Paysandú, Martes 03 de Mayo de 2016
Opinion | 27 Abr “Ser o no ser”, seguramente recuerda de inmediato a William Shakespeare, el dramaturgo, poeta, actor y director inglés de cuya muerte se cumplirán 400 años en mayo. Ciertamente, no es la única frase que ha pasado a la historia de manera independiente a las obras en las que originalmente fueron escritas. Pero eso no quiere decir que se haya leído siquiera una de sus obras. No obstante, seguramente es una idea aceptada de manera universal que Shakespeare ha tenido un conocimiento sin igual del corazón humano y que ha ejercido una enorme influencia en el idioma inglés, y de allí en los pensamientos y sentimientos de generaciones posteriores. Esa influencia, a su vez, se ha extendido a muchos otros idiomas a los que sus obras han sido traducidas.
Pero esa influencia --y eso es lo curioso-- muchas veces, muchísimas, no ha sido el resultado del contacto directo con su obra, sino por lo bien que de ella hablan y escriben “los que saben”.
Es que, en realidad, la vida es demasiado corta para averiguar todo por nosotros mismos. Así que una gran parte de nuestro conocimiento y nuestras opiniones --peligroso como parezca-- deben basarse en “los otros”. Que a su vez, probablemente, fueron influenciados por quienes vivieron antes que ellos. Y así sucesivamente, hasta que la historia deja de ser historia.
Ponemos sí mucha energía en conocer una buena cantidad de problemas para basar nuestras opiniones sobre la experiencia de primera mano en los asuntos que nos parecen de una importancia capital. Por el resto, basta con asomarse a algo ya escrito por allí para pensar que esa es una buena mirada de las cosas. Shakespeare, al igual que la gran música o el vino de “mejor calidad”, es un gusto adquirido.
No obstante, la influencia de Shakespeare en el pensamiento moderno no es necesariamente menos porque no somos conscientes de ello o no hemos podido estudiar su obra en profundidad de manera personal. Y es posible estar profundamente influenciado por Shakespeare sin haber leído una línea de lo que escribió, ya que muchas ideas y un sinnúmero de frases que él inventó se han convertido en moneda común de expresión y pensamiento.
Por regla general en Uruguay, los estudiantes secundarios acceden a algunos de sus textos, apenas a determinadas páginas que deben leer para luego considerar en clase. No mucho más o casi nada más. No es algo raro ni inusual. Es lo que en realidad ocurre en muchos otros países, excepto que haya estudios específicos de la obra shakesperiana. Y es lo que sucede en el estudio de muchos otros grandes autores, por aquello de “cultura general” que implica conocer un poco de todo y todo de pocas cosas.
En nuestra permanente lucha por ser o no ser --Hamlet--, porque esa es la cuestión, damos por sentado algunas cosas que otros han expuesto como verdades incontrastables. Asociamos al champán y al caviar entre manjares de los dioses porque son símbolos de elegancia y grandeza en el comer y beber.
Del mismo modo, jamás dudaríamos de la reputación de Shakespeare. Aunque no sea tan leído como parece. Ni como merecería.
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