Paysandú, Lunes 09 de Mayo de 2016
Opinion | 08 May Está en vías de culminación el proceso de realojo de quienes habitaban el asentamiento Los Álamos, familias a las que el Ministerio de Vivienda y la Intendencia de Paysandú otorgaron nuevas viviendas en un predio en el barrio Curupí. Las casas se encuentran a poco de terminarse y ya están habitadas, pues la reciente brusca salida de cauce del arroyo La Curtiembre, a cuya orilla se levantaban las viviendas, precarias, que iban deteriorándose con cada nueva inundación, obligó a la ocupación antes de tiempo del nuevo barrio.
En estos días, además, la intendencia ha iniciado contactos con el ministerio para construir un centenar de viviendas con destino también a familias que residen en zonas inundables y que por tanto serán realojadas en terrenos alejados de los cursos de agua.
Las nuevas “soluciones habitacionales” van dirigidas a familias de muy escasos recursos, sin trabajos estables, en general numerosas, con educación insuficiente, caminando al borde del desahucio social. Esos proyectos de rehabilitación urbanística llevan consigo entonces, una resignificación dentro de la comunidad.
Los desalojos, realojos y mejoramiento habitacional, son procesos que, independientemente de la “solución” que incluyan, impactan en los habitantes o son percibidos y valorados por ellos de diferente manera. El realojo es también mucho más que simplemente un cambio de casa, pues también lo es de barrio y como tal, de ubicación en la ciudad, con diferente entorno social. Cambia la forma del hábitat, pero también cambia la forma de habitar.
En consecuencia, tomada por el Estado la decisión de dignificar la vivienda de los desposeídos no debe quedar solo en manos de éste la toma de decisiones hasta la entrega de llaves. Es una triste realidad que los planes de vivienda del gobierno son en general realizados sin consultar a sus destinatarios, lo que muchas veces resulta en experiencias frustrantes o contraproducentes.
Tomando los proyectos de Paysandú, los planes de realojos no solamente deben tener en cuenta cumplir con la necesidad de alejar a la población a realojar de los cursos de agua, sino impulsar su desarrollo humano y su calidad de vida. Todo esto conduce a una redefinición de la pobreza. Porque aunque el expresidente José Mujica --el mismo que acaba de confesar en Córdoba que cambió “cinco locos de Guantánamo” por la venta de “algunos kilos” de naranjas--, sostiene que “pobre es el que no tiene cariño, el que está solo”, la realidad es un poco más compleja que un club de corazones solitarios.
La pobreza es la falta o imposibilidad de satisfacción de cualquiera de las necesidades humanas, lo que permite visualizar diferentes pobrezas y aleja el concepto de una visión meramente económica donde todo se reduce a la imposibilidad de acceder a bienes materiales. Entre ellos claro, una vivienda digna. “Digna” en el concepto de escritorio, que puede diferir del que se sostenga en el territorio a desalojar.
Según el ambientalista y economista chileno Manfred Max-Neef, la calidad de vida de un conglomerado “dependerá de las posibilidades que tengan las personas de satisfacer adecuadamente sus necesidades humanas fundamentales” y estas “son las mismas en todas las culturas y en todos los períodos históricos. Lo que cambia, a través del tiempo y de las culturas, es la manera o los medios utilizados para la satisfacción de las necesidades”.
El arquitecto español Carlos Jiménez Romera, por su parte, sostiene que “hay un consenso social y cultural sobre el modo y la calidad de vida deseables. Y todo ello genera necesidades sentidas, latentes o manifiestas, comparadas y normativas, cuya satisfacción debe conducir a transformar la situación”.
En procesos de realojo anteriores se han expuesto como demostración de una falta de “adaptación social” que algunas familias vendieron partes de sus casas (puertas o ventanas por ejemplo), que prendieron fuego en el piso de la cocina o que hasta llegaron a vender la vivienda y retornar al asentamiento.
Es que realojar no es simplemente dar una casa nueva. Es construir un hábitat donde los realojados se sientan cómodos, cerca de iguales, aun cuando sean otros pobres de las urbes a los que la sociedad expulsa a los anillos perimetrales de las comunidades. La exclusión y segregación une a estos pobres aun en la fragilidad e inestabilidad de lazos sociales y a la precariedad con la que se asume la ciudadanía.
No se ha dado en el caso de Los Álamos, porque sus habitantes tenían ingresos que no estaban vinculados con el lugar de residencia, pero si se trata de realojar sin más a quienes viven junto al río, habría problemas con su economía de vida, pues hay familias que se dedican a la cría de porcinos, aves de corral y mantienen cerca de sus viviendas los caballos que tiran de sus carros, con los que recogen aquello que otros descartan, desde plástico y cartón hasta alimentos.
No hay duda alguna que un verdadero plan de realojo se hace imprescindible porque esos desposeídos merecen mejores oportunidades, entre ellas una casa mejor, sustentada en la tenencia legal del espacio vital. Pero claro queda que eso debe acompañarse con un proceso de adaptación a un nuevo medio ambiente, que debe ser construido y aprehendido por los propios pobladores. No será suficiente prometer un mejor futuro, sino imprescindible que los realojados puedan avizorarlo.
Puede criticarse que en algunos casos se haya prendido fuego en el suelo de la cocina. Pero, oh casualidad, es lo que siempre habían hecho en su anterior locación. Dicen que fueron los chinos los que dijeron --y aunque no sea así, es una reflexión apropiada-- aquello de que “dale un pescado a un hombre y comerá un día; enséñale a pescar y comerá todos los días”.
Los realojos deberán incluir entonces una reestructura de la economía familiar, buscando otras fuentes de ingreso. O haciéndolos en zonas suburbanas donde esté permitido la crianza con fines de comercialización de los animales que hoy tienen cerca del río.
Los planes no pueden pensarse desde escritorios sino caminando el territorio y escuchando a la población a realojar.
Y los lugares donde proceder al realojo debe tener otras consideraciones además de donde haya terrenos propiedad de la intendencia o pasibles de ser expropiados y los servicios con que se cuente.
Se debería considerar darle una nueva vivienda en un lugar no inundable, pero teniendo en cuenta su medio de vida, su situación sociocultural. Si se le brindan las herramientas para mejorar su existencia que no sea solo con un mejor techo, sino también otorgándole la posibilidad de seguir con su actividad económica, por escasa que sea.
Porque no todo termina en el realojo, más allá que eso es lo que hoy hace en general el Estado. Habrá que continuar apoyando en educación, en inserción laboral o en patrocinio para convertir la crianza de porcinos (por ejemplo) en un microemprendimiento que mejore la calidad de vida. Porque ahora y siempre, el enfoque primordial debe ser la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales.
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