Paysandú, Martes 01 de Noviembre de 2016
Opinion | 28 Oct El lunes Alas Uruguay pidió a la Dirección Nacional de Aviación Civil e Infraestructura Aeronáutica (Dinacia) suspender sus operaciones por hasta 60 días luego de recibir una intimación de la empresa estadounidense que le arrendaba su único avión.
A la vez, si en 60 días la compañía solicita una nueva prórroga de la suspensión de operaciones deberá ser inspeccionada por la Dinacia si quiere volver a funcionar. Ello da la pauta de un desenlace próximo, que a esta altura no puede sorprender a nadie, menos a quienes desde el gobierno --empezando por el expresidente José Mujica-- alentaron o fueron parte de esta aventura a contramano del interés general.
Naturalmente, el costo de esta incursión se paga con el dinero de todos los uruguayos, el 99 por ciento de los cuales jamás voló ni volará por esta compañía, como tampoco lo hizo por su antecesora Pluna.
Haciendo un poco de historia, harto recordado es que tras su capitalización por 15 millones de dólares con dinero del Fondes, el 21 de enero despegó el primer avión de Alas Uruguay desde el Aeropuerto Internacional de Carrasco, con destino a Asunción del Paraguay.
Decíamos en su momento en esta página editorial que en determinadas circunstancias podría tratarse de una buena noticia --que naturalmente lo fue para los funcionarios y quienes respaldaron la iniciativa-- pero si nos atenemos a los hechos, a la experiencia en nuestro país, podríamos decir que era más de lo mismo, con perspectivas muy limitadas. Tras “la nefasta experiencia de Pluna, solo en aras de la idea de tener una línea aérea de bandera nacional, que nos ha dejado un agujero negro de perfiles similares a los de Ancap, y lo que es peor, el Estado ha apoyado financieramente este emprendimiento, nada indica que no tenga que volverlo a hacer si las cosas no salen como en forma optimista se espera”, sosteníamos.
Es que respecto a la turbulenta y prolongada en el tiempo desaparición de Pluna por su inviabilidad y la deuda que dejó, los directamente interesados en recrear el “sueño” de la aerolínea de bandera propia decían que la “conectividad” aérea sería afectada y argumentaban que ello sería nefasto para el turismo, por ejemplo.
Aquel planteo fue desmentido terminantemente por la realidad en un tiempo inmediato, porque fue naturalmente solo una excusa para llevar adelante contra viento y marea el intento voluntarista. Así, todos los uruguayos hemos pagado durante años el Seguro por Desempleo extendido más de una vez para estos exfuncionarios de elevados sueldos, en tanto cualquier otro trabajador a los seis meses ya se quedaría sin el subsidio y estaría buscando empleo.
No puede cuestionarse que los funcionarios pretendieran mantener su empleo, por más que no se ha medido con la misma vara a los demás trabajadores que han pasado por similar situación; y está muy bien que defiendan sus intereses, los que no necesariamente coinciden con el interés general. Pero en el Uruguay “progresista” se ha destinado plata de todos a esta nueva aventura para que pueda viajar un puñado de uruguayos, que lo podrían hacer perfectamente por cualquier otra aerolínea sin afectar la “soberanía” de los cielos ni nada que se parezca, como se hizo durante el tiempo en que cesó sus vuelos Pluna y el que se tardó en establecer algunas frecuencias la ahora en “impasse” Alas U.
Y más allá del parto forzado y porfiado para esta empresa autogestionada para prender otra vela al socialismo, en los hechos se ensaya una incursión en una actividad que tiene problemas no solo en Uruguay, sino en todo el mundo, lo que se agrega a las limitaciones propias. En la mayoría de los países las compañías aéreas tienen dificultades financieras, varias han desaparecido, han tenido que fusionarse o reconvertirse, y ello es aún mucho más grave aquí, en emprendimientos sin capital propio. Encima, para intentar sustituir a otra aerolínea estatal como Pluna, que se fundió --varias veces-- y que ha dejado una huella insondable de damnificados.
En los tres años en que estuvimos sin Pluna no ocurrió ningún desastre ni falta de conectividad, los turistas estuvieron llegando como si nada pasara y lo seguirán haciendo con o sin Alas U, mientras otras aerolíneas cubrieron sin problemas las demandas de pasajes internacionales sin que el país tuviese que gastar un peso en ellas. En esos más de tres años de sucesivas extensiones del seguro de paro para los exfuncionarios de Pluna, Alas U gastó más de 7 de los 15 millones de dólares que el Fondes le otorgó y que provienen de las ganancias del Banco de la República.
Entre otros cuestionamientos, sin dudas el que tiene mayor fundamento es que estas aventuras irresponsables denuncian que el gobierno ha perdido el sentido de las prioridades nacionales, desdibujando las verdaderas urgencias en el escenario socioeconómico. Así se impone el imperativo de que el mayor esfuerzo fiscal atienda los problemas reales del país, porque estos despilfarros en pésimas inversiones y en los entes públicos, hipotecan el futuro del Uruguay.
Lamentablemente estamos ante las consecuencias que eran de esperar, como sucede en muchos gobiernos --y no solo de izquierda-- con el dinero de los ciudadanos. Mientras, otra bandera del milagro de las empresas autogestionadas desaparece y con ella los millones de dólares que se suman al despilfarro mujiquista. Y esto se da incluso cuando el país necesita imperiosamente recursos y enfrenta un fuerte déficit fiscal, lo que aparece como el lujo de la miseria y una contradicción más entre lo que se pregona y lo que realmente se hace.
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