Paysandú, Miércoles 13 de Abril de 2016

Corrupción, relato e hipocresía

Opinion | 13 Abr Por la cercanía y penetración de los medios argentinos, los uruguayos estamos siguiendo de cerca la cobertura de las alternativas de las denuncias de corrupción en el vecino país, que está haciendo desfilar por tribunales a empresarios, testaferros, valijeros y exjerarcas del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, bajo las más diversas acusaciones: lavado de dinero, cohecho (pago de coimas), sobreprecios, partidas enormes de dinero en licitaciones digitadas hacia empresarios amigos, facturas truchas y retorno del dinero a los gobernantes través de modalidad de pago por servicios inexistentes y obras que nunca se hicieron o no se terminaron, aunque sí se pagaron, con dinero del Estado.
Es decir una receta que no es nueva en el mundo, pero que todo indica que ha tenido en la Argentina tal vez su máxima expresión, por lo menos en un país bajo un régimen democrático, por lo que exprofeso dejamos fuera de concurso a las dictaduras de todo signo, donde el mandamás de turno hace uso y abuso ilegítimo del poder.
Pero en la vecina orilla, a medida que se va desenredando la madeja, vamos “descubriendo” los abusos de los gobiernos “K”, el más impactante de todos --por haberse difundido un trozo de video de más de 90 horas de grabación de cámaras de seguridad-- de una “cueva” financiera en la que en pleno “cepo” cambiario, en que no se podía mover un dólar sin que lo autorizara el gobierno, se contaran como si fueran simples papeles millones de dólares en fajos termoprecintados y que se trasladaban a cajas de seguridad.
El impacto ha sido tal que los jueces en cuya órbita estaban las investigaciones pero ex profeso demoraban los trámites --al punto que al juez Casanello se le puso el mote de tortuga--, al haber quedado en evidencia con pruebas tan contundentes debieron acelerar como un auto de Fórmula 1 sus actuaciones y comenzaron a desfilar “valijeros” como Fariña, e inculpados como el exministro Ricardo Jaime, el megaempresario Lázaro Báez, entre otros, beneficiarios de concesiones de enormes sumas de dinero de fondos públicos.
En el caso de Jaime, importó chatarra de vagones de tren con la excusa de repararlos para dar trabajo dentro de fronteras, pero quedaron tirados en las vías sin que siquiera se les pusiera un tornillo, por lo que se pagaron sumas siderales como si fueran nuevos y además se presume que se hicieron desvíos de fondos descomunales.
Es decir, un hilo de corrupción que lleva hasta la Presidencia anterior y sus directos colaboradores, que todo indica que se dedicaron durante años más que a gobernar, a enriquecerse con el dinero de todos los argentinos, mientras se acompañaba esta descomposición con el “relato” progresista de promover igualdad, subsidios y políticas sociales para contemplar a los más débiles.
Además del relato, nos encontramos por lo tanto con una hipocresía llevada a lo indecible, ya que mientras por un lado se decía favorecer a los postergados, la plata desaparecía en sus bolsillos. Este tramado es investigado para que pueda probarse debidamente en tribunales para que caiga toda la responsabilidad sobre quienes así actuaban y se burlaban de quienes en ellos confiaban.
Peor aún, los cientos y miles de millones de dólares desaparecidos son parte del enorme déficit fiscal --de más del 7 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI)--, legados al gobierno de Mauricio Macri, que ha generado la necesidad de practicar un ajuste fiscal --que siempre afecta a los sectores más débiles de la población--, así como desactivar la bomba de tiempo de los gastos en subsidios en tarifas que resultaron insostenibles, además de tener que pagarse miles de millones de dólares a los denostados fondos buitre por incumplimiento de los gobiernos K.
Más al norte, a otro gobierno populista, el de Dilma Rousseff, no le va mucho mejor, encerrada por la corrupción que involucró sobre todo a la estatal Petrobras --por la que ya están en prisión varios exjerarcas de gobierno--, pago de coimas a legisladores y la acusación pesa sobre el mismísimo expresidente Lula, quien no ha podido explicar el origen de muchos de sus bienes. Además, Dilma enfrenta la instancia parlamentaria del juicio político por no haber cumplido con la ley sobre disciplina fiscal, aunque en el sentir popular el creciente malestar obedece a que además de la corrupción, el país ha ingresado en creciente inflación, desempleo y pérdida de calidad de vida, además de un grave déficit fiscal.
En estos casos, como en el de la Venezuela de Nicolás Maduro, el común denominador es la corrupción promovida desde el poder, el enriquecimiento ilícito, las prebendas y un caos en la situación socioeconómica justo cuando se acaba de vivir una histórica década de bonanza debido a la favorable coyuntura internacional por la venta de productos primarios en la región.
Todos estos gobiernos llegaron con el cuento de la igualdad social y contemplar a los más necesitados, pero han dejado a sus países en una situación económica de la que resultará harto difícil salir. Es decir, que no solo ha habido corrupción, sino una flagrante hipocresía, porque mientras los políticos más cercanos a la Casa de Gobierno se llenaban los bolsillos y sacaban hacia paraísos fiscales millones de dólares en vuelos privados, con la colaboración bien remunerada de amigos del poder, el pueblo aceptaba las migajas convencido que eran el desvelo de quienes gobernaban. Entonces, cualquiera que tuviese un dólar bajo el colchón o quisiese resguardarlo del gobierno, era tildado de traidor a la Patria incluso por los “soldados” del régimen, cuando “del primero al último” de los que estaban en el poder hacían sus turbios negocios con la plata que despojaban a su propio pueblo.


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