Paysandú, Miércoles 09 de Marzo de 2016
Opinion | 03 Mar El 1º de marzo los presidentes de los dos países vecinos del Plata coincidieron en formular sendos mensajes a los ciudadanos de los respectivos países, que en el caso del mandatario uruguayo tuvieron la particularidad de ser un balance de la gestión del primer año de su segundo gobierno, en tanto su colega Mauricio Macri ha aguardado que transcurrieran unos dos meses desde que asumió la conducción de la Argentina para dar cuenta a sus compatriotas sobre como encontró el país tras doce años de gobiernos kirchneristas y lo que está en condiciones de hacer y lo que no en el curso de su gestión.
Por cierto que ni Tabaré Vázquez ni Macri recibieron legados auspiciosos, solo que la diferencia se da en el sentido de que mientras en Uruguay el relevo de gobierno se hace entre mandatarios del mismo partido, en la vecina orilla el traspaso del poder se da entre partidos distintos.
Vázquez, en su mensaje por cadena nacional, se cuidó muy bien de salpicar a quienes le precedieron en lo que refiere a una eventual “herencia maldita”, cuando al cabo de una década de bonanza por las inmejorables condiciones internacionales, recibe un país con un déficit fiscal desbordado, del orden del 3,6 por ciento del Producto Bruto Interno (PIB) y una economía en desaceleración, con alta inflación --aunque no inmanejable--, sin margen de maniobra para acudir a eventuales ahorros para poder sobrellevar el temporal hasta que el mal momento se vaya disipando. Incluso ha debido apelar a un ajuste fiscal encubierto por la vía de las tarifas de los servicios públicos para tapar agujeros como el de Ancap, de mil millones de dólares.
Pero entre bomberos --políticos de un mismo partido-- no se pisan la manguera y Vázquez quiso dar un tono optimista a su mensaje de rendición de cuentas, lo que logró a medias, teniendo en cuenta que la situación no es la mejor. Pero como en la vida todo es relativo, hay que reconocer que su escenario es mucho mejor que el desastre que ha recibido su colega, quien planteó crudamente a los argentinos dónde está parado su gobierno, a consecuencia de la aplicación de políticas populistas y una flagrante corrupción que salpica a los más altos jerarcas del anterior gobierno, solo por mencionar algunos de los aspectos en juego.
Mauricio Macri pronunció su discurso de inauguración del período de sesiones del Congreso y brindó un mensaje de una hora con un detallado análisis de la situación actual de Argentina después de una década de gobierno kirchnerista. El presidente optó por dejar de lado su recurrente mensaje que apela al futuro, y por primera vez desde que comenzó su carrera hacia la Casa Rosada, dedicó varios párrafos a criticar el estado del país que recibió de manos de Cristina Fernández.
Mencionó que “nos acostumbramos a vivir así y hasta pensamos que era normal. No lo es, no puede ser”, y dijo que el país ganó mucho por impuestos pero no logró organizar bien la educación, salir de la pobreza; ni siquiera tiene capacidad para atender sus obligaciones. El Banco Central está en crisis de reservas, hay 1.200.000 desempleados y la nación puntúa mal en los índices de transparencia.
“La corrupción mata. En cada área de gobierno hemos encontrado falta de transparencia, ineficiencia y, en muchos casos, corrupción”, dijo Macri.
Otros puntos: “La Justicia está politizada, los homicidios crecieron 40% desde 2008, las fronteras están virtualmente indefensas y las Fuerzas Armadas están debilitadas”, señaló. Subrayó la comisión de innumerables irregularidades y dijo que “será la Justicia la que investigará” si son fruto “de la desidia, la incompetencia o la complicidad”.
Destacó nulos avances en educación o salud, y criticó de modo especial la infraestructura, algo “indignante” debido a la cantidad de recursos destinados, además de mencionar el déficit energético y una economía que ha estado cada vez más cerrada y temerosa, poco competitiva.
“No es para desesperar sino para tomar conciencia del desafío que se viene”, aclaró, para pasar a hablar del futuro y la necesidad de llegar a encuentros marcando como desafíos alcanzar la pobreza cero, derrotar el narcotráfico y unir a los argentinos.
Como en Uruguay, en la Argentina la inflación es una amenaza cierta para los ciudadanos y para la estabilidad, solo que en la vecina orilla es una consecuencia una cantidad inimaginable de subsidios, incluyendo a las tarifas públicas, un cepo cambiario y restricciones a las importaciones que pretendían evitar la salida de dólares, gravosas detracciones a la producción, al punto que el agro ha quedado postrado. Al mismo tiempo, la inversión en energía y en otras áreas estratégicas es nula, mientras miles de familias viven de los cheques asistenciales del Estado y empleos estatales con ingresos masivos en las postrimerías del gobierno de Cristina Fernández.
Un presente griego que no habría que desearle ni al peor enemigo, y es de esperar que Macri pueda llegar a enderezar la economía y la situación social consecuente antes de que se le vengan encima sindicatos y corporaciones que han puesto el palo en la rueda en todas las administraciones no peronistas.
La sola enumeración de estos elementos indican que felizmente, en el Uruguay se ha actuado con otra altura de miras, que expresidentes de todos los partidos pueden reunirse y discutir sobre las cosas que nos atañen a todos, y que pese a que un legado muy preocupante --que Vázquez no quiso mencionar por no pagar costos políticos para la fuerza de gobierno--, hay estabilidad y una situación manejable sin mayores sobresaltos.
Hora pues de ponerse a trabajar, sin visiones ideológicas excluyentes, con pragmatismo codo con codo, porque estamos todos en el mismo barco, y hacer otra cosa sería de consecuencias nefastas para todos los uruguayos.
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