Paysandú, Jueves 07 de Abril de 2016
Opinion | 04 Abr Uruguay ocupa el tercer lugar en un ranking de países con mayores índices de sobrepeso en poblaciones con más de 18 años, detrás de Argentina y Chile y el segundo más obeso, superado solo por Chile.
A nivel global la situación no es mejor y el último informe de la revista The Lancet, advierte que un 13% de la población padece esta problemática. Con la posibilidad de que las cifras se dupliquen hacia el 2025, los autores del análisis reflexionan que las consecuencias para la salud alcanzarán magnitudes desconocidas en los países más pobres, donde se consumen alimentos elaborados con exceso de grasa y azúcar.
La proporción de personas excesivamente delgadas disminuyó menos en comparación con el incremento de la población de obesos y, en pocas décadas, estos últimos resultaron mayoritarios y no se cumplirá la meta de descender la cantidad de personas excedidas de peso.
Al menos la quinta parte de los adultos obesos reside en países de altos ingresos y desde ahora, los líderes mundiales exhortan a la adopción de políticas sociales y de alimentación que mejoren los hábitos de consumo. De hecho, el sobrepeso se ha transformado en el principal problema de nutrición entre jóvenes de 13 y 15 años, promovido por las actitudes sedentarias que presentan las nuevas tecnologías o los cambios de conductas familiares basadas en escasos planteos de socialización.
Es decir que, a pesar de las resoluciones planteadas desde el Ejecutivo, con la instrumentación de una lista de alimentos “nutritivamente saludables” destinada a estudiantes y docentes, en el marco de las disposiciones aprobadas hace dos años por el Parlamento, se requiere de una respuesta social a un problema que no ingresa solamente por la boca. Y las soluciones deberán ser específicas antes que sea demasiado tarde para tratar la baja autoestima, retracción del comportamiento en el adolescente, problemas en el carácter o –lo que es peor-- el reconocido “bullying” u hostigamiento verbal o físico entre pares.
El ideal de crecer sin aumentar de peso debe contar con el apoyo familiar y permanecer libre de condicionamientos o fuertes creencias con arraigo intergeneracional, que contamina la posibilidad de cambiar las costumbres alimenticias. Si los niños o adolescentes ingieren lo mismo que sus padres –de acuerdo con las encuestas difundidas por revistas especializadas en Nutrición-- se reafirma la problemática social existente y la necesidad de predicar con el ejemplo para apuntalar esos cambios.
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