantener una tradición, fue determinar que no habría límite de edad y que podían concursar transexuales y discapacitadas.
No se sabe bien cómo, pero eso tuvo efecto inmediato en Paysandú y la convocatoria a Reina de Carnaval fue muy vaga, dejando abierta prácticamente toda posibilidad. Hubo solamente dos requisitos: ser mayor de edad y poseer conocimientos generales de carnaval. Vagamente se determinaba que la convocatoria era abierta a mujeres al indicar “las interesadas”.
Apenas hubo 9 aspirantes, entre ellas una transexual sin operación de reasignación de sexo pero con la adecuación de la mención registral de su identidad, tal como lo establece el artículo 2 de la ley 18.620, “Derecho a la identidad de género y al cambio de nombre y sexo en documentos identificatorios”.
El mismo texto legal establece que “el cambio registral del sexo permitirá a la persona ejercer todos los derechos inherentes a su nueva condición”.
Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” --obra fundacional del feminismo-- sostiene que no se nace mujer sino que se llega a serlo (“On ne naît pas femme, on le devient”). Es decir que la condición de nacer con un sexo biológico determinado no implica tener también de forma innata el conjunto de características sociales ligadas a ese sexo, y por consiguiente el género femenino puede abrirse paso (o al revés, pero este no es el caso).
Por su parte, la filósofa Judith Butler considera que este proceso de aprendizaje del género puede no corresponder directamente con el sexo biológico y además podría ser reelaborado, modificado o reinventado hacia cualquier otra identidad de género. En consecuencia el género puede no corresponder con las leyes machistas del patriarcado, restrictivas en dos únicas posibilidades heterosexistas, y además manifestarse de formas variadas y vincularse libremente. Todo esto parece dejar en claro que si un hombre se cambió legalmente el género no tiene impedimentos para participar de un concurso de reina de carnaval convocado para mujeres. Porque legalmente es mujer.
Pero, certámenes de belleza femenina como Miss Universo, hacen hincapié en la necesidad de una operación de cambio de sexo para poder participar. ¿Lo hacen por discriminación? ¿O, por el contrario, para asegurar la igualdad? La discusión recién está levantando vuelo y continuará en los años por venir, dudas no quedan. Porque permitir la incorporación de candidatas ya no por sexo sino por género abre otra discusión, entre lo “natural” (sexo y género femenino) y lo “construido” (sexo masculino y género femenino). Esto sin considerar que, de todas formas, todas las aspirantes se verán inmersas en una competición por modelos de belleza reduccionistas, fotocopiados y poco realistas de lo que es una mujer. Precisamente aquello contra lo que pretende batallar.
Es cierto, en Paysandú se hizo hincapié en que no se trataba de un certamen de belleza solamente sino que debían representar lo que se considera es el carnaval, lo que --por otra parte-- no deja de ser otro modelo dentro del cual deben enconsetarse las participantes.
No obstante, el principal problema que se aprecia no es si un transexual que aun tiene aspectos masculinos compite con mujeres de nacimiento en un concurso para elegir quien será reina o princesa. Aquí lo que causa perplejidad es que pretende terminar con la discriminación a partir de la discriminación. Parece más bien una acción promovida por lo que podría calificarse como hipocresía progresista para igualar lo que no se puede igualar.
Una cosa son los derechos, las posibilidades de inserción en la sociedad, la defensa irrestricta de que se disfrute del género que íntimamente se siente. Pero otras muy diferente es exponerlo casi como atracción de feria. ¿O es que no queda aun claro que lo que denostan estos bien pensantes es lo que terminan haciendo? ¿O no queda claro que hay inevitablemente estereotipos de belleza a los que los travestis y transexuales apelan, porque así lo determina la sociedad?
Todo eso sin contar con la enorme presión de que al tener un trans entre las concursantes se hace casi “un deber” destacarlo, lo que generalmente se logra con una elección.
No se aprecia en los Kennel Clubs que en un concurso de perros se permita participar a un gato. Y el felino en cuestión perfectamente puede sentirse perro, como en la campaña publicitaria de la telefónica O2. No ocurre eso porque es una cuestión de sexo, no de género. Y porque sería injusto para una de ambas partes competir con la otra.
La igualdad de género no siempre va a ir acompasada a la de sexo.
En realidad, con decisiones como la llevada adelante en Paysandú, hay una discriminación clara de sexo, en detrimento --una vez más-- del femenino. Se podrán rasgar las vestiduras ante un razonamiento como este, se podrán elevar plegarias al averno para que arda el infierno, pero lo real y concreto es que así no se resuelve la cuestión de fondo: determinar si la mujer es solamente un objeto de deseo en los concursos de belleza, se los maquille como se los maquille. Porque no a la menos agraciada eligieron reina, conste en acta.
Provocar discriminación de sexo en beneficio de la igualdad de género no es otra cosa que exponer miserablemente algo que de ninguna manera debe mirarse como un conflicto.
Respetar el cambio de género es respetar la dignidad humana; suponer que la igualdad de género debe ser considerada como igualdad de sexo es una burda forma de continuar imponiendo una mirada machista, que a veces les es tan propia al feminismo.
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