Paysandú, Viernes 09 de Septiembre de 2016
Opinion | 05 Sep A comienzos de 2012, el entonces presidente uruguayo José Mujica dijo en una extensa entrevista con La República: “Creo que hay que defender una política de amistad y relaciones, ya que por ese camino logramos más que por la vía de las confrontaciones y además porque los países no se mudan. Aunque hoy tengo claro que Uruguay tiene que subirse al estribo del Brasil porque será una superpotencia de las que corta el bacalao grueso en el mundo”.
La convicción que el exmandatario desarrolló durante cinco años, se basó en primer lugar en un relacionamiento cercano con Lula da Silva, quien confirmó inversiones millonarias en territorio uruguayo antes de finalizar su presidencia, enmarcada en una estrategia que insistía con alinearse a las definiciones del vecino norteño.
Cuando Mujica terminó su mandato, había dejado encaminado un proyecto para la construcción de un puerto de aguas profundas en Rocha --con capitales brasileños--, por tanto, el entusiasmo era evidente y la integración “paradigmática” atravesaba por el proceso “más exitoso de América Latina”. Así le pasó el mandato a Tabaré Vázquez: absolutamente convencido que el “Ordem e Progresso” no tendría vuelta atrás.
Sin embargo, lo que explotó el año pasado era avizorado por economistas de diferentes ideologías y el cambio que comenzaba en la coyuntura internacional a partir de 2013 no era favorable para nuestro contexto de dependencia, tanto por el cambio en las demandas de China –principal destino de las exportaciones de Brasil--, a las inversiones extranjeras que descendían a nivel regional o el crecimiento prácticamente nulo que se preveía para el gigante del norte, al año siguiente.
Justamente en 2014 salió a la luz la operación “lava jato”, que ha sido el mayor escándalo de corrupción política, o el “mensalao” que se llevó puesto a los mayores referentes del gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), liderado por Lula.
Así comenzaban a decaer las grandes inversiones, en el marco de un proyecto político viciado de errores estratégicos donde el “laissez faire – laissez passer” no era una circunstancia, sino una constante en las decisiones principales. Eso detonó en una crisis institucional, política y económica que se cerró el pasado 31 de agosto con la destitución de Rousseff y la asunción de Michel Temer.
Ocurre que para gobernar “hay que tragar sapos”, decía Lula da Silva, entre los cuales se destacan las alianzas con liberales e investigados por casos de corrupción, como los que se unieron para asumir el poder el pasado 1º de setiembre.
Es decir que hasta el momento se confirma que ha sido imposible industrializar un continente que tuvo ingresos excepcionales de divisas con precios récord de materias primas, porque el “progresismo” no logró un desarrollo efectivo de sus fuerzas productivas, que son las efectivamente sostienen sus economías. Por eso seguimos viajando “en el estribo” y orientamos nuestras exportaciones hacia el norte, con Brasil como segundo destino y China –que ya se encuentra en crisis-- en primer lugar.
Hasta ahora se ha comprobado un descenso en el precio de las materias primas, de la producción industrial y la construcción, el déficit aumentó 0,4 puntos porcentuales del Producto Bruto Interno y alcanzó el 4%, en los 12 meses cerrados a abril, o sea, desde fines del año 2002 que no se veía un rojo tan elevado. Sin mencionar las consecuencias del incremento de la presión inflacionaria, sobre una economía estancada.
Según el Ministerio de Economía y Finanzas, el déficit totaliza U$S 1.950 millones, mientras se gastó el 52% de las reservas del Banco Central (aproximadamente 4.000 millones de dólares) para mantener la actual política.
Antes que Uruguay ingresara al Mercosur, mantenía acuerdos de cooperación económica con Argentina, como el Cauce o el PEC, que le permitían un aumento en el volumen exportado y la diversificación de productos porque reconocían el menor potencial uruguayo, y que no se repitió en el Tratado de Asunción, rubricado en 1991.
En aquel momento, la mayoría respaldaba el ingreso al Mercosur, enmarcado en una iniciativa de integración regional y supervivencia, necesaria dentro de una globalización ya instalada. En los hechos, y con el paso de las décadas, se observa que no hay un mercado ampliado, no se resolvieron las asimetrías sino que se agravaron con las diferencias cambiarias, la falta de coordinación en las decisiones macroeconómicas y la debilidad institucional existente, que ya confirmó Brasil hace pocos días.
Por eso un socialdemócrata como Tabaré Vázquez reconoce que ante las circunstancias planteadas, un país pequeño como Uruguay deberá apelar a su capacidad negociadora y a la habilidad para maniobrar en un en torno poco “amigable” para las concepciones “izquierdistas”. Es así que, por más que su fuerza política patalee o emita declaraciones de alto contenido ideológico, con alusiones a un “golpe de Estado” que obligan a sostener una mirada “alerta” ante “la arremetida de la derecha”, el mandatario uruguayo solicita una reunión con Temer, que se efectuará en Nueva York, donde se celebrará una nueva Asamblea General de las Naciones Unidas.
Una pequeña nación debe acostumbrarse a utilizar los pequeños resquicios que dejan las contradicciones de los grandes para avanzar en un contexto cambiante, desde que se observa una evaluación en las decisiones de su política exterior. A esto se suma la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) “de última generación” con Chile, cuando estos acuerdos eran prácticamente una mala palabra en la interna partidaria y en la central de trabajadores (Pit Cnt), aunque algunos sectores (como el astorismo) han mantenido una coherencia.
Las negociaciones, que están en manos de la Cancillería, se extenderán a otros bloques como la Alianza del Pacífico o del Mercosur con la Unión Europea, en la búsqueda desesperada de una apertura comercial, tras una pérdida de tiempos económicos y de injerencia geopolítica.
O, tal como lo dijo el ministro de Economía, Danilo Astori: si los socios del Mercosur “no buscan el camino para salir de la región y hacer acuerdos con países y bloques de otra parte del mundo, yo creo que el Mercosur estará perdido para siempre”.
Por eso, Chile es una puerta de entrada al acuerdo Transpacífico y demarca el interés de Uruguay de avanzar a solas, en lo que pueda, e incluso resalta el interés de introducirse en acuerdos más modernos de economía y comercio. Es, tal vez, el comienzo del abandono de práctica anquilosadas y poco efectivas que solo se sostienen en diatribas, pero que llevaron a un escenario de debacle en tiempos de bonanza, con nula autocrítica.
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