Paysandú, Miércoles 15 de Junio de 2016
Opinion | 14 Jun La masacre que arrojó un saldo de medio centenar de víctimas fatales y decenas de heridos registrada en una discoteca gay en Orlando, Florida, ha sido catalogada como la más grande de la historia de Estados Unidos desde los atentados del 11 de setiembre de 2001, lo que sirve a los efectos ilustrativos pese a que no es posible cuantificar tanta irracionalidad y dolor en pérdidas humanas en una estadística numérica, como si fuera un mero ranking deportivo.
Pero los hechos hablan por sí solos: al menos 50 personas murieron en el tiroteo, luego de que Omar Mateen --un ciudadano estadounidense de 29 años, de origen afgano-- abriera fuego con un arma automática, mientras más de medio centenar de personas se encuentran heridas, algunas de ellas en estado crítico.
El asesino, que portaba un fusil de asalto y una pistola, se atrincheró dentro de la discoteca con rehenes y comenzó a disparar hasta que fue abatido por la Policía. Poco después el Estado Islámico (EI) asumió la autoría del atentado, en tanto se supo que el atacante llamó al 911 antes de perpetrar la masacre y declaró su lealtad al grupo yihadista.
Incluso el FBI entendió de inmediato que se trataba de un ataque islamista, en especial porque Mateen había sido objeto de investigación, ya que “era sospechoso de tener vínculos con los radicales islámicos”, de acuerdo con un funcionario del organismo federal de investigación.
Siguiendo la relación de hechos derivados de la masacre, el presidente estadounidense, Barack Obama, definió el atentado como un “acto de terror y odio” y dijo que se trata del peor tiroteo de la historia del país, pero llamó a no caer en la desesperación.
Mateen había sido investigado por sus lazos con otro atacante suicida, el primer estadounidense en perpetrar un atentado en Siria en 2014 pero ya había estado en el centro de la atención del FBI en 2013, cuando hizo comentarios en los que trasuntó posibles vínculos terroristas.
“En el curso de la investigación, Mateen fue entrevistado dos veces. Al final no pudimos verificar el fondo de sus comentarios y la investigación fue cerrada”, dijo un agente especial del FBI a una agencia noticiosa internacional.
El contexto en el que se ha registrado este nuevo hecho criminal es parte de un escalón más de una escalera a la que se le han ido agregando peldaños en la consideración mundial a partir del atentado contra las torres gemelas en 2001, como los atentados que el EI se ha atribuido en Europa, como el de París de noviembre de 2015 o el de Bruselas en marzo de este año.
El ataque en la discoteca de Orlando marcaría la presencia del grupo yihadista en Estados Unidos, pero ya en diciembre de 2015, una pareja armada en San Bernardino, California, había perpetrado un atentado en el que asesinó a 14 personas, instancia en la que el EI saludó a los autores de la masacre y los calificó como “soldados” de su autoproclamado “califato”.
En este caso específico, el club Pulse de Orlando, lugar en donde sucedieron los hechos, es uno de los sitios nocturnos más emblemáticos de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales) y la discoteca forma parte de una red que busca “despertar conciencias” sobre la homosexualidad en EE.UU. y en el mundo.
Dado que el atacante es definido por sus familiares, exesposa y compañeros de trabajo como violento y homofóbico, que odiaba a negros, homosexuales, judíos y mujeres por su naturaleza discriminatoria, mucho más que religiosa, es difícil encuadrar este atentado como “organizado” por los terroristas de EI, sino que podría tratarse de un “lobo solitario” inestable y colmado de prejuicios y odio, lo que nos acerca más al caso del perfil del asesinato perpetrado contra el convecino judío de Paysandú David Fremd por un sujeto que alimentó su odio irracional y su alienación con las diatribas en Internet de la organización islámica.
Estos episodios lamentablemente son cada vez más frecuentes en una sociedad conflictiva, donde ha crecido la intolerancia y se apela a métodos violentos y a la descalificación hacia quienes piensan distinto, profesan otras religiones, tienen otras creencias, costumbres o inclinaciones sexuales, religiosas y hasta deportivas.
Las redes sociales, e incluso actos públicos masivos son una clara muestra del grado de enajenación de muchas personas y de su actitud agresiva hacia el prójimo, porque el insulto y la descalificación priman sobre la razón y la tolerancia; porque la intención no es el sano intercambio de opiniones y aportes para enriquecernos en el disenso, sino simplemente el agredir e imponer el punto de vista de uno sobre el de los demás, por encima de cualquiera otra consideración.
Y si a este factor de irracionalidad le agregamos, como en el caso de Estados Unidos, una extrema facilidad para acceder hasta a armas de guerra, tendremos en el caso de la nación del norte una combinación perfecta y casi inevitable para que se den masacres de la magnitud de la que se ha dado en Orlando, como así también matanzas en centros universitarios y otros lugares en los que basta que un enajenado mental se muna de un arma para dedicarse a tirar al blanco contra todo el que pase.
Este desprecio por la vida humana es un signo de nuestros tiempos, pero en mayor o menor medida se ha dado durante toda la historia de la humanidad, sin que incluso se necesiten excusas o “justificativos” para la violencia en todas sus manifestaciones. Y nunca va a faltar caldo de cultivo ni ejecutores de estos actos, por razones políticas, religiosas, ambición de poder e incluso reivindicaciones en principio atendibles, pero que las más de las veces disfrazan otros objetivos lanzados como eslóganes para atrapar incautos.
Lamentablemente, de la misma forma en que están dados los componentes para desatar un incendio cuando se dan simultáneamente la chispa y el combustible, se conjugan condiciones en una sociedad, en todo lugar del mundo --en algunas con más facilidad que otras, es cierto-- para que se registren hechos terroristas aislados u organizados, ocasionales o planificados, que no dejan de asombrarnos por el grado de crueldad y desprecio por la vida humana, con el argumento que sea.
Y la gran pregunta: ¿es posible prevenir o por lo menos reducir las posibilidades de que se den estos sucesos desgarrantes? Pues mucho nos tememos que más allá de la intención de ir hacia este ideal, hay demasiada irracionalidad y odio en determinados grupos e individuos enfermos como para poder para evitar estos espasmos de inhumanidad e insania.
Pero nos aferramos a que debemos seguir trabajando y apostando a que podamos ir logrando gradualmente una sociedad más justa, con menos marginación y resquicios para que puedan actuar impunemente estos intolerantes, apostando sobre todo a la educación y a la integración social, pero también con mano firme hacia los inadaptados, como una forma de diluir condiciones para que se den estos atentados que nos interpelan en nuestro fuero más íntimo.
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