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Paysandú, Domingo 04 de Septiembre de 2016

Atender los problemas paraque la democracia siga vigente

Opinion | 04 Sep “La democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno”, dijo el líder británico Winston Churchill en 1947. Casi 70 años después, el 86% de los uruguayos cree que eso sigue siendo cierto. Eso, a pesar que el apoyo a la democracia cayó abruptamente 8 puntos entre el año pasado y este (hoy es del 68%), de acuerdo a la última encuesta del prestigioso instituto Latinobarómetro, que dirige la chilena Marta Lagos y en Uruguay es realizada por Equipos Mori.
Este es el país de la región que ha vivido por más tiempo en democracia. Con excepción de las dictaduras Terra-Baldomir de 1933-1943 y cívico-militar de 1973-1985, ha pasado el siglo XX y lo que va del siglo XXI en democracia. Más allá de los altibajos económicos, incorporó la alternancia en el poder de los partidos, el sufragio universal, el voto secreto, la representación de las minorías y el voto de la mujer, como prácticas establecidas.
El Latinobarómetro analiza la situación país por país en América Latina. Detectó que ningún presidente está fuerte en la región, lo que coincide con esa caída del nivel de apoyo a la democracia y esa decepción generalizada. En tanto en Uruguay Tabaré Vázquez recoge el 43% de aceptación.
En la región, la delincuencia es el problema más importante para el 22% de los latinoamericanos. Eso explica que en nuestro país la demanda de “mano dura” alcanza el 71%. Y ante la disyuntiva de vivir en una sociedad ordenada aunque se limiten libertades, el 58% de los uruguayos consultados prefiere el orden, mientras que el 39 se inclina por la libertad.
Estos resultados sugieren que a pesar de una vocación democrática de la cual no puede dudarse, se expande un profundo desencanto con la vida política del país. Basta, de hecho, recorrer calles y barrios, hablar con amigos o conocidos, para comprender que la molestia y el fastidio son moneda corriente cuando se refiere al “sistema político”.
Claro está --que nadie se confunda--, la democracia no es una varita mágica ni el sombrero del mago. No saldrán de allí las soluciones a todos nuestros problemas. De hecho, el valor de la democracia es otro. Garantizar la coexistencia pacífica (y la competencia en iguales términos) de la diversidad política, por un lado, y garantizar el cambio de gobernantes “sin el costoso expediente de la sangre”, como sostenía el filósofo austríaco Karl Popper.
Más cerca (en el tiempo y geográficamente) el excanciller argentino Dante Caputo escribió en 2004 que se debe evitar que el malestar en la democracia se convirtiera en un malestar con la democracia. “Mediciones sobre la evolución de los humores públicos en relación con la democracia por fortuna existen y no se les debe dar la espalda”.
Quizás se trata de la trampa establecida por algunos políticos que han quedado atrapados en ella. Porque no es cierto que la democracia es el instrumento para resolver todos los problemas de la sociedad. Es una fórmula de gobierno que permite la convivencia y la competencia institucional de la diversidad y que ofrece la posibilidad de ir de un gobierno a otro en paz y con el solo impacto del voto popular.
La democracia se sostiene gracias a la existencia de partidos políticos que actúan como redes de relaciones, plataformas de lanzamiento electoral, referentes ideológicos y enlaces entre la sociedad civil y el Estado.
Pero en 2016 Uruguay alcanza su punto más bajo en el apoyo a la democracia en 21 años y es un detalle ni menor ni para considerar a la ligera. Mucho menos cuando el 41% de los uruguayos sostiene que “no le importa si un gobierno no es democrático si resuelve los problemas”. No hace tanto, en 2008 el porcentaje era del 31%.
Hay --al menos-- un llamado de atención para la “clase política”, porque de sus acciones mucho depende el futuro del país. Cuando aumentan los casos de corrupción, cuando no se gobierna para todos los sectores, cuando la insatisfacción social crece, cuando el autoritarismo político y el social aumentan, el futuro presenta varias incógnitas.
Porque el que hoy vivamos en democracia --en este país con tan rica historia en este sentido-- no produce demócratas. Ya no vivimos en los idealistas años 60 sino en los años de la búsqueda de la satisfacción personal. Y, además, los problemas más graves se deben a que la comparación de Uruguay consigo mismo no es nada buena. La caída en el apoyo a la gestión del presidente es clave, aunque aun es muy superior a aquel 12% de finales del gobierno de Jorge Batlle, en 2004.
Esta caída en la popularidad no debe preocupar solo a Vázquez, sino a todo el sistema político, porque crece el descontento de la misma manera que baja la popularidad de los políticos. Es cierto que este es un país afecto a pasarle la factura a todos los líderes, pretendiendo que sean el Merlín de estos días. Pero más allá de la pertinencia de esperar (casi) todo de los políticos, el descontento no solamente es mal consejero, es también un peligro para el sistema de gobierno que aunque lleno de errores, es el mejor del cual podemos disponer.
Hay muchas cosas por cambiar, probablemente muchos actores políticos también, pero el sistema debe apuntalarse aun en tiempo de descontento. El surgimiento de la corrupción, el aumento de la violencia y la conciencia de las múltiples formas de violencia, se combinan como elementos negativos que se fortalecen mutuamente.
La economía cae, no solo en el país cierto es, pero es aquí donde la inseguridad financiera y laboral, el vivir “enterrado” en créditos, el mirar el futuro sin ver más que oscuridades, hacen un cimiento para el descontento.
Los ciudadanos tenemos todo el derecho en demandar por calidad en el liderazgo, especialmente cuando pasan los años y pasan los períodos de gobierno sin grandes cambios en las promesas que luego no se cumplen como en los actores políticos.
Si la democracia se sacude no es precisamente porque queremos que vuelva el sonido de las botas militares; en verdad es porque hay demandas que hace demasiado tiempo que no se satisfacen; porque hay temas rezagados desde lo que parece una eternidad. La democracia es el mejor sistema de gobierno. Tiene problemas. Si se quiere mantenerlo, deben solucionarse. Antes que las decepciones y el sabor amargo del malvivir la destruyan.


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