Paysandú, Lunes 28 de Marzo de 2016

OPINIÓN

SOLICITADA

Locales | 27 Mar MIRANDO JUGAR A UN NIÑO
Así tituló José Enrique Rodó una hermosa “parábola” creada por su pluma cautivante en los albores del siglo XX. Singular personaje nacido en 1871, pensador distinguido por la calidad de sus valores y el estilo para manifestarlos a través de su producción literaria, su labor periodística o su trayectoria como diputado del Partido Colorado.
En una vida breve, su protagonismo arranca en 1895 y termina con su muerte el 1º de mayo de 1917 en Palermo (Italia). Dio vida a la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales y fundó la Asociación Internacional de Prensa, de la cual fue presidente. Su pensamiento iluminó su época y abrió un camino especialmente a la juventud. Su obra marca un antes y un después. Su vuelo intelectual colaboró grandemente con el prestigio internacional que ganó el Uruguay de esos “otros tiempos”.
Pero vamos al tema de hoy. La visión del niño que inspiraba la enseñanza de aquella parábola de Rodó demostraba espontaneidad, candidez e inteligencia para tornar el fracaso de un juego en el triunfo de otro nuevo con casi los mismos elementos. Salvando las distancias, el que me tocó ver a mí hace poco tiempo desde mi ventana era “otro niño”. Uno de principios del siglo XXI.
En el cantero de un árbol de la vereda, desde hacía más de un mes estaba tirada media botella de vidrio con el fondo para arriba, ante la cual supongo pasaron los barrenderos en múltiples jornadas. Pero los barrenderos del siglo XXI –por lo menos aquí y ahora según me dijo hace tiempo la directora de Limpieza de la IDP– están contratados “solo para barrer las hojas de los árboles”.
Un día llamó mi atención un sonido proveniente de la calle, de una piedra pegando a un vidrio. Cuando miré, frente a ese cantero había parado un auto. En el asiento del acompañante estaba sentada una señora con su puerta abierta y junto a ella, en el cantero, un niño parado hacia sonar la media botella pegándole con una piedra. De repente vino un señor y puesto en cuclillas conversó con la señora sentada y se fue. Luego continuó un “solo de botella”. Abandoné el espectáculo y en un momento dado sentí que arrancaba un auto. Volví a mirar la escena. Los personajes no estaban más. En el cantero habían quedado un montón de añicos de vidrio y menos de un cuarto de la botella. Su consistente cola para arriba había resistido a los embates de su ahincado y persistente destructor.
A ninguno de los mayores se les había ocurrido reparar el daño. Recoger los vidrios al menos. El niño, quizás fruto de las enseñanzas de sus mayores, juzgó que era normal dejarlos tirados. Pasó el tiempo y allí están todavía, porque los barrenderos (cooperativizados) están “solo para barrer las hojas de los árboles”. Claro que ustedes, estimados lectores, pueden pensar: ¡Y este que tiene el cantero cerca, ¿por qué no los barre?! Bueno. Partimos de la base que la media botella rota no la generó ninguno de los vecinos. A alguno con un trago de más, o no, que pasaba por el lugar, se le cayó y abandonó “los restos mortuorios” en el cantero. O quizás la parte de arriba fue arma de una contienda nocturna… Y las otras partes, si cayeron en la calle, se habrán ido clavadas en los neumáticos de los autos que pasaron por allí. Pero convengamos que los vecinos no están para barrer cualquier basura que los demás dejan en la vía pública. Además, creo que todos pagamos la tasa general de servicio de recolección correspondiente, para que de eso se haga cargo la autoridad que las cobra.
Pero más allá de esos detalles, lo fundamental es meditar en la diferencia entre el niño de Rodó y “nuestro niño”. Él no tiene culpa, porque es fruto inocente –por ahora– del caldo de cultivo que genera esta sociedad escuálida de valores, cuya degradación educativa retroalimenta la violencia. Una sociedad que elige un poder Ejecutivo y Legislativo que amenaza y castiga al Poder Judicial negándole recursos para impedir su ejercicio sano y el pleno imperio de la Justicia. Donde la autoridad, en vez de conservar las cosas buenas, inventa por ley cosas malas. Donde se acorralan los valores y principios éticos y morales forjadores de un nivel cultural que en el siglo XX nos hizo distinguir en el mundo como el país más adelantado de toda Iberoamérica.
Eran los tiempos en que Rodó tenía plena vigencia en los programas educativos del liceo y bachillerato, alumbrando, inspirando y forjando el porvenir de las juventudes.
De la mano del “progresismo” se hizo realidad que lo único que adelanta es el atraso.
Debemos reaccionar ante la involución conservando y mejorando valores y principios que sirve mencionarlos sin que se agote la lista. La Justicia acorde al Derecho Natural, fidelidad a la verdad, regular las funciones, deberes y derechos del Estado y de los ciudadanos para con él, preservar el medio ambiente, la igualdad civil y política ante la ley, la obediencia a la ley, los deberes de los funcionarios para con el pueblo, la defensa de la familia como célula de la sociedad, el derecho a la educación de calidad, el derecho al trabajo, honrar las deudas, inculcar el ahorro, desmotivar el consumismo, fomentar la austeridad, la solidaridad, el respeto a la vida, la salud y la vivienda, el respeto a la libertad personal de pensamiento y expresión, el respeto al honor, el respeto a la propiedad, al valor de la palabra empeñada, el cumplimiento de la promesa y los contratos.
En fin, es necesario esforzarnos para conseguir enderezar el barco. Por esta y las generaciones futuras. Para que construyan en libertad y con su trabajo la paz que asegure el progreso, como dice el escudo de nuestro departamento. Para que no sigan tirando y rompiendo, cargando a otros que limpien y arreglen.
Ing. Ramón
Appratto Lorenzo


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