Paysandú, Martes 01 de Marzo de 2016
Opinion | 28 Feb No es ningún descubrimiento que a esta altura, transcurrida ya y perdiéndose en el horizonte la década de bonanza que vivió la región y que también comprendió a Uruguay, llega la hora de que se pase raya sobre lo que efectivamente se hizo bien y lo que no, y si se han logrado generar condiciones que permitan favorecer la llegada de capitales de riesgo, tanto en el área productiva como de servicios.
Bueno, en este punto hay coincidencias de que Uruguay ha tenido luces y sombras, y es así que estamos más o menos en el promedio de la región, es decir despegados de los peores ejemplos, como son Venezuela y Argentina, pero también de los mejores, como Perú, Colombia, México, Chile, sin que a su vez ninguno haya sido tan exitoso como para tirar manteca al techo.
Ahora, si de la época de bonanza salimos como salimos, queda planteada una gran interrogante respecto al desempeño que podamos tener cuando de la meseta se ha pasado gradualmente a la caída en cuanto a las condiciones internacionales. Aún así, estamos mucho mejor que nuestros vecinos argentinos, al que los sucesivos gobiernos K dejaron un déficit fiscal del 7 por ciento del Producto Bruto Interno.
Este guarismo es el doble de lo que le dejó José Mujica a su compañero de partido Tabaré Vázquez, que no deja de ser presente griego, agregado a la recapitalización obligada de Ancap por sus pérdidas de mil millones de dólares, los que son solo dos de los legados indeseables para afrontar.
Y precisamente teniendo en cuenta la importancia de la inversión directa para inyectar dinamismo a la economía, así como generar fuentes de empleo y naturalmente, recaudación para el Estado, es oportuno traer a colación aportes de reputados economistas de nuestro país respecto al escenario que nos toca vivir y lo que nos puede deparar el futuro inmediato, de acuerdo a las acciones que se adopten.
En un reciente desayuno organizado por la Asociación de Dirigentes de Marketing (ADM), el economista Carlos Steneri recogió un concepto que estuvo presente también en las exposiciones de Ignacio Munyo (director del Centro de Economía, Sociedad y Empresa del IEEM, Universidad de Montevideo) y Dolores Benavente (presidenta de la Academia Nacional de Economía y directora de Unión Capital AFAP): el gobierno debe tener un rol más activo para abrir los “cuellos de botella” que afectan el crecimiento y limitan el acceso de los capitales, según da cuenta El País. “No vemos impulsos importantes” para el crecimiento, luego de que grandes proyectos que en 2013 se esperaba que apuntalaran la inversión se cayeran “como piezas de dominó”, dijo Munyo.
En cuanto a la competitividad, según este economista, Uruguay se encareció en precios con sus vecinos comerciales y eso le resta atractivos al país y posibilidades a los negocios. Pero también otros aspectos afectan la competitividad, como señaló Benavente, caso de la baja productividad, la ineficiencia y el costo de las tarifas públicas.
A la vez la inserción internacional es otra área a atender que los tres expertos identificaron como prioritaria para permitir que la economía abandone la zona de estancamiento en la que ingresó en 2015. “Uruguay, con respecto a su tamaño, es una economía extremadamente cerrada”, sostuvo Munyo.
En ese sentido, el acuerdo transpacífico de cooperación económica (TPP) es visto como una oportunidad que llega el momento justo, según los analistas, si se tiene la habilidad de aprovecharlo.
“Perdimos el tren una vez con el TLC (Tratado de Libre Comercio) con Estados Unidos, una segunda vez con el TISA (acuerdo en el comercio de servicios); ¿lo vamos a perder por tercera vez? Este tren no pasa muchas veces en la vida”, reflexionó Benavente.
Esos elementos no son los únicos a tener en cuenta, por supuesto, pero son sin duda importantes para incorporar un diagnóstico aproximado sobre donde estamos parados, más allá de extremos entre visiones netamente pesimistas y las que pecan de exceso de optimismo. Igualmente, nadie puede dudar de que se ha dejado pasar una oportunidad única, por la década de bonanza, para incorporar beneficios que nos permitieran transitar coyunturas como la actual con menos condicionamientos, como es el arrastrar un déficit fiscal severo después de haber tenido ingresos excepcionales durante una década, lo que significa que se cometió el grave error de seguir incrementando el gasto aún por encima del aumento de la recaudación.
Debe tenerse en cuenta además que el entorno internacional no es un escenario a medida ni simple, sino heterogéneo, con responsabilidades compartidas entre las economías poderosas y las del tercer mundo.
Steneri lo resume muy bien al evaluar que estamos ante un panorama complejo, cargado de incertidumbre, donde las principales potencias perdieron la capacidad de coordinación que les permitió en la segunda mitad del siglo pasado afrontar episodios de turbulencias financieras globales. Al mismo tiempo, los emergentes “tomaron como permanente una situación pasajera de los precios de sus productos y los volcaron a una política distributiva insostenible”, es decir que hubo mucho voluntarismo y un intento de cortar camino para repartir.
En mayor o menor medida, este ha sido el pecado de los gobiernos de la región, incluido el de Uruguay, el de creer que con voluntarismo se puede incorporar como permanente lo que es transitorio.
Es decir, un pecado mortal para un país como Uruguay, que con su economía pequeña depende de los mercados internacionales, y por cierto habrá que hilar muy fino para lograr revertir esta tendencia, cuando el margen de maniobra es tan acotado.
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