Paysandú, Jueves 12 de Mayo de 2016
Opinion | 09 May "Vivir en el corazón de los que dejamos detrás de nosotros no es morir". (Thomas Campbell)
Hoy se cumplen diez años del fallecimiento de Fernando Miguel Baccaro Pesce, Fernando, como todos llamábamos a quien fuera nuestro director por espacio de cuarenta años.
Aquel hombre alto, desgarbado, muy afable pero con enorme energía y gran personalidad cuando era necesario, debió tomar las riendas de EL TELEGRAFO muy joven, en 1966, tras registrarse el deceso de su progenitor Fernando José, hijo del cofundador de la empresa Miguel Arturo Baccaro. Respaldó su tarea en el aspecto administrativo su tía, señorita Argentina Pesce y luego su hermano menor Enrique con quien conformó un gran equipo para posicionar a este órgano como uno de los máximos ejemplos del periodismo nacional, creando a la vez no sólo un gran diario de proximidad sino haciendo posible, técnicamente, la aparición de numerosos periódicos de otras localidades.
Fernando fue un gran periodista en toda la acepción del término. Una “pluma fina”, como llamamos en la jerga de los “escribas” a los mejores escritores. Pero también un director astuto y certero, un profesor concienzudo y hábil, así como un verdadero y firme luchador en la defensa de la democracia, los intereses de los sanduceros y de nuestro país.
Tenemos la certeza que Fernando cumplió al pie de la letra lo establecido por “En la brecha”, nuestro primer editorial publicado el 1º de Julio de 1910: “entendemos que en la fiel observancia del compromiso que implícitamente hemos contraído con la opinión pública, radicará la fuerza y el prestigio moral del diario” (…)
“Seremos tenaces sostenedores de la autonomía departamental y de la descentralización administrativa”.
“Resumiendo: pretendemos hacer una hoja informativa, novedosa, agradable, que dentro de su modesta esfera, sea un factor de progreso para el departamento y para el país. Con estos propósitos emprendemos la diaria labor, sintiéndonos con fuerzas para vencer los desfallecimientos y las dudas que --bien lo sabemos-- acechan en el camino á toda empresa nueva”.
“Y cualesquiera sean las eventualidades que nos esperan, no nos desviaremos de la ruta emprendida seguros de que ella interpreta con acierto el modo de pensar y de sentir de cuantos se preocupan del adelanto nacional”.
En la imposibilidad de reseñar cuarenta años de una tarea tan compleja de una personalidad atrapante y un profesional excelente, trataremos de ilustrar con algunos ejemplos que son conocidos en la interna de EL TELEGRAFO, pero no así en nuestros lectores de todos los días acerca de las distintas facetas de la personalidad de Fernando Miguel Baccaro Pesce.
Basta imaginar los problemas que tuvo esta empresa cuando se quemó el único motor de la máquina impresora del diario. Hubo que traerlo desde Estados Unidos por avión y durante toda la semana que demoró debíamos llevar diariamente las chapas de impresión a Concepción del Uruguay para editar los distintos periódicos que se imprimen en Paysandú.
No había necesidad, había suficiente personal, sin embargo Fernando conducía el primer auto de la pequeña caravana que se formaba todas las noches y luego participaba en el armado y el conteo de los periódicos que se imprimían pues la “bendita” máquina no tenía contador; y estamos hablando de miles y miles de ejemplares.
Algo similar aconteció cuando se trajo el primer transmisor telefónico de fotos y más de una vez él ocupó un “lado” de la línea y un periodista del otro cuando, en ese momento, se demoraba hasta tres horas parta transmitir una foto.
Pero es claro que la principal actividad del entonces director del diario no era “jugar” con los aparatos. Y así fue que no le tembló la mano cuando, por ejemplo, debió publicar las denuncias de irregularidades que, en definitiva, determinaron la caída de un intendente en plena dictadura, cuando criticar no era como hoy, que cualquiera expone lo que le plazca en una red social y se siente impune. Tampoco se quedó cómodo en su sillón, sino que encabezó el equipo periodístico que allá por 1975 confirmó y documentó la ubicación de la Villa de Purificación.
Fue él quien entregó al operador y vigiló el proceso del original del editorial titulado “Señor Presidente”, que causó una furibunda respuesta del entonces presidente de facto por las críticas que se le formulaban al gobierno “cívico militar”.
En el período más duro de la última dictadura hubo momentos en que Fernando Miguel Baccaro era citado un día sí y otro también al cuartel o a la jefatura por artículos publicados en el diario.
No es casualidad que Paysandú haya tenido el mayor porcentaje de votación del “No” de todo el país dada la campaña que se realizó incluyendo firmas de personalidades intachables.
Como director fue él quien desdeñó los intentos de chantaje o presión que se le formularon así como determinó que EL TELEGRAFO fuera el primer medio nacional en denunciar la muerte por tortura del Dr. Vladimir Roslik.
Sobre esto, para dar una idea de la clase de persona que era, imaginen lo que aconteció cuando llegó al edificio de nuestro diario un grupo integrado por representantes de todas las agencias informativas internacionales y se encontraron, en la galería de entrada, con dos personas en mangas de camisa, una subida a una silla y la otra de pie pues su estatura le permitía llegar a los focos, cambiando lamparillas quemadas. Cuando explicaron quienes eran y que querían hablar con el director, Fernando le entregó las lamparitas a su compañero y los hizo pasar a su despacho, donde los atendió en su calidad de director de EL TELEGRAFO, presidente de la Comisión Departamental de Derechos Humanos y delegado para la Región de la Comisión de Libertad de Expresión de la Sociedad Interamericana de Prensa.
Fernando Miguel Baccaro Pesce era capaz de enfrentar las situaciones más difíciles, los adversarios más poderosos y también cambiar lamparillas en el pasillo del diario.
Contamos esto para que te conozcan los que hace diez años eran muy chicos, porque para nosotros no ha cambiado nada, simplemente un día no viniste.
Y ahora, Fernando, vení, vamos a tu escritorio, donde está Alberto, a tomar un café y no nos mires a los ojos. No sabemos cómo esconder nuestras lágrimas.
"La recompensa de los grandes hombres es que mucho tiempo después de su muerte, no se tiene la entera seguridad de que hayan muerto". (Jules Renard)
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