Paysandú, Miércoles 30 de Marzo de 2016
Opinion | 27 Mar Uruguay carece de liderazgos fuertes y cada vez que irrumpe una temática para debatir en la opinión pública, --que reclama por soluciones-- es cuando más se nota esa ausencia. La confusión existente entre el debate respetuoso que incorpora criterios, aunque provengan de filas opositoras, dio paso hace largo tiempo ya a un espacio de confrontación donde las exposiciones se cierran en un ambiente cargado de adjetivaciones que conllevan discusiones bizantinas, que nada aclaran a quien escucha.
Esa falta de respeto y la insistente necesidad de llevar todo al terreno de la disputa política bajo un clima de campaña electoral interminable provoca reacciones de hastío en un público que piensa por sí mismo y, sin embargo, es subestimado continuamente.
Desde los terrenos religiosos y sociales se reclama el fin de los discursos banales y tribuneros, mientras que en los últimos tiempos se escuchan llamados aislados a la unidad, en el marco de un gran acuerdo político que por una vez visualice los problemas desde la alta política.
Existe necesidad de alcanzar un consenso basado en la seguridad ciudadana y de enfrentamiento a la delincuencia que debe ser monolítico y sin frases hechas ni cruces a través de los medios de comunicación, que son usados diariamente para eso.
Probablemente esos mismos referentes políticos no vislumbren la violencia que generan sus enfrentamientos y el nulo aporte a la convivencia social, en comunidades ya fragmentadas donde las diferencias se profundizan y se abren nuevas brechas.
Las muertes violentas ocurridas en estos últimos días sirvieron para instalar nuevamente el tema, pero tampoco alcanzaron para liberar aquellas mentalidades cerradas a la creación de un espacio de grandeza humana donde brille la voluntad política, más allá de las palabras obvias.
Si la solución pasa por la renuncia del ministro Eduardo Bonomi o por un endurecimiento de las penas, no lo sabemos, porque la discusión no ha logrado la profundidad que merece, sino que se ha transformado en una gritería donde nadie escucha.
No obstante, el partido de gobierno --que contiene a las mayorías parlamentarias-- para definir otros rumbos legislativos se abroquela detrás de sus intocables, aunque esa actitud le genere desacuerdos internos que salen desde allí hacia los medios hegemónicos.
Mientras cada uno sigue encerrado en su juego y dividido en parcelas, los hechos ocurren y más temprano que tarde seguirán extendiéndose al tejido social, sin vuelta atrás.
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