Paysandú, Domingo 24 de Abril de 2016
Opinion | 19 Abr Con más de cuatro mil desplazados en todo el país debido al desborde de ríos y arroyos, cientos de familias afectadas por el tornado en Dolores (Soriano) y alerta roja del Instituto Nacional de Meteorología para el litoral Oeste, centro-sur y Este del Uruguay, se vive en el país una situación masiva de emergencias y riesgo para muchos compatriotas.
Las previsiones están lejos de ser alentadoras, previéndose la continuidad de abundantes lluvias y vientos fuertes. La situación preocupa y ocupa. Por un lado demanda el trabajo denodado de socorristas, bomberos, personal municipal, policías y personal de salud que, entre otros, son los primeros en actuar en este tipo de situaciones.
En este contexto no pasa desapercibido que así como ha habido hurtos y saqueos que muestran el peor de los lados del ser humano, hay también cientos de voluntarios que en cada lugar del país donde ocurren estas situaciones están en la primera línea para ayudar de diferentes maneras, ya sea socorriendo directamente a sus propios vecinos y conciudadanos, colaborando con los operativos de las autoridades u organizando colectas de alimentos y ropa y artículos de primera necesidad. Acciones anónimas la mayoría de ellas, pero insustituibles y necesarias.
Por otra parte, el tornado F3 ocurrido en Dolores ha puesto sobre la mesa el tema de cuán frecuente puede ser que este tipo de fenómenos afecten nuestro país. Aunque era un dato desconocido para la mayoría de la población, desde 2006 se sebe que Uruguay está enteramente en el llamado “pasillo de los tornados”, un espacio compartido también por zonas de Argentina y Brasil que, según la NASA es la segunda zona de tormentas más intensas del mundo después del Corredor de los Tornados de Estados Unidos.
No es poca cosa. Y, a diferencia de lo que ocurre en el país norteamericano --donde la población es consciente del peligro de los tornados, se hacen simulacros en hospitales y escuelas, y hay sirenas y alertas que identifican claramente qué ciudades podrían resultar afectadas--, aquí no contamos con medios tecnológicos propios para anunciar este tipo de catástrofes con exactitud y tampoco los ciudadanos tienen la suficiente información sobre cómo actuar para protegernos y prevenir desgracias durante un evento extremo, ni cómo comportarnos para evitar el caos posterior. Si después de lo ocurrido en Dolores y en el contexto generalizado de emergencias que hoy nos rodea, las autoridades no toman los recaudos y realizan las inversiones tecnológicas que se necesitan para estar más seguros, si no se hacen carreteras que aguanten el desborde del arroyos sin quedar inútiles y si no se explicitan, disponen y enseñan protocolos de emergencia en escuelas e instituciones públicas, en verdad estaremos en serios problemas.
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