Paysandú, Viernes 01 de Julio de 2016
Opinion | 27 Jun “'La dama de hierro' lo llevo desde la Facultad de Medicina, desde la Asociación de Docentes de la Universidad de la República, desde hace mucho tiempo. Pero en realidad yo soy una dulce al lado de la Thatcher, que era una mujer de derecha, una mujer ultraderechista insoportable. Yo soy bárbara, bárbara”. Así finalizó la ministra de Educación, María Julia Muñoz, su entrevista con el semanario Búsqueda y a partir de ese momento se generó un alud de rechazos y reclamos airados de propios y ajenos, con demanda de renuncia incluida por la Federación Uruguaya de Magisterio.
Ocurre que la secretaria de Estado criticó a su exsubsecretario, Fernando Filgueira, y al exdirector nacional de Educación, Juan Pedro Mir, a raíz de sus salidas –por razones diversas-- bajo una agria evaluación, donde no ahorra en adjetivaciones que no corresponden a su investidura ni posicionamiento de un asunto, como es la educación, cuyos resultados en Uruguay admiten múltiples lecturas.
Y las comparaciones chillonas, ejecutadas por una médica, quien desde ese lugar consideró que un maestro de sexto de escuela no era apto para el cargo, o que un sociólogo era “más técnico y alejado” de la interna docente, resultaron una bomba en la línea de flotación de la credibilidad de algunos referentes del gobierno, que se comportan con idéntica virulencia e intolerancia que la criticaron en otros gobiernos.
Aquellas declaraciones donde señalaba que “el país no se pierde nada” con sus alejamientos, nos motivaban a reflexionar: entonces, ¿para qué fueron contratados en una función si en realidad no servían? y no menos antológico resultó que reconociera que Filgueira llegó a ser su viceministro por recomendación de su hijo, que es un profesional de las Ciencias Sociales.
Muñoz nunca se detuvo: desde aquel entonces y hasta ahora, tampoco hubo nadie desde la interna del Poder Ejecutivo que le hiciera notar que sus declaraciones solo servían para ampliar la brecha, ya existente, a partir de la cual se profundizarían las diferencias y la pelota –embarrada-- quedaría en la cancha del presidente Tabaré Vázquez, tal donde se encuentra ahora, evidenciando una falta de gestión y transparencia válida para cualquier proceso político que elige a sus referentes para temas clave.
Pero la cosa no quedó ahí. ¡Faltaba más! Si en la mañana asistíamos a la lectura de tamaña alevosía; en los noticieros de la tarde y frente a un sinnúmero de micrófonos, una sonriente ministra ejecutaba su último golpe, enfrentándose a los medios de comunicación a lo que declaró que el buen concepto técnico que se tenía de Filgueira y de Mir era un invento de la prensa. “Los fenómenos los deben haber hecho ustedes”, dijo a los periodistas. Ante la pregunta si el gobierno tenía expectativas con ellos, la ministra respondió: “No, no, para nada”.
Si esos cargos no se realizan por designación directa del presidente de la República, entonces caben las dudas sobre el equipo de asesoramiento que rodea a cada secretario de Estado, y más aún cuando se trata de Educación y Cultura, que contó con profesionales sin ninguna expectativa ni apoyo, de acuerdo con la ministra.
La dura mirada alcanzó a los sindicatos de docentes, “que siempre protestan por todo” y relativizó su “madurez o la manera de enfocar mejoras en la comunidad educativa”, cuando en realidad desde su lugar de crítica tampoco ha aportado en ambos aspectos.
Y la ola de malestar fue inmediata. “La ministra se equivocó muy feo y mostró una soberbia ofensiva, que no vamos a dejar pasar”, resaltó la secretaria general de la Federación Uruguaya de Magisterio (FUM), Elbia Pereira, cuya institución emitió una firme declaración donde reclaman la renuncia de Muñoz.
“Si piensa así también tiene que decir que Pablo Caggiani --consejero de Primaria-- u Oscar Gómez --exsubsecretario del ministerio-- tampoco están a la altura, porque son maestros de escuela”, añadió la secretaria general de Asociación de Maestros del Uruguay (Ademu), Raquel Bruschera.
Entonces, como si volviese de otro planeta, la ministra reaccionó “extrañada” por tales declaraciones y apuntando a una cámara, con la misma sonrisa de siempre, aseguró que “todos los que seguimos una carrera universitaria recordamos muy bien a nuestras maestras”. Después de asegurar que un maestro de sexto de escuela “no dio la talla” para un cargo de dirección, arremetió con su reconocimiento a las maestras que “son verdaderamente vocacionales” y “grandes trabajadoras”.
Sin embargo, la ministra reconoció el alcance de sus palabras, se disculpó por sus dichos y aseguró que pondrá su cargo a disposición, pero también sabe que el asunto en discusión no proviene de partidos de oposición que pueden reclamar la dimisión de un jerarca, sino de un sindicato agraviado.
Y si la ministra estima que su permanencia en el cargo se resolverá a través del diálogo con el gremio, entonces quedará expuesto el mandatario que resolvió su designación para el cargo dado su férreo carácter para enfrentar a “sindicatos difíciles”, como cuando era secretaria general de la Intendencia de Montevideo y tuvo que lidiar airosamente con Adeom. No obstante, a pesar de los duros cuestionamientos (que no son nuevos), Vázquez continúa sin mayores reacciones al respecto.
Con la excepción, claro, de que “se le cae la cara de vergüenza”, ante el estado de algunos edificios de la enseñanza en San Gregorio de Polanco, donde los techos de fibrocemento (con alto conocimiento de sus consecuencias para el organismo por ser oncólogo), serán retirados a la brevedad de las escuelas.
En realidad, y valga la honestidad intelectual que debemos reclamar siempre a la clase política, a Mir no lo alejaron del cargo por incapacidad, sino por reflexionar hacia la interna partidaria (concretamente dentro su sector político Asamblea Uruguay) que el país no atravesaba el momento histórico, ni tampoco se daban las condiciones para “cambiar el ADN de la educación”, tal como lo prometió Vázquez durante su campaña electoral.
Vale también la profunda reflexión si no estaremos asistiendo al país de pensamiento único, donde el abordaje de puntos de vista diferentes y su manifestación hacia la propia orgánica (tal como lo reclaman a viva voz sus propios dirigentes), llevará a la descalificación de “resentido social” o “pobre muchacho”.
Sin el involucramiento y consulta de sus principales actores, se hará dificultosa la construcción de un proyecto educativo, conforme a los avances y a la globalidad de un sistema que requiere otras exigencias. Pero, parece que, con tales expresiones y visiones, resulta dudosa que una reforma profunda atraviese al país con una mirada de altura de las circunstancias.
O tal como lo dijo el diputado de Asamblea Uruguay, Alfredo Asti: “Pobres todos los muchachos, si esa es la expresión de la conducción política que tiene la Educación”.
¿Quién podría discutirle eso a un legislador oficialista?
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