Paysandú, Lunes 17 de Octubre de 2016
Opinion | 16 Oct Domingo. Ese día para el descanso y la familia. Buena oportunidad para un buen asadito, o unos tallarines con la inigualable salsa de “la vieja”. Un vaso de vino, conversación amena, los niños correteando felices, los jóvenes hipnotizados por la pantalla del celular. Y claro, otro plato porque está muy rico.
Hoy se conmemora en todo el mundo el Día Mundial de la Alimentación, promovido por la Organización de las Naciones Unidas y la Agricultura (FAO). Recuerda aquel 16 de octubre de 1945, cuando 42 países se reunieron en Quebec, Canadá, para crear la organización, con el objetivo de liberar a la humanidad del hambre y la malnutrición, y gestionar de forma eficaz el sistema alimentario mundial.
No se ha cumplido con ese objetivo, aunque la meta sigue siendo alcanzar el Hambre Cero para el 2030. En Uruguay, la cantidad de personas subalimentadas es de alrededor de 150.000 personas, según cifras de la FAO. Un porcentaje menor de la población, pero una cantidad de compatriotas que no se duermen con algo en el estómago, especialmente niños. Un drama, que golpea, que debe modificar conductas, que debe profundizar las políticas gubernamentales.
Y aunque ese es un drama, el que viven compatriotas nuestros con los que unimos en cada grito de gol celeste, no es el principal problema de alimentación que tienen los uruguayos. Curiosamente --bueno, no tanto-- aquello que nos enseñaron en la escuela, la introducción de la ganadería entre 1611 y 1634 por decisión de Hernandarias, es un orgullo y un problema nacional.
No quedan dudas --y especialmente se lo discutimos a los argentinos, quizás porque somos hermanos-- que el asado criollo uruguayo no tiene igual. Porque la carne es excelente y porque traemos en el ADN la capacidad para ser los mejores asadores.
Y menos dudas hay que nos gusta una parrilla bien nutrida, donde no falten tiras de asado con una línea de grasa (para que quede dorado), achuras varias, buen chorizo y morcilla. La tradición dice que en el aperitivo manda el chorizo picado y que al momento del asado no alcanza con un solo plato.
Así vamos, agregando agujeros al cinto, con la panza llena y el corazón enfermo. Porque en verdad, el exceso en la alimentación, es el principal riesgo al que se expone hoy el uruguayo. Como los chinos, los estadounidenses, los indios, los argentinos y los mexicanos, entre otros tantos países. Pero fronteras adentro es lo que nos preocupa especialmente. El país de la mejor carne es una nación cuyas dos terceras partes de la población sufre de sobrepeso. Los últimos datos estadísticos --Segunda Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, 2013/2014-- revelan que el 64,7% de los adultos de entre 25 y 64 años tiene sobrepeso u obesidad. No es un hecho aislado o una enfermedad puntual. Es una epidemia, que no se cura con “aflojarle a las pastas” antes de cada verano.
Los picos registrados no solo posicionan a Uruguay entre los países con peores resultados de la región, sino que terminan por convertirse, en gran cantidad de casos, en enfermedades crónicas que aumentan en la población: diabetes o deficiencias cardíacas son algunos de los casos más visibles.
Para tener una idea del impacto que el tema genera en Uruguay, alcanza con observar que las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la diabetes (además de las enfermedades pulmonares crónicas), son la causa del 60% de las muertes en el país, y que el 62% de las muertes entre los 30 y los 69 años se explica por esas causas.
Para colmo, el problema dejó de ser asunto de adultos. El sobrepeso infantil está instalado y lleva a la aparición de patologías inéditas en los más chicos. Ya nadie puede considerar seriamente que si está gordito está sano. Porque ciertamente está enfermo.
Según datos oficiales, la obesidad alcanza a entre 9 y 11% de los niños uruguayos. Al buscar los motivos, se aprecia que la dieta infantil es escasa en frutas, verduras y pescado, y excesiva en el consumo de alimentos como snacks y golosinas. Además, pese a que se recomienda lo contrario, la mitad de los hogares agrega sal a los alimentos de los menores de un año.
Los expertos se tiran de los pelos (de tenerlos), porque si a eso se agrega que Uruguay es el segundo país en cuanto a consumo de refrescos en la región --uno de 600 ml contiene entre 60 y 70 gramos de azúcar-- ya no estamos hablando de un futuro muy cercano de niños con sobrepeso, sino con obesidad.
Obviamente, la presentación de estos datos no tiene por objetivo que abandonemos el asado ni que nos perdamos la deliciosa salsa de “la vieja”. El problema esencial no pasa por consumir esos alimentos, sino por no tener una alimentación variada. Las frutas y verduras deberían tener un protagonismo mayor en nuestra dieta media. Por el contrario los alimentos industrializados, las carnes procesadas y los alimentos baratos pero llenos de grasas y grasas trans, minimizados cuando no eliminados.
Los uruguayos estamos contentos si en nuestra diaria alimentación incluimos carne. Es uno de los “signos país”. Tan así que el 78% de los mayores de 18 años cree que su alimentación es buena, muy buena o excelente. El 19% cree que su alimentación es regular y apenas el 3% que es mala. Esto es, comemos mucho, comemos poco saludable y no tenemos conciencia de la baja calidad de la alimentación actual.
Mejorar la calidad no implica volvernos necesariamente vegetarianos o veganos, sino regular la cantidad de tipos de alimentos que consumimos. Aunque parezca demasiado poco, se recomienda comer no más de medio kilo de productos de carne por semana. Y dentro de eso limitar fuertemente el consumo de productos procesados, como embutidos, porque tienen mucha sal, mucha grasa y mucha grasa saturada.
No hay dudas que solo se vive una vez, buen título de película (por lo menos se filmaron cuatro con ese nombre, desde la original de Fritz Lang en 1937). Y cierto también que los placeres de la vida están para ser gozados. No obstante, no tiene ningún sentido apurar el último suspiro. Volviendo al cine, no hay que crear La grande bouffe, La Gran Comilona, ese suicidio gastronómico dirigido por Marco Ferreri.
Comamos y bebamos, pero no porque mañana hemos de morir, como expresa el texto bíblico, sino porque mañana seguiremos disfrutando de mejores y más nutritivos alimentos.
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