Paysandú, Martes 01 de Marzo de 2016
Opinion | 23 Feb La presencia en Paysandú del presidente Tabaré Vázquez y sus ministros, durante una recorrida el día domingo por zonas de la ciudad afectadas por las recientes inundaciones, y reuniones con delegaciones representativas del quehacer local, y luego en el Consejo de Ministros en Piedras Coloradas, continuando con una línea adoptada por los recientes gobiernos, es un elemento positivo en la gestión como regla general, en un sistema centralista y centralizado, como es el que rige en nuestro país.
Es decir, es una oportunidad muy poco frecuente para que fuerzas vivas del Interior, la propia población, los vecinos de cada lugar que se recorre, tomen contacto directo con el presidente, con sus directos colaboradores, con quienes están en los máximos puestos de responsabilidad política en el país, en la primera línea de gestión, prácticamente sin intermediarios, que son los representantes del departamento en el Parlamento y que por su condición de legisladores, solo pueden trasladar inquietudes, formular planteos y promover proyectos de ley, pero que dependen de la receptividad y ejecutividad de quienes tienen la competencia de decidir y actuar.
En este caso de la visita de Vázquez a Paysandú, es indudable que hay planteos a dilucidar, muy atendibles, necesarios y muchas veces impostergables, pero también respuestas ya dilatadas a gestiones e inquietudes que provienen de este y anteriores gobiernos, que son del mismo partido y por lo tanto no solo debería haber conocimiento en cuanto a los planteos, sino también ya contar con las decisiones para las que hubo sobrado tiempo de estudio y de adoptarlas.
Ha sido positivo, sobre todo, ver a un presidente Vázquez activo y distendido en las recorridas por lugares en los que tomó contacto directo con los vecinos y respondió a sus pedidos, despojado del acartonamiento del protocolo al que había sido tan afecto en su anterior gestión, e incluso más dispuesto a atender los requerimientos de los medios de prensa, un aspecto en el que había sido especialmente riguroso también en su primer gobierno, detrás de un severo cerco de seguridad.
Tal vez forma parte del aprendizaje de la cultura de gobierno, pero también una evolución en cuanto al significado de su investidura y la oportunidad de ida y vuelta que significa el diálogo directo con los ciudadanos, que tienen reproches que formular naturalmente y asimismo reconocimiento a lo actuado, porque como en todos los órdenes de la vida, su gobierno tiene cosas buenas y malas. Por supuesto, como todos los anteriores, ha estado condicionado además por la limitación en la disponibilidad de recursos, las posibilidades de gestión y visiones políticas e ideológicas en determinadas oportunidades, además de tener que cuidar el equilibrio y disidencias internas de la fuerza de gobierno, lo que distorsiona la gestión y puede perder de vista el interés general.
Por lo tanto, en esta evaluación en contexto general e inmediato de la visita presidencial surgen elementos a tener en cuenta, que son el dar la cara en el Interior, en lo posible rendir cuentas, explicar lo que se ha hecho y lo que no y eventualmente el porqué de los atrasos en las respuestas, que es un problema crónico de nuestros gobernantes en todas las épocas y que tiene que ver también con la inmediatez tan cara a nuestra formación cultural e idiosincrasia.
No puede obviarse además que inevitablemente, y respondiendo a esta formación histórica, estos eventos son de naturaleza política, tanto en lo que respecta al gobierno como a la oposición. Pero en el medio siempre está la población, el país todo y las respuestas pendientes. Por lo tanto, ante la tentación de todo gobernante de las promesas fáciles --que suenan lindas al oído para obtener rédito político-- están de por medio las necesidades del ciudadano, y cuando hay planteos, más allá de las buenas intenciones, hay ansiedades y expectativas que se generan y que deberían ser atendidas con la verdad --se puede o no se puede-- para no producir frustraciones.
A la vez, cuando se hacen estas recorridas, también corresponde posteriormente --y esperamos que se cumpla-- en instancias similares dentro de seis meses o un año, rendir cuentas sobre lo que se ha hecho y lo que no respecto a estas inquietudes, el porqué y la eventual reformulación de plazos, en lo posible lejos de los tiempos electorales, cuanto todo se decodifica en términos de la siguiente elección, y las distorsiones no permiten separar la sustancia de la espuma, las promesas sobre lo que sí posible y lo que no se puede cumplir.
En Paysandú ocurren cosas que no escapan a la realidad de todo el país, como desocupación, pérdida de rentabilidad o números en rojo de empresas ante los elevados costos --especialmente del Interior--, necesidades del tejido social, de infraestructura y casos puntuales que requieren respuestas a medida desde el gobierno nacional, muchas veces en coordinación con el departamental.
Esta ha sido una oportunidad que no se da frecuentemente y en Paysandú quedamos a la espera de soluciones, en tiempos razonables, para que no se dejen morir los planteos en la perspectiva del tiempo, que no se apueste al olvido, y que nuestros gobernantes estén a la altura de las responsabilidades que les ha confiado la ciudadanía a través del voto popular.
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