Paysandú, Viernes 04 de Marzo de 2016
Opinion | 02 Mar Datos difundidos en las últimas horas por el Ministerio de Economía y Finanzas revelan que las cuentas públicas del gobierno cerraron en los doce meses finalizados a enero en su peor nivel en 13 años, es decir desde la grave crisis económica de 2002, que fue la peor de la que se tenga memoria.
El rojo de las cuentas públicas representó en el primer mes del año el 3,8% del Producto Bruto Interno (PBI), agravando el deterioro en tres décimas de punto porcentual respecto a diciembre, cuando representó 3,5% de la actividad económica.
Dejando de lado los porcentajes, el desequilibrio negativo en cifras ascendió aproximadamente a U$S 2.100 millones, según las estimaciones de la Unidad de Análisis Económico de El Observador, lo que implicó un declive de 13,1% respecto a enero de 2015, cuando el rojo de las cuentas públicas fue del 3,3% de la economía.
Y volviendo a porcentajes, el desnivel negativo de las cuentas públicas alcanzó el punto más alto desde la época de la crisis que golpeó al país –junio de 2003– cuando llegó al 4,5% del PBI, y ello se tradujo, entre otras consecuencias, en una aguda pérdida del poder adquisitivo de los sectores de ingresos fijos, un declive de la actividad económica y el pasaje de miles de familias a engrosar la franja de pobreza.
Ahora, debe tenerse presente que las cifras del déficit son de similar tenor, pero no la situación socioeconómica ni la economía del país. Este es un aspecto clave a tener en cuenta para saber dónde estamos parados y, en lo posible, tratar de no pasar por experiencias similares.
El Ministerio de Economía y Finanzas señaló en su comunicado que los ingresos del sector público no financiero cayeron en un equivalente de 0,1% del PBI en relación al dato previo, debido a una caída en los ingresos del gobierno central y BPS, junto con un menor resultado corriente de las empresas públicas. En tanto, los egresos se mantuvieron sin variaciones frente a diciembre.
Por otro lado, los intereses de deuda pública aumentaron 0,1%. Los analistas privados esperan que este y el próximo año la caja del Estado cierre con un déficit de 3,6% y 3,5% del PBI, respectivamente, pero según la Encuesta de Expectativas Económicas de El Observador, el gobierno prevé finalizar 2019 con un rojo de 2,5%.
Pero la advertencia que llega del déficit no debe caer en saco roto por cuanto --como lo hemos señalado más de una vez desde EL TELEGRAFO-- lo que realmente gravita es la tendencia. El punto es que este desfasaje se registra en forma sostenida desde hace algunos años y, lo que es peor, cuando Uruguay --junto con la región productora de materia prima sudamericana-- acaba de vivir una década de bonanza nunca vista, por lo sostenido de la corriente favorable del entorno internacional, que permitió lograr ingresos excepcionales por exportaciones, bajas tasas de interés y flujo de inversores hacia esta parte del mundo ante los problemas en las naciones desarrolladas. Eso es un indicativo de la causa de los problemas de hoy: el gasto estatal se ha disparado, se ha ido a las nubes y ha crecido por encima de los ingresos adicionales, lo que no es poco decir. Es como si en una familia hubiera un período de muy buenos ingresos temporales, que les hubieran permitido vivir holgadamente y ahorrar si hubieran mantenido los gastos, pero en cambio decidieran incrementar su presupuesto y encima endeudarse.
Pésima decisión y peor gestión, pero en esa situación nos encontramos luego de que transcurriera la década favorable, en niveles similares de desfasaje en las cuentas públicas, como ocurriera en la crisis durante el gobierno de Jorge Batlle, cuando teníamos todos los factores en contra.
Tras estos datos y reflexiones, conviene recordar conceptos vertidos por Aldo Lema, economista de Vixion Consultores y director de Sura en Uruguay, economista asociado del Grupo Security en Chile, al diario El País, quien al evaluar el primer año del gobierno de Tabaré Vázquez, que se cumplió este 1º de marzo, dijo que se trató de un año “bisagra y complejo, como era previsible. Se consolidó el deterioro del entorno extrarregional por los problemas de China, el desplome de los precios de productos básicos y el mayor fortalecimiento global del dólar. Y se profundizó el cuadro de estanflación que sufren Argentina y Brasil. Uruguay siguió algo desacoplado de la región, pero menos, porque el resto mundo ya no ayudó. Fue imposible desplegar políticas contracíclicas por la necesidad de corregir los desequilibrios acumulados. Algunos se acotaron como el déficit fiscal, en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos, o la competitividad. Pero la inflación se aceleró. En síntesis, Uruguay tuvo un año de cuasi estanflación, agravado por un gran deterioro en el mercado laboral”.
Consideró que igualmente, mucho de ello se hizo asumiendo que el peor entorno externo es un fenómeno transitorio, pero hoy la evidencia apunta a que será más permanente. “Y aún en la duda, dada la gran incertidumbre global, era y es aconsejable pecar o equivocarse por pesimista”, evaluó.
Sin duda, el alto déficit gubernamental impide recurrir a la política fiscal para compensar el ciclo adverso y como contrapartida a este impedimento, el desequilibrio se paga con mayor desaceleración, con un sacrificio en actividad.
Y los errores y el manejo desaprensivo de las finanzas públicas, de las empresas, se traduce en el enorme déficit de Ancap. Y esos mil millones de dólares de la fiesta del gasto desmesurado e injustificado los pagaremos los uruguayos de nuestros bolsillos, con más déficit, inflación y caída de poder adquisitivo. Así, en el mejor de los casos seguiremos cuesta arriba, siendo inevitable un costo social, hasta que más o menos podamos acomodar el cuerpo. Con la lección aprendida o reaprendida, esperamos, porque esta película ya la vimos.
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