Paysandú, Jueves 07 de Abril de 2016
Opinion | 07 Abr Mucho se habló en su momento, antes, durante y después de la operación promovida y ejecutada por el expresidente José Mujica de traer al Uruguay cinco expresos de la Base de Guantánamo, en Cuba, en lo que el exmandatario considera como un “acto humanitario” que entre otros objetivos implicaría contribuir a que el presidente Barack Obama pudiera cumplir con su compromiso de cerrar esta cárcel, incorporada como un instrumento de Estados Unidos para combatir el terrorismo mundial.
Y entre lo mucho que se habló, hubo prácticamente consenso en que se trataba de una aventura voluntarista en la que se metió gratuitamente al Uruguay para una experiencia “solidaria” que tenía como abanderado a José Mujica, en el marco de su postulación como premio Nobel de la Paz, y que más allá del peligro o complicaciones de insertar en la sociedad personas que habían sido denunciadas como terroristas o afines a redes de este tipo como Al Qaeda, desde el punto de vista de beneficio cultural y social poco y nada bueno podía esperarse, tanto para los protagonistas como para la sociedad que los recibía.
Igualmente Mujica, imponiendo su punto de vista personal en el tema, llevó adelante la operación. Pero como es sabido, sus reflexiones de filósofo de boliche le erraron feo otra vez, y los muchachos inocentes distaron mucho de portarse como se espera de una persona agradecida con la hospitalidad de un país que les devolvió la libertad que se les había negado por tanto tiempo, recluidos una cárcel de máxima seguridad.
Pasado todo el trauma de la importación de presos, el exmandatario formuló recientemente apreciaciones en un reportaje al diario La República, en el que cuestionó la conducta durante todo este tiempo de los refugiados, y consideró que “tal vez” no repetiría un operativo de estas características.
El senador Mujica dijo que ahora “estamos en otras condiciones” que en aquel momento y que “desgraciadamente las sociedades modernas cada vez están más ricas y cada vez más egoístas”, y ello es así “empezando por los emigrados. La conducta de la gente que salió es pésima. De una absoluta falta de solidaridad con los que estaban allá. Porque si ellos hubieran cultivado otra imagen, hubieran facilitado que otros pudieran salir”, dijo.
Y agregó que “lo único que hicieron fue que tres o cuatro gobiernos de América Latina que estaban por tomar una medida parecida se retrajeran. ¿A quién perjudicaron? A los otros presos de Guantánamo. Eso es propio del egoísmo contemporáneo”. Llama la atención que Mujica, de quien se considera una persona inteligente, se sorprenda por los resultados obtenidos. Eran tan predecibles que hasta un tonto lo sabía. Y como el expresidente “nabo” no es, cabe entonces suponer que tendría otras motivaciones, quizás un poco hasta personales, por haberse mareado por la publicidad que recibía en los países del Primer Mundo.
Por supuesto, no se necesitaba la experiencia negativa de Uruguay para que los gobiernos de los otros países a los que refiere Mujica marcaran distancia de esta postura, por cuanto se generarían un problema gratuitamente y en nada contribuirían a la paz mundial ni nada que se parezca, como se le advirtió al exmandatario uruguayo desde la oposición y desde su propio partido.
El punto es que Uruguay quedó solo en esta supuesta muestra de solidaridad y por añadidura trajo a refugiados sirios, en lo que también ha sido considerado como una apuesta para alimentar su popularidad internacional. Encima se trajeron refugiados que estaban lejos de ser del grupo de los mayores afectados por el conflicto, desde que llegaron al Uruguay familias que en la sociedad de ese país son de clase media y media alta, incluyendo profesionales, y que para colmo desde un principio dejaron en claro que no les interesaba el Uruguay y que su objetivo era llegar a países como Alemania, a lo que naturalmente se han agregado diferencias culturales notorias, para integrarse a la sociedad.
Es decir, entre los factores conjugados se ha puesto de manifiesto gran improvisación --errores flagrantes en la elección de las personas que vendrían-- y voluntarismo a través de una percepción ideologizada de la realidad, y ha quedado demostrado que teníamos razón quienes cuestionábamos estas aventuras.
Sin embargo el exmandatario aún no ha hecho una real autocrítica sobre su decisión de haber seguido adelante contra viento y marea en esta cruzada irracional, y apenas se ha ensayado por Mujica el señalar que “tal vez” lo pensaría muy bien antes de traer nuevamente a un grupo de expresos.
Es decir, lo importante en su criterio era que pudieran engañar todo el tiempo a todo el mundo aparentando lo que no son, al fin de cuentas, ante “sociedades modernas más ricas y egoístas”, involucrando sin dudas a los uruguayos que se negaron --con razón-- a tragarse la pastilla de que se estaba ante víctimas a las que había que recibir e integrar como fuera.
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