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Paysandú, Viernes 02 de Septiembre de 2016

Nos conformamos con poco

Opinion | 27 Ago Hace una semana finalizaron los Juegos Olímpicos en Rio de Janeiro, los primeros que se realizaron en suelo sudamericano en toda la historia de la era moderna; es decir, desde 1896 cuando se disputaron los primeros en Atenas. Durante dos semanas, el mundo se impactó por el gran nivel demostrado por deportistas de élite, que entrenan cuatro años con la mente puesta en esta justa. Los deportes de equipo y los individuales se desarrollaron en una excelente performance y arrojaron momentos memorables. El colorido brasileño y las fiestas de apertura y de cierre le dieron valor agregado a unos Juegos increíbles. El medallero olímpico, como casi siempre, fue ganado por Estados Unidos. Uruguay, por su parte, no se llevó nada, como suele suceder desde hace mucho tiempo.
Uruguay logró su última medalla olímpica en los Juegos Olímpicos de Sídney en 2000: una de plata, de la mano del ciclista sanducero Milton Wynants. Sigue siendo la única en 52 años: la anterior había sido en Tokio 1964, cuando Washington Rodríguez se quedó con el bronce en boxeo. El país conquistó otras ocho medallas; las únicas dos de oro, y las primeras, corresponden al fútbol, en 1924 y 1928. Ninguna nación que haya ganado un oro en unos Juegos Olímpicos ha pasado tanto tiempo sin haber obtenido otra presea dorada.
A los Juegos de Rio acudieron 17 deportistas celestes, todos en disciplinas individuales, entre ellos la velerista sanducera Dolores Moreira. Tanto esta joven deportista --que tiene un gran futuro--, como el resto de los competidores compatriotas dieron lo mejor de sí mismos. No cabe ninguna duda. En un país donde el fútbol es rey y los recursos se vuelcan sobre todo en él, desarrollar una disciplina “alternativa” es una empresa costosa y trabajosa. Además, en un contexto de Juegos Olímpicos las diferencias con las potencias y no tanto se acentúan. Nuestros participantes no dejaron nada libre al azar y se prepararon a destajo durante mucho tiempo.
De cualquier modo, el único que estuvo a la altura de los “grandes” fue Emiliano Lasa, que logró el sexto puesto en la prueba de salto largo y por ello se hizo acreedor a un diploma olímpico. Su actuación resultó notable y dio una pista de que en Uruguay también pueden surgir atletas que puedan codearse con la crema mundial.
Pero una cosa es destacar esto y no reprochar lo otro, y otra es festejar como goles en la hora que valen un campeonato los triunfos que no lo son, comentó con acierto el periodista Leonardo Haberkorn en una de sus columnas. El también escritor advierte sobre un inexistente triunfalismo que solapa un conformismo que hunde sus raíces en una mentalidad de país pequeño, de un complejo de inferioridad.
“Un extranjero que haya seguido la cobertura de la prensa deportiva local de los Juegos por momentos habrá creído que Uruguay estaba bajo una lluvia de medallas doradas. Se festejó todo. Clasificaciones a semifinales y también a cuartos de final, alcanzar posiciones entre los 40 primeros, ganar una serie donde competían los peores de la disciplina. Incluso cuando Pablo Cuevas --quien por mérito propio integra la élite del tenis mundial-- fue eliminado por un colega que está muy por debajo suyo en el ranking mundial, las redes sociales se llenaron de inexplicables elogios superlativos. Las posteriores declaraciones de Cuevas --apesadumbrado y autocrítico-- pusieron los hechos en su justo lugar. La mayoría de los atletas uruguayos analizó de igual modo su actuación”, subrayó Haberkorn.
“Por supuesto que ganar no es todo. Pero cuando sistemáticamente la prensa, los periodistas y muchos aficionados festejan posiciones 40, se le quita el sentido a buscar ganar, subirse al podio, colgarse una medalla o conseguir un diploma. La mentalidad de paisito nos ha conquistado, como si fuera imposible volver a ganar algo”, añadió.
Uruguay parece colocarse un rótulo en el que asegura que no se puede, que no tiene plata, que no podemos medirnos con los grandes profesionales, que nunca vamos alcanzar la cúspide, que eso es para otros, que no y que no. El problema no es perder. Sino conformarse con quedar atrás y no tener una mentalidad de superación. Es cuestión de preparación, de disciplina, de mentalidad. En el medallero de los Juegos de Rio de Janeiro figuraron países como Lituania, Trinidad y Tobago, Kosovo, las islas Fiyi --que gracias al seven de rugby ganaron su primera medalla de su historia--, Granada, Estonia, Moldavia, Burundi y Croacia. Pese a las desventajas con que llegaron al evento, al igual que los uruguayos, lograron colgarse medallas.
El caso croata es digno de aplauso. Una nación mucho más pequeña que Uruguay, que sufrió la guerra de los Balcanes en los años de 1990, con una población similar (4,2 millones), conquistó diez medallas en la cidade maravilhosa. Cinco de ellas de oro.
El uruguayo es deportista por definición y esencia. Hace falta planificación y buenas políticas para conformar un buen núcleo de competidores orientales de élite. La sanducera Lola Moreira va por buen camino. Pidió arribar un mes antes del inicio de los Juegos para conocer la bahía de Guanabara y para contar luego con más elementos durante la competencia. Le denegaron el reclamo por falta de recursos.
La mentalidad de “competir para cumplir” viene, sobre todo, de los dirigentes del deporte. Urge corregirla.


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