Paysandú, Viernes 19 de Febrero de 2016
Opinion | 14 Feb Mientras las promociones comerciales recuerdan que hoy es el Día de San Valentín o Día de los Enamorados, es importante resaltar que el 14 de febrero se instituyó como el Día Internacional de la Energía, con el objetivo de promover el uso de fuentes alternativas y disminuir el uso de los recursos no renovables.
Uno de los últimos informes del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), sostuvo que más de un tercio de la población mundial no tiene acceso a las formas avanzadas de energía, y que los 30 países más desarrollados del planeta --que representan un 15% de la población total-- consumen más del 60% de estas formas modernas de energía. Aproximadamente el 80% de la energía se produce a partir de combustibles fósiles, un 36% proviene del petróleo y solo un 2% de energías renovables.
Mientras que la Unión Europea definió que un 20% de la energía usada sea renovable hacia el año 2020, en América Latina, los datos indican un cambio de perspectiva y casi un 65% proviene de este origen, con un fuerte liderazgo de Costa Rica.
Uno de los grandes medidores del progreso de la humanidad es el consumo de energía y cuando se delimita el concepto de “crisis energética”, seguramente se trate de fuentes agotadas. Los modelos económicos actuales que manejan parámetros exigidos de continuos crecimientos, también presionan en forma directamente proporcional a una mayor demanda de energía.
Si las fuentes fósiles son finitas, es inevitable suponer que en un determinado momento la demanda no pueda ser abastecida, si a nivel global no se generan nuevos procesos y metodologías orientadas a un desarrollo renovable. Paralelamente, las fuentes actuales ya presentan problemas de desertificación, erosión y contaminación, que acarrea el cambio climático con daños al medio ambiente que han sido fácilmente comprobables en nuestra zona.
A todo esto, Uruguay fue destacado durante la última cumbre del clima COP21 en París, ante las transformaciones efectuadas en los últimos diez años, con una reducción de su huella del carbono y un aumento en las fuentes renovables. Sin embargo, de acuerdo a los datos comparables con otros países de la región, correspondientes a diciembre 2015, en Uruguay a nivel residencial se paga U$S 235 por un megavatio hora, en Brasil se abonan U$S 176, Chile U$S 175 y Argentina a U$S 34. La medición para las industrias que consta en el informe Indicadores Energéticos de SEG Ingeniería, establece una igualdad entre Brasil y Uruguay de U$S 110, en Chile de U$S 102 y Argentina de U$S 24.
Por lo tanto, este esfuerzo de inversiones no se destaca a nivel regional, ni mucho menos con el último incremento de las tarifas de energía eléctrica por encima de la inflación, resuelto solo para hacer caja y atacar el déficit fiscal existente.
En ocasiones las decisiones políticas echan por tierra a algunas gestiones eficientes y suelen emparejar hacia abajo, al igual que el ahorro logrado por menores costos a través de una mayor generación hidráulica y eólica. Por eso, cuando solo se respetan ecuaciones económicas, cualquier mensaje de aprovechamiento sustentable se vuelve huérfano.
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