Paysandú, Miércoles 07 de Septiembre de 2016
Opinion | 03 Sep Como suele suceder en las crisis, como ocurre cuando se expande la corrupción, los gobernantes de turno pierden pie en la aceptación popular y son desbancados por los otros partidos y por otras opciones políticas e ideológicas. Esto ha pasado con la izquierda en América Latina, que en el arranque del siglo XXI era una topadora que conquistaba gobiernos aquí y allá. Hoy el declive es notorio y se acentuó con la destitución de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. Si bien han existido cuestiones coyunturales que hubieran afectado a cualquier administración, también hubo malos manejos durante la recesión y, sobre todo en el caso brasileño, una desidia importante a la hora de enfrentar a los corruptos.
La batalla por el impeachment de Rousseff no solo puso fin a 13 años de gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil, sino que también marcó un retroceso de magnitud para la marea de gobiernos de izquierda en América Latina (llegaron a haber 15 gobiernos bajo este signo en la región). En los últimos meses ha sufrido varios fracasos que parecen presagiar el final de un ciclo que comenzó con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia venezolana en febrero de 1999, bajo el patrocinio de la revolución cubana comandada por Fidel Castro y de la bandera del “socialismo del siglo XXI”.
Al suceso en Brasil, se suma la derrota del kirchnerismo en Argentina --donde el difunto Néstor Kirchner primero y su esposa, Cristina Fernández, después dominaron el panorama durante 12 años--, y la caída del oficialismo venezolano en la Asamblea Nacional (AN) el pasado 6 de diciembre. Además, se puede agregar el revés de Evo Morales en el referendo sobre su reelección indefinida en Bolivia, así como las protestas que ha sufrido el presidente ecuatoriano, Rafael Correa. Coqueteó con la idea de un tercer mandato, pero desistió ante la caída en las encuestas.
La corrupción, la clara falta de una nueva generación de líderes y el distanciamiento de sus proposiciones iniciales, además de otros factores externos dentro de la propia región, han sido claves en las profundas crisis políticas y económicas que se viven tanto en Argentina, Brasil y Venezuela, que han servido de pilares para el constante deterioro que ha venido sufriendo la izquierda sudamericana. Además, una serie de escándalos de corrupción alimentaron el malestar entre la población. Incluso la moderada chilena Michelle Bachelet ve su imagen derrumbarse en los sondeos luego de que su hijo fuera atrapado en un escándalo de corrupción.
En Uruguay, en tanto, el tercer gobierno del Frente Amplio liderado por Tabaré Vázquez asumió las riendas en 2015 tras 10 años de crecimiento económico con la promesa de reducir la inflación a 5% en 18 meses, pero el indicador se duplicó. El presidente tampoco pudo implementar la prometida reforma de la educación. Vázquez, que en 2010 terminó su primer mandato con una histórica aprobación del 74%, ahora enfrenta un declive de su imagen, con una aceptación de 30% según una encuesta publicada en julio por la consultora Equipos.
Es así que en el último tiempo las malas noticias se han estado acumulando para la izquierda latinoamericana, aunque todos los expertos coinciden en que no se puede poner en la misma bolsa los proyectos del PT brasileño con los del chavismo o el kirchnerismo argentino. Muchos de los gobiernos de la región pusieron el acento en la redistribución, pero se quedaron cortos en fomentar la creación de riqueza y en atraer la inversión. A nivel regional, “nos encontramos en una suerte de reedición de la década de 1980, la llamada década perdida, marcada por una enorme caída de los precios de las materias primas como el petróleo”, sin embargo “tras casi una década de precios elevados, estos gobiernos gastaron sus fondos y se endeudaron sin ahorro alguno”, ha dicho el doctor en historia y miembro del Centro de Estudios de América de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Nahem Reyes.
Los tiempos han cambiado, para uno y otro signo. Si la llegada del siglo XXI fue un nuevo comienzo para la izquierda de la región tras un siglo XX que la condenó a la marginación con golpes de Estado, invasiones y gobiernos militares con el respaldo de Estados Unidos, el continente puede estar ahora viviendo el surgimiento de una nueva derecha.
Una derecha latinoamericana más pragmática, comprometida con la democracia, y una agenda social es algo nuevo, ha mencionado John Coatsworth, rector de la Universidad de Columbia en Nueva York y experto en historia latinoamericana. Y esa realidad implica un desafío para la izquierda.
“La izquierda siempre ha clamado tener el monopolio de la voluntad popular. Los ‘otros’ no son pueblo, de ahí todo el elenco de epítetos que utilizan para describirlos: ‘escuálidos’, ‘pitiyanquis’, ‘escoria’, ‘reaccionarios’, etcétera. En momentos en que la izquierda pierde popularidad, y los ‘otros’ se vuelven mayoría, recurre a teorías de conspiración y argumentos cada vez más inverosímiles para justificar que ellos siguen siendo la voz del pueblo”, analizó Juan Carlos Hidalgo, del Instituto Cato, con sede en Washington. De cualquier modo, es un buen momento para que todos aprendan de la lección. Una buena gestión de gobierno va más allá de la ideología. Hace falta gestión y políticas sensatas, adecuadas a la realidad.
No usar al población para una mera acumulación de votos y poder. Se deben ajustar las cuentas, gastar lo que se tiene y no más de lo que se acumula, ahorrar en tiempos de bonanza, y ser transparente. Los escandalosos casos de corrupción de Brasil, donde tanto el gobierno de Rousseff como la oposición han estado involucrados, son un buen ejemplo de lo que no se debe hacer.
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