Paysandú, Miércoles 06 de Julio de 2016
Opinion | 06 Jul En los últimos días ha tenido trascendencia internacional la polémica que sobre el uso de transgénicos en la producción agrícola se ha desatado entre más de un centenar de científicos galardonados con el premio Nobel y la organización ecologista Greenpeace, con puntos de vista muy encontrados sobre temas que son de vital importancia para el presente y el futuro de la Humanidad, nada menos.
La información que se conoce al respecto indica que más de un centenar de premios Nobel, 109 a estas horas, han firmado una dura carta abierta contra la organización ecologista por su rechazo a los alimentos transgénicos. El texto rubricado por los científicos urge a Greenpeace a “reconocer las conclusiones de las instituciones científicas competentes” y “abandonar su campaña contra los organismos modificados genéticamente en general y el arroz dorado en particular”.
Se destaca que el arroz dorado es una variante creada en 1999 con sus genes modificados para producir un precursor de la vitamina A. Al respecto, corresponde traer a colación que la Organización Mundial de la Salud calcula que 250 millones de niños sufren carencia de vitamina A que aumenta el riesgo de padecer problemas oculares y ceguera. Es así que unos 500.000 niños se quedan ciegos cada año por falta de vitamina A y la mitad de ellos muere en el año siguiente a la pérdida de la visión.
El manifiesto de los científicos considera que “hay que detener la oposición basada en emociones y dogmas, en contradicción con los datos”, y subraya que “Greenpeace ha encabezado la oposición al arroz dorado, que tiene el potencial de reducir o eliminar gran parte de las muertes y las enfermedades causadas por la deficiencia de vitamina A, que se ceban con las personas más pobres de África y el sudeste asiático. ¿Cuántas personas pobres deben morir en el mundo antes de que consideremos esto un crimen contra la humanidad?”.
Entre los 109 firmantes conocidos hasta el momento, galardonados principalmente en las categorías de Química y Medicina, se encuentran el biólogo estadounidense James Watson, reconocido por haber descubierto la estructura del ADN, y la bioquímica israelí Ada Yonath, responsable de esclarecer la estructura del ribosoma, la fábrica de proteínas del cuerpo humano. También apoya la carta un premio Nobel de la Paz, José Ramos-Horta, expresidente de Timor Oriental.
Ya en un contexto que excede las consideraciones puramente científicas, los firmantes recordaron que la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura calcula que la producción mundial de alimentos y piensos tendrá que haberse duplicado en 2050 para satisfacer las necesidades de la creciente población mundial. “Hacemos un llamamiento a los gobiernos del mundo para que rechacen la campaña de Greenpeace contra el arroz dorado, en particular, y contra los cultivos y alimentos mejorados mediante biotecnología en general”, enfatizaron los científicos, y reafirmaron que “hay que detener la oposición basada en emociones y dogmas, en contradicción con los datos”.
Los premios Nobel acusan a Greenpeace, y al resto de organizaciones antitransgénicos, de “tergiversar los riesgos, beneficios e impactos” de los organismos modificados genéticamente y de “apoyar la destrucción criminal de cultivos de experimentación”. Los alimentos transgénicos, subrayan, son tan seguros como cualquier otro alimento, “si no más”, según las evidencias científicas. “Nunca ha habido un solo caso confirmado de un efecto negativo en la salud de humanos o animales”, subrayaron, e instaron a los ciudadanos a apoyar la “agricultura de precisión”.
Mientras tanto Greenpeace ha respondido a las críticas en un comunicado con declaraciones de Wilhelmina Pelegrina, activista de Greenpeace en el sureste asiático en el que indica que “las empresas están promocionando el arroz dorado para allanar el camino para la aprobación mundial de otros cultivos genéticamente modificados más rentables”.
Frente al manifiesto de los 109 premios Nobel, asegura que el arroz dorado no ha demostrado ser eficaz para solucionar la deficiencia de vitamina A y en otro comunicado, Greenpeace España insiste en que los transgénicos pueden provocar “daños irreversibles en la biodiversidad y los ecosistemas”.
Pero debe traerse a colación que según los expertos, desde Greenpeace se ha apoyado la “destrucción criminal de ensayos de campo y proyectos de investigación aprobados. Nunca se ha dado un solo caso confirmado de resultados sanitarios negativos”.
Es cierto que a esta altura la discusión aparece como un diálogo de sordos, con premios Nobel que apuntan a que desde la organización ecologista se reconozca que no hay ninguna evidencia científica que respalde su oposición cerrada al uso de estas semillas, mientras desde Greenpeace la postura es de cerrarse a estos datos y considerar que hay intereses que están detrás de esta problemática y que por lo tanto debe evaluarse que hay elementos en contra muy fundamentados.
Y desde fuera de ambos círculos, el ciudadano común queda naturalmente envuelto en un manto de incertidumbre, porque hay elementos de juicio valederos que por un lado expone una comunidad científica que es la flor y nata de la investigación en la materia, y por otro organizaciones ecologistas que tienen reconocida autoridad en cuanto a la justicia de muchas de sus causas.
Los uruguayos lamentablemente tenemos la experiencia de organizaciones de activistas que han bloqueado los puentes con Argentina, y que de vez en cuando lo siguen reivindicando, con grupos que levantan banderas fundamentalistas, que recurren a los eslóganes y a esgrimir presuntas verdades absolutas, sin aceptar ninguna otra postura que no comulgue con la causa que abrazan.
En este sentido, en el caso de UPM Botnia, y pese a que la empresa en su proyecto incluyó las exigentes normas europeas en la materia, se siguió reclamando el cierre y traslado de la planta porque “tenía” que contaminar e iba a producir un incremento descontrolado en los casos de cáncer en la población en un radio de más de 100 kilómetros a la redonda, desestimando los datos que indicaban lo contrario. Por supuesto, el tiempo demostró el sinsentido de los grupos ecologistas argentinos, entre los que se encontraba Greenpeace, precisamente, organización que llegó incluso a cortar el paso por el puente Gral. Artigas, en la cabecera argentina.
Es que en Greenpeace, como en otras organizaciones que levantan estas banderas, todo lo que se haga o diga suele pasar por el filtro de su óptica particular y acentuada en el aspecto puramente ecológico, aún en la duda, sin el necesario equilibrio y evaluación de la relación costo-beneficio de las acciones que se desarrollen en el marco de esta problemática. De hecho, de acatarse lo que reclama esta organización en cuanto a producción de alimentos, buena parte de los más 7.000 millones de habitantes del planeta estaría condenada a morir por inanición, porque en cierta forma son los sistemas productivos que ellos critican con tanta dureza los que permitieron la explosión demográfica que se registró principalmente en el siglo XX en todo el planeta.
Es que no debe perderse de vista que hacia el año 1900, la población mundial no superaba los 1.650 millones de personas, y actualmente son más de 7.300 millones las bocas que han de alimentarse, vivir lo más decorosamente posible y sobrevivir con la mayor expectativa de vida de la historia de la Humanidad.
Y si bien es cierto que toda actividad humana en mayor o menor medida afecta el medio ambiente, no todo es lo mismo, y no corresponde cerrarse a priori a cal y canto a la posibilidad de mejorar significativamente la producción de alimentos si se utiliza tecnología inocua para el ecosistema, como así tampoco de fuentes de energía y avances tecnológicos en una diversidad de áreas, porque a veces los radicalismos pueden provocar más daño que la supuesta amenaza de las modificaciones genéticas.
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